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Araly Richinal muestra dónde estaba ubicada su casa antes de los huracanes. LA PRENSA/GEOVANNY SHIFFMAN

Los huracanes pasaron, pero Wawa Bar sigue sumergido en la pobreza y destrucción

Eta e Iota llegaron, arrasaron y se fueron, pero aquí el tiempo se detuvo. La comunidad quedó suspendida en una escena de escombros, árboles tumbados y charcos a tres meses del desastre

El ambiente desolador se asoma desde la bahía. Árboles tumbados, escobros y basura que se apila, charchos, casas sin techos, el único colegio en ruinas… Han transcurrido tres meses desde que Eta e Iota azotaron fuertemente la comunidad Wawa Bar, en el Caribe Norte de Nicaragua, pero pareciera que fue apenas ayer que los dos ciclones arrasaron con todo. «Toca acomodarse con lo poco que se tiene», dice uno de los pobladores.

Unos corrieron mejor suerte de tener aún en pie cuatro paredes de tablas, pero la mayoría tuvo que trasladar su casa a otro patio, pues donde antes tenían sus viviendas – grandes, alzandas en tambos – ahora solo quedan vigas rotas y cascajos. Se han acomodado en “champas”, pequeñas estructuras armadas con madera que han rescatado, trozos de techos de zinc y plástico negro. Ahí capean el sol, la lluvia y el frío.

Se repiten los relatos de lo duro que ha sido pasar tres meses en estas condiciones sin contar con la ayuda de nadie. Desde noviembre que los ciclones pasaron por Wawa Bar, Araly Richinal no pisaba el terreno donde fue su casa. Ahí solo quedaron las bases de concreto, hundidas en un terreno pantanoso. «Aquí era mi casa, mire como está», señala la ciudadana y suspira.

Para poder medio establecerse en un pequeño espacio, Richinal – con tres hijos – tuvo que rebuscar entre los escombros y la basura, la madera que le servirían para levantar lo que llaman «una champa». «Nos metimos, mi esposo y yo, a los charcos y recogimos un poquito de madera y así levantamos aquí», explica Araly.

Araly Richinal observa lo que un día fue su casa. LA PRENSA/WILMER LOPEZ

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«Antes de los huracanes nosotros estábamos viviendo bien, yo tenía una ventecita (pulpería) y de ahí comíamos los tres tiempos, también vendíamos pescado, pero ahorita no tenemos nada, ni negocio, ni dinero», agrega la comunitaria. Ni casa.

«Sin plan de limpieza»

Simons Alban asegura que la única ayuda que han recibido del gobierno para medio levantar sus casas fueron 20 láminas de zinc que repartieron en diciembre, a un mes del desastre natural. Pero señala que eso no es suficiente. Necesitan madera, herramientas, ropa, comida, agua, camas, colchones.

«No tenemos nada, y la madera ¿de dónde la voy a sacar? No se puede porque implicaría pagar combustible para traer materiales, pagar trabajador que construya… Está duro», dice una y otra vez Simons cuando ve a su alrededor que no tiene nada.

Otra ciudadana, quien pide anonimato, coincide que la ayuda que han recibido del gobierno es mínima. «Nos dieron bolsas negras para ocuparlas como pared de nuestras champas», dice en tono molesto. En cuanto al desorden que se percibe en la comunidad, la misquita asegura que desde que pasaron los ciclones no ha habido un plan de limpieza por parte de las autoridades y que ellos han hecho cuanto han podido.

Sin ayuda de nadie, la población intenta ordenar la comunidad. LA PRENSA/WILMER LÓPEZ

«Cada quien está buscando como ordenar el sector donde vive, pero como vio todavía hay bastantes palos de mangos y de cocos tirados, pero la población está haciendo su esfuerzo para limpiar, quemar basura, los troncos se están ocupando como leña para cocinar, pero por parte de las autoridades nade ha venido», señaló.

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Con el paso de los ciclones, los potentes vientos ocasionaron que unas viviendas de madera quedaran hechas astillas, otras torcidas, unas cuantas paredes en pie. «En esta comunidad habían casas bastante grandes, nosotros vivíamos un poquito mejor, dependemos del mar pero con los huracanes quedamos a manos cruzadas», refiere Simons Alban.

Alban describe su casa antes del desastre, recuerda lo «bonita» que era la comunidad. Los varones trabajaban en la pesca, de eso vivían, mientras las mujeres se dedicaban a trabajar desde casa, preparar la comida, limpiar la casa, cuidar de los niños. Tenían salud, techo, agua, «ni comparado como estamos ahora», dice en un golpe seco  de realidad.

En Wawa Bar algunas viviendas todavía continún sin techos. LA PRENSA/WILMER LÓPEZ

Iglesias y colegio destruidos 

Mientras uno va adentrándose a la comunidad el panorama empeora: más árboles caídos, charcos y fangales por todos lados, chayules y moscas. «La peste (hedor) de los  (cadáveres de) animales ya no se siente porque todos los enterramos cuando pasó el huracán», dice uno de los pobladores.  Más dentro de la comunidad, de fondo se escucha más persistente el sonido de los martillos azotando clavos, son hombres pegando los techos de sus casas.

De una iglesia de las Asambleas de Dios solo quedó el rótulo de la fachada. En frente está el templo Moravo, parcialmente dañado y según los comunitarios fue uno de los pocos lugares que sirvió como refugio para la gente que no quiso ser llevada a Bilwi. De las pocas estructuras que se mantuvieron en pie.

Los charcos de agua podrida han ocasionado brote de enfermedades. LA PRENSA/WILMER LÓPEZ

A escasos metros se observan los pabellones pintados de azul y blanco: «ese es el colegio», dice Araly, quien acompañó a LA PRENSA a realizar un recorrido en la zona. Faltaba un día para el inicio de clases, pero el único centro escolar de Wawa Bar estaba sin techo, sin pupitres y sin recursos. A la par, Unicef colocó una tienda, pero en ella es difícil que alcancen los más de 300 niños de la comunidad.

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«Tenemos una matrícula de 368 niños, matriculados en dos modalidades, preescolar comunitario y primaria regular. La semana pasada vinieron y solo dijeron que lo iban a reparar, yo sigo esperando porque está muy destruido y se necesita reparar», dijo Jerónimo José Lema, director del centro educativo.

Costas de la comunidad Wawa Bar desordenada a tres meses de los huracanes. LA PRENSA/WILMER LÓPEZ

En esta comunidad claman por comida y agua, por medios para construir sus casas. Su única fuente de ingresos es la pesca, pero con los recursos que cuentan apenas les da para medio sobrevivir. Lo que antes fue considerado como un paraíso tropical, a quienes sus habitantes lo bautizaron como «Wawa Texas», ahora está sumergido en el fango, la miseria y el hambre. A una hora de Bilwi, ahora casi nadie sabe de ellos, son noticia o saben del gobierno únicamente cuando ocurre un desastre natural, reclaman.

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