14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Los hermanos Mejía Godoy junto a Otto de la Rocha. LA PRENSA/cortesía

Carlos Mejía Godoy: “Otto, seguís entre nosotros más vivo que nunca”

Otto de la Rocha “tenía un eterno llanto en la garganta”, decía su abuelo Juan Fajardo al que se pareció en los últimos años de su vida, revela Mejía Godoy

“Gracias Otto por pertenecer a esa estirpe de genios humildes que fueron coherentes con su vocación, hasta el último suspiro. Nos toca a nosotros recoger esos valores y entregarlos al relevo generacional”, expresa el cantautor Carlos Mejía Godoy consternado por la pérdida del polifacético Otto de la Rocha —primo segundo por veta de los Fajardo— con quien compartió escenarios durante cinco décadas.

“Gracias, Otto, por tu fecunda obra poética y musical donde la lírica y picardía se fundieron en un lazo indisoluble”, agradece Mejía Godoy a quien ve como su “maestro” y creador del “son nícaro”: memorias que hay que rescatar en un libro-cancionero, e incluirlo en otro sobre la radiofonía musical y de la novela radial.

En esta entrevista, Mejía Godoy confiesa aspectos pocos conocidos de su larga amistad con el comediante radial y cantautor, su paso por las diferentes radios, como la Voz de América, La pinolera, La radio Mundial; reconoce su error de no inscribir en España “Una canción”, un tema de Otto que grabó con la cubana Elsa Baeza; asimismo comparte divertidas anécdotas sobre Otto (Jinotega 1933-Managua 2020), en la Radio Corporación y escenarios populares.

Lea también: Redes sociales se inundan con mensajes para despedir a Otto de la Rocha

“¡Muy bueno Coorporito!”: Frase de Otto se convirtió en un grito

—¿Cuál es el mejor homenaje póstumo que los nicaragüenses le pueden rendir a un personaje como Otto de la Rocha, en estos tiempos del coronavirus?

—Lo veo en dos direcciones: En primer lugar rescatar su obra porque hay muchas canciones inéditas, que por una u otra razón se fueron rezagando. Él me decía: “la radio me absorbe de tal manera que termino abrumado… significa además buscar patrocinadores y estar pendiente de grabar el programa”. Si bien es cierto que para su programa La palomita mensajera no hacía guión, se entregaba a su trabajo y le quedaba poco tiempo.

No fue un hombre de muchas canciones, ese vicio que tengo yo. (Escribió a lo largo de su vida más de cien canciones). No se trata de disciplina sino también de estados de ánimo. Era un hombre muy inspirado, era un borbollón de ideas. En su vida fecunda también se proyectó a otras áreas como el teatro, fue un actor nato. Lo viste en la historia de Pedro Navaja, era extraordinario. Y con Chuno Blandón, hay recuerdos con Otto en “El tren de la seis”.

En escena, Otto de la Rocha . LA PRENSA- Archivo

La otra bandera es levantar la dignidad que tuvo. Jamás cayó en la bohemia frívola y barata. Nunca vivió esa situación del alcoholismo, la vagancia. Fue un hombre entregado a su trabajo y familia. Es la bandera que tenemos que entregarles a las futuras generaciones.

—La gente ha compartido en redes sus canciones, fotos, recuerdos. ¿Podrían realizar un concierto virtual en su memoria?

—Perfectamente. Una de las canciones que le he cantado muchas veces – se le hicieron muchos homenajes y quiero agradecer a Ernesto Cajina Mixter que me invitó – es “Plutarco Malpaisillo”, me parece su arquetipo en sus diferentes facetas.

—Hablemos de tu conexión con la familia Fajardo, de la cual descienden, Otto y tú.

—Habíamos hecho un trabajo entrañable vinculado a la Radio Corporación, tantos años y con mucho éxito. Él tenía una particularidad, lo que decía se ponía de moda. Cuando me acompañaba en el programa de Coorporito, el hacía de Gumersindo, que era como mi alter ego, al final decía “¡Muy bueno Coorporito!”. Bueno, eso se convirtió en un grito, en la calle todo mundo me pegaba el alarido “¡Muy bueno Coorporito!”. También inventó otras cosas como “ala…ala”, “vequediaca…”.

Otto tenía un corazón de niño, un corazón de madera, un corazón de ñambar que se fue engrandecimiento con sus virtudes y actitud ciudadana, y no perdió jamás esa ingenuidad. Claro que había gente que prefería que Otto estuviera chafeando, jodiendo, bromeando. Él era un socarrón pero no le gustaba hacer sus personajes si no estaba en el escenario. En ese sentido era como Cantinflas. Cuando hablaba Mario Moreno, no le gustaba que le recordaran a Cantinflas.

Puede interesarle: Otto de la Rocha, “Aniceto Prieto”: su vida y legado

Quiero recordar una anécdota. Entonces vivía en una esquinita que quedaba del Teatro Salazar, que luego se llamó Alcázar, frente a la catedral, una cuadra hacia arriba, ahí estaba también el Granizado, los raspados más importantes de Nicaragua. Estaba la pensión de doña Marta Valladares y ahí vivía yo con una trenada de compañeros y personajes tan emblemáticos como para hacer un libro, y ahí llegaba Otto a buscar un amigo que trabajaba en el Distrito Nacional.

Otto de la Rocha y Georgina Valdivia. LA PRENSA, Archivo.

Entonces este Eddy, el chaparrito, le dijo: — Vení ve, te voy a presentar a este muchacho que es compositor. Y yo avergonzado porque no tenía canciones para decirle soy compositor. Entonces Otto muy cariñoso: — Ah… mucho gusto. Vos vives aquí.

Hablamos de muchas cosas sin saber que éramos parientes, y cuando escuchó mi canción “Alforja campesina”, me dice: — No jodás, esa canción es para mi repertorio. No se lo creí, ni siquiera le dije, “te llevo la letra”. Él se encargó porque el trío Los Madrigales, cuyo director era Milciades Herrera, que luego fue de Los Palacagüina, fue el primero que ejecutó “Alforja campesina”. Esta fue la primera canción de mi autoría que el integró a su repertorio, desde entonces la cantó toda la vida. La hizo como si fuese de él. Tenía una manera de cantarla utilizando un son que le llamó “son nícaro”, un concepto del son nicaragüense pero con un son muy propio, “brin quin quin brin”, y la interpretaba en dos formas: empezaba muy pasivo como colombiano y después hacía una segunda parte más jubilosa, alegre. Mi padre Carlos Mejía Fajardo decía que Otto de la Rocha tenía un eterno llanto en la garganta, un matiz quejumbroso, un matiz melódico nostálgico, llorosito en el buen sentido de la palabra. Y gracias a mi padre, un día llegamos a la conclusión que era cercanísimo, no solo por el hecho de la familiaridad, sino que venimos de la misma cepa segoviana de los Fajardo que son todos músicos del lado de Jinotega que tienen oído musical.

Su abuelo materno Juan Fajardo fue un músico extraordinario en su tiempo, parte de las mejores bandas de las segovias, por último recaló en Somoto y me enseñó las primeras letras del solfeo, el abuelo de Otto. En los últimos años se parecía a él.

—Te acordás de las primeras canciones de Otto que escuchaste?

—Había un programa en una emisora chiquita que se llamaba Radio Pinolera – que era como la cumiche de Radio Centauro, que después se convirtió en Radio Güegüense, la emisora de Don Salvador Cardenal – y había un programa de 15 minutos con Otto de la Rocha; y una señora que era “niña vieja” era apasionada con Otto, y gracias que lo ponía todos los días comencé a escuchar la “Pelo’e Maiz”, “Pancho Madrigal”, “Amor florecido”, “Una canción”, y más tarde las canciones que fueron chorreando cuando fuimos amigos. Él mismo cantaba también el slogan de la Radio Pinolera que decía: “Radio pinolera, pinolerita, radio de 1300, radio bonita”. Dicen que Pablo Antonio Cuadra le hizo la letra a solicitud de Don Salvador Cardenal.

—Integró los tríos Rogalmo, Los Bambis, Los Nícaros, pero hay uno más importante El Chontal, que formó junto a Erwin Krüger y Jorge Isaac Carvallo. Háblame de ellos.

—Otto de la Rocha siendo más joven se incorporó a este mundo, no les quedó chiquito. Camilo Zapata, Erwin Krüger, Víctor M. Leiva, Justo Santos, toda esta gente en los años cincuenta estaban en la cresta de la ola. Más allá de la moda, había un acento una presencia del canto nacional. Acordáte que el trío Monimbó de los hermanos Krüger con Pepe Ramírez fueron los puntales de la música nicaragüense fuera del país. Estuvieron en Colombia, Venezuela, Puerto Rico, entonces la música nica tenía carta de ciudadanía por decirlo así.

En escena, Otto de la Rocha . LA PRENSA- Archivo.

Camilo Zapata no integraba grupos, era un generador de canciones extraordinarias. Era un generador de cultura, fue el primero que formó un grupo de danza. Otto entró esta marejada de la canción nacional con los pantalones largos, no entró con los pantalones chingos, unos 20 años menor que ellos, comenzó a destacar con su estilo, entrega y fecundidad. Y lo vimos al lado de Justo Santos, José Robleto, de los hermanos Krüger, Adán Berrios y de toda esa pléyade de compositores con verdadera propiedad.

“Es error mío y lo reconozco”: No inscribir el tema “Una canción”

—La cubana Elsa Baeza popularizó canciones tuyas, pero también de Otro como el tema “Una canción”, aunque se dice lo le dieron el derecho de autor. ¿Cuál es la historia?

—La historia es así. No me gusta hablar de lo que hago, me cuesta mucho, prefiero que otros lo valoren, pero en este caso por la memoria de Otto me toca decirlo en honor a la verdad y de paso yo soy un hombre de autocrítica, no me da vergüenza reconocer mis errores, y como la carta que escribí hacía unos días reconociendo mi falla al no retirarme temprano de la infamia.

Quiero decir lo siguiente con el corazón en la mano y sin cambiar una sola tilde: Carlos Mejía tuvo la iniciativa de que, aprovechando el éxito que teníamos en España, dar a conocer la música de otros actores, incluso a un colega, no quiero mencionar el nombre porque ya falleció, que le traje un contrato de la Sociedad de Autores y lo tiró a la basura. No me explicó por qué, pero Otto de la Rocha sí recibió con cariño mi iniciativa de grabar su canción con Elsa Baeza, quien además grabó los “Cenzontles” de Erwin Krüger y por mi lado grabé “El solar de Monimbó” de Camilo Zapata.

Es error mío y lo reconozco públicamente, es que nunca me acordé de traerle a Otto su dada de alta en la Sociedad de Autores y traer el contrato para que los firmara. No solo me pasó con Otto, pasó lo mismo con las canciones de Luis Enrique, como “Volveré a mi pueblo”, nunca le di de alta, no por envidia, desidia, sino por lo deschavetado que soy. No tuvieron gran proyección, pero el hecho que fueran conocidas más allá de Nicaragua me importaba a mí. Hasta la fecha hay una cantidad de canciones mías que no están inscritas.

Pero en el caso de Otto y de mi hermano debí de haberlas registrado, y muchos se han aprovechado de ese error mío para echarme tierra y hablar de plagio, de robo, estupideces que no tienen sentido. Pero como te dije mi amistad con Otto de la Rocha hasta el último día se mantuvo sin fisuras, una amistad de enorme cariño y respeto mutuo. Nunca tuvimos una discusión con protagonismo y esas cosas en que caemos en el mundo artístico.

Otto de la Rocha, músico, productor … radio. LA PRENSA Jader Flores.

— En la radio Corporación tuviste el programa de Coorporito y lo invitaste a ser parte. Te acordás de las primeras veces y si tenés alguna anécdota que compartir.

—El programa de Coorporito fue una cosa de entusiasmo arrebatado. Nunca nos imaginamos que fuese a convertirse en un programa importante, tan importante que recibió la multa más grande. 25 mil córdobas me pegó la Oficina de Radio y Televisión del coronel Alberto Luna, con quien tuve una reunión por propagar la cuestión de las torturas con la canción que hice que se llamaba “A chi mi chú”, relacionada a la picana eléctrica con la que torturaban a los reos. Y hacía alusión al general Samuel Genie. Y se me convirtió en una multa de 50 mil córdobas, porque saqué un cancionero y fracasé. Pero vendí la experiencia maravillosa de hacer ese programa con Otto, y gracias al apoyo de Don Fabio Gadea Mantilla, que también fue fundamental en el crecimiento de Otto.

—Ya que hablaste de Fabio, él fue quien lo invitó a ser parte del programa Pancho Madrigal durante dos décadas. Háblame un poco de ello.

—Esto empezó en radio Mundial cuando aún no conocía a Otto. Después que murió Arana Sándigo, al que le decían Tío Popo, el que hacía de Pancho Madrigal, Otto lo relevó y lo hizo también que se quedó 20 años, antes de la revolución.

El Che Guarusa, Filito y otros personajes maravillosos

—¿Y qué del programa de El Indio Filomeno?

—Este era un programa que no se contaminó con cuestiones políticas, donde no solo aparecía el indio como tal, sino que una cantidad de personajes maravillosos que Otto hacía con su propia voz, el Che Guarusa y hasta hacía al niño que se llamaba Filito. Creó a personajes como El Turco Mustafá, y una serie de arquetipos populares que en su voz adquirían una dimensión increíble. Hacía su guion, buscaba sus patrocinadores.

Te quiero contar una de las anécdotas: recorríamos el país con el Indio Filomeno, una bailarina, y Julio “El Mago” que hacía prestidigitación y se convertía en ventrílocuo al final de la noche. En Jalapa se enfermó Julio, salimos al escenario y la gente empezó a rechiflar. De repente y de manera improvisada Otto dijo: —No se preocupen les vamos a dar una sorpresa”. Entonces en el intermedio de 10 minutos me dijo: — Si no hacemos algo nos van a linchar. Me voy a disfrazar de muñeco.

Se pintó la cara de blanco, se puso una raya, una peluca y ojos de muñeco y se sentó en mi pierna como un “muñeco” y la gente estaba feliz. Él contestaba todas las barbaridades que yo le preguntaba. Nos metimos con los personajes del pueblo, hicimos crítica social suavetonas. No hubo reclamos. Eso pasó en Jalapa, allá por 1970.

Coincidimos en muchas cosas con Otto: enamoradísimos los dos, ambos éramos segovianos de la misma cepa Fajardo, ambos crecimos en la radio, ambos fuimos recopiladores del folclore, sin quitarle a él sus grandes méritos teatrales donde destacó mejor que yo. Participé en el “Diario de Ana Frank”, en algunas judeas que se llevaron a los pueblos de Nicaragua, donde hacía el papel de Pilatos. Otto siempre estuvo en todas las presentaciones artísticas con humildad, con esa generosidad, sencillez, ese espíritu socarrón del nicaragüense jodedor, espontáneo, lleno de la gracia, no ofensiva, sino rica, ingenua. Es decir Otto fue mi maestro a pesar de que teníamos diferencia de edades, 10 años nada más.

—¿Cómo debe ser recordado, por las presentes y futuras generaciones?

—La obra fecunda de Otto también se complementa con esas virtudes ciudadanas y cívicas, era un hombre sencillo, accesible. Hay que recordarlo rescatando su obra, esos apuntes de canciones que se quedan a media palo, proyectos.

—¿Un libro -cancionero?

—Sería interesante que una editorial se interesara. Y hay un personaje que nos ayudó mucho a nosotros, hay que decirlo con justicia, Wilmor López (autor del libro “Biografía sobre los compositores nicaragüenses”). Fue un muchachito que tuvo un accidente en un bus… Muy humilde llegó y nos dijo: — Quiero colaborar con ustedes, me pego a la radio y estoy pendiente de todo lo que ustedes hacen y dicen. Primero nos escribía y después llegó a visitarnos. Otto de la Rocha y yo lo quedamos viendo y dijo: —No fregués aquí tenemos a un lugarteniente.

Lea además: Cortometraje «Quédate en casa» representa a Nicaragua en el primer festival de festivales online

Desde los primeros años Wilmor se entregó, antes de meterse a la universidad, se integró a la Brigada Nacional del Canto Nicaragüense. Nos ayudó muchísimo. Le dábamos una grabadora, cuatro pesos, y se iba a los pueblos a recorrer maravillas y con eso armábamos nuestros programas. Y nos dedicamos a la difusión y fomento del folclore más allá con la oralidad, los dichos, los proverbios, las frases interactivas, las retahílas, los trabalenguas, todo lo que tenía que ver con la oralidad.

Todavía queda pendiente una obra por hacerse que es la historia de la radiodifusión desde los albores de la Voz de la América Central, de la voz de la Víctor, desde las primeras expresiones de la radiofonía hasta nuestros tiempos, pasando por aquellas épocas de oro de las radionovelas que paralizaban Nicaragua, cuando no había televisión.

Recuerdo aquella canción de los años ochenta que se llamó “La Domitila”, que fue para la recolección del café, una canción didáctica y con doble sentido erótico y que se cantó igual como “Los hijos del maíz”, de Luis Enrique. En su repertorio también interpretó canciones de Camilo Zapata. Él puso de moda “Doña Sapa”, un texto picaresco, “Son tus perjúmenes mujer”, la grabó con sus hijas. Siempre estuvo integrado con su familia.

Gracias Otto por pertenecer a esa estirpe de genios humildes que fueron coherentes con su vocación, hasta el último suspiro. Gracias Otto, por tu fecunda obra poética y musical donde la lírica y picardía se fundieron en un lazo indisoluble. Nos toca a nosotros recoger esos valores y entregarlos al relevo generacional. Otto, seguís entre nosotros más vivo que nunca.

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí