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Casada con el farsante de Albert Einstein

En una noche de tormenta, cuando el cielo parecía enfurecido con el mundo, Mileva miró a sus hijos y dio gracias por esas hermosas bendiciones que el universo le había concedido, luego miró aquel dinero que se encontraba en la estantería, ese dinero que debería haber sido legalmente suyo y que sin embargo se llevó su marido, eso y todos los reconocimientos.

Ella solo era una sombra que estorbaba, alguien que no significaba nada para una sociedad en la que una mujer, a pesar de ser una gran matemática y física, jamás se hubiera relacionado con la Teoría de la Relatividad, ya que una teoría así solo podía ser descubierta por la inteligencia del hombre. 

Entonces pensó en escribir una carta a su yo del pasado, para que no cometiera los mismos errores que ella había cometido. Mileva cogió un papel y una pluma y comenzó a escribir.

“Querida Mileva Maric del pasado:

Soy tu yo del futuro, y te escribo para evitar que cometas los errores que yo he cometido. Mi vida iba encaminada a un único objetivo, y para conseguirlo tuve que luchar y estudiar más que nadie, incluso mi padre tuvo que solicitar un permiso especial para poder matricularme en la universidad, las chicas no podían acceder a este nivel educativo, eso solo estaba reservado para los chicos. 

Obtuve la máxima calificación en matemáticas y física en el instituto Sremska Mitrovica, fui aceptada en el colegio Real de Zagreb con un permiso especial para poder asistir a las clases de física.

No cambies nada de esa etapa, fue maravillosa y a pesar de que todo el mundo siempre se asusta de una chica inteligente, conocí a gente muy interesante como Nikola Tesla.

Pero no creas que me detuve ahí, estudié un semestre de medicina en el instituto Politécnico de Zurich, siendo la única mujer de mi clase. Allí fue donde conocí a Einstein, un hombre inteligente y que me pareció maravilloso, nuestra amistad se consolidó tanto que nuestras mentes trabajaban como si fueran una.

 Einstein era ingenioso, divertido e inteligente, pero, sobre todo, era alguien que no se sentía amenazado por la inteligencia de una mujer, es más, compartíamos proyectos que no sabíamos muy bien si serían sueños que nunca llegarían a buen puerto o teorías que se harían realidad. Pero poco a poco, esa amistad se convirtió en algo más profundo, ese pozo en el que dormita la razón y despierta el corazón, nos enamoramos perdidamente.

Pero en medio de todo esto, hice un pequeño paréntesis y estudié un semestre en la universidad de Heidelberg, Alemania, donde recibí clases de Philipp Lenard sobre la teoría de los números, cálculo diferencial e integral, funciones elípticas, teoría del calor y electrodinámica. Como verás, lo hice bien, mis ganas de aprender no se agotaban nunca, pero toda esa carrera incesante en la que había demostrado una y otra vez que era igual, o incluso mejor que los hombres, se detuvo y fue apresada cuando descubrí que estaba embarazada de Einstein. 

No me malinterpretes, amaba a Einstein, pero en ese instante, estaba preparando mi examen de licenciatura y mi tesis doctoral, aquello nunca fue justo, la vida de las mujeres nunca ha sido justa, él siguió adelante con su pasión, y yo tuve que conformarme con estar a su lado como una sombra. 

Pero los errores no los vemos hasta que va pasando el tiempo y sientes que tu vida no debería haber sido así, sientes que te ahogas en un mundo insípido en el que únicamente debes conformarte con la aportación que haces al trabajo de tu marido, que, por cierto, fue mucho.

Cuando miro el dinero del premio Nobel que esta mañana me dio, no siento agradecimiento, la teoría de la relatividad debería llevar mi nombre, ese premio debería haber sido para mí, pero claro, somos mujeres, y las mujeres deben ser tontas, quizás por eso, mientras yo cuidaba de nuestros hijos, uno de ellos con esquizofrenia, él se acostaba con su prima Elsa en Berlín. 

Sí, querida Mileva del pasado, el amor nos vuelve estúpidos, y yo debía estar muy enamorada, porque me volví bastante estúpida. No sé si alguna vez alguien conocerá la verdad, no sé si alguien investigará y descubrirá que la teoría de la relatividad comenzó con la tesis que presenté a la supervisión del profesor Weber cuando estudiaba en la escuela politécnica de Zurich, cuya memoria, convenientemente, se ha perdido, al igual que otras pruebas.

Si pudiera darte un consejo, te diría que te alejaras de él y persiguieras tus sueños, llegaste muy lejos sin él e hiciste que él llegara muy lejos junto a ti, aquí la que vale eres tú, no lo olvides nunca. 

Firmado: Mileva Maric, la exmujer de un farsante”.

Cuando Mileva terminó de escribir, miró a sus hijos y no dudó en romper aquella carta, si su yo del pasado seguía sus consejos, jamás habría tenido aquellas dos maravillosas criaturas, y eso, era más valioso que cualquier premio.

La autora es escritora española.

Opinión Albert Einstein archivo
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