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Funides, derechos humanos, democracia, autoritarismo, coronavirus, pandemia

LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

La vida en la tercera edad en tiempos del coronavirus

Las estadísticas globales muestran que los adultos mayores son, por mucho, el grupo más vulnerable frente al nuevo coronavirus. ¿Cómo viven la pandemia las personas que están en mayor riesgo en Nicaragua?

Hace un mes Haydée Cano no sale de su casa más que para ir al supermercado, siempre acompañada por su hija. Durante setenta años ha sido una mujer alegre y activa y, ya jubilada, ha actuado en obras de teatro, participado en clubes y asistido a cuanta actividad cultural la han invitado, pero en estos días de coronavirus toda su vida social está suspendida.

“Estoy guardada aquí en mi casa, aburrida y todo, pero es mejor prevenir que lamentar. Yo soy cardíaca, soy hipertensa y siempre ando tosiendo porque soy alérgica. No vaya a ser, soy muy joven para morir”, bromea. Pero habla muy en serio. Ha sido disciplinada en el cumplimiento del aislamiento físico y no asiste a las actividades del Palacio de la Cultura, aunque, como miembro del Círculo Literario del Adulto Mayor (CLAM), la sigan invitando.
Otros miembros del grupo sí acuden a esos encuentros, pero ella no se atreve a pesar de que el Palacio está ubicado a solo seis cuadras de su casa.

Cano pertenece al grupo poblacional más vulnerable ante el Covid-19, una infección que se ensaña particularmente con personas mayores de 60 años, debido a los cambios que experimenta el sistema inmunitario al envejecer y a las enfermedades crónicas que suelen aparecer con los años. La experiencia de otros países ha demostrado que la edad de los pacientes está estrechamente relacionada con la posibilidad de que desarrollen cuadros críticos. Es decir, a más edad, más vulnerabilidad.

El virus ha hecho de las suyas en asilos de ancianos de Estados Unidos, donde han fallecido hasta setenta residentes de un mismo hogar, y se estima que más del 90 por ciento de las víctimas fatales del Covid-19 en España e Italia tenía más de 60 años.

No son indicadores que puedan ignorarse. Por eso muchos adultos mayores han alterado radicalmente sus rutinas mientras pasa el peligro y en hogares de ancianos del país se han extremado precauciones, lo que no evitó que este martes 28 de abril un ciudadano de 66 años muriera en un asilo, la cuarta víctima de Covid-19 reconocida por el régimen Ortega-Murillo.

Mientras tanto, el Gobierno continúa sin tomar verdaderas medidas especiales para este grupo poblacional. Para muestra dos botones: los jubilados deben seguir haciendo fila para retirar su pensión y en la Casa del Obrero continúan realizándose todos los fines de semana los tradicionales bailes de adultos mayores a los que cualquier persona puede llegar.

Se calcula que el número de nicaragüenses mayores de 60 años ya se encuentra cerca de 400 mil y hay más de 200 mil jubilados en el país. Una considerable población que está en riesgo y que debe ser tomada en cuenta.

Nicolás Mora, tataranieto de la heroína Rafaela Herrera, se encuentra en el Hogar de Ancianos Horizonte, en San Marcos, Carazo. Mora forma parte de la población más vulnerable ante el nuevo coronavirus. LA PRENSA/ OSCAR NAVARRETE

Esos “molestos viejos”

La pandemia del coronavirus ha hecho “que se establezcan nuevos parámetros para medir a los viejos, convertidos, de pronto, en una piedra en el zapato”, critica el escritor Sergio Ramírez Mercado, de 77 años, en su columna Esos molestos viejos vulnerables. “O sacrificamos la economía, o sacrificamos a los viejos, se proclama”.

Empresarios y gobernantes del mundo han llegado, incluso, a sugerir que se eliminen las medidas extremas de precaución para no destruir la economía y, en resumen, que muera quien tenga que morir. El vicegobernador republicano de Texas, Dan Patrick, dijo, por ejemplo: “Volvamos al trabajo, volvamos a la vida, seamos inteligentes, y aquellos de nosotros que tenemos más de 70 años, ya nos cuidaremos de nosotros. No sacrifiquemos el país”.

Para Ramírez Mercado, esos discursos son muestra de que la economía importa más que la gente y de que los viejos, así como las personas que por ciertas condiciones médicas son vulnerables, han sido puestos en una lista de “seres humanos desechables” en aras del bien común.

Sin embargo, los adultos mayores también quieren vivir. ¿Si no para qué ha trabajado la humanidad en el aumento de la expectativa de vida?

Sergio Ramírez Mercado critica que se vea a los viejos como “desechables”. LA PRENSA/Oscar Navarrete

Los que pueden y comprenden la situación, están “guardados” en casa. Personalidades como Vilma Núñez, Carlos Tünnermann Bernheim y el historiador Bayardo Cuadra se encuentran cumpliendo la medida del aislamiento físico, lo que no ha impedido que tengan una gran actividad social a través del teléfono y la computadora.

El reconocido psiquiatra Humberto López, de 85 años, también está en cuarentena y lo mismo la mayoría de sus amigos, asegura.

“¿Hay todo un nivel de tensión en todo el país? Sí. ¿Hay un nivel de temor? Sí. ¿En algunos cuantos llega al pánico? Sí. ¿En qué medida afecta a los adultos mayores? En la medida en que estamos conscientes de que somos los más vulnerables”, sostiene. “Eso hace que algunas personas se sientan con más temor y algunos asuman más cuidado de sí mismos, menos contactos, menos salidas, menos todo. Todos mis amigos están en esa posición”.

De vez en cuando, alguno que otro de sus conocidos, dice: “¡Ay, a mí qué me importa, si ya me va a llevar que me lleve!” Pero esa no es más que “una forma encubierta de miedo”, afirma el especialista. Es indudable que hay temor.

“Desde que comenzó la situación se dijo que somos los más vulnerables porque tenemos posibilidades de tener otras enfermedades como diabetes, problemas cardiacos, hipertensión. No es solo la edad por la edad, es por lo que la edad significa”, señala. “Sí, hay una evidencia de que los adultos mayores han sido los que dan porcentajes más altos de muerte, por eso en el mundo entero todos nos estamos cuidando”.

Para López, el coronavirus es un enemigo invisible que evidentemente “se ha exagerado”, pero considera que “es mejor estar segurito en casa”. Eso sí, evitando saturarse de noticias y, sobre todo, de noticias falsas. Un exceso de información, dice, “llega a generar ansiedad y tensión”.

“Ya sabemos que la mejor forma (de contener al coronavirus) es el aislamiento personal”, subraya. “Por eso he dicho ‘recuerden que los adultos mayores somos los más vulnerables, cuidémonos y cuídennos, por favor’”.

Los adultos mayores siguen aglomerándose y haciendo fila bajo el sol para pode retirar su pensión en el Seguro Social. La fotografía fue tomada el pasado 20 de abril. LA PRENSA/ Roberto Fonseca

Asilos en alerta

Ningún otro lugar es tan vulnerable ante el Covid-19 como los hogares de ancianos. Ahí conviven personas que por su edad se encuentran en riesgo, pero además muchos de estos adultos mayores ya no pueden valerse por sí mismos y están bajo la completa responsabilidad de sus cuidadores. Todo ello ha llevado a que se tomen grandes precauciones, incluso desde antes de que en Nicaragua se confirmara oficialmente el primer caso de coronavirus.

En el Hogar de Ancianos Dr. Agustín Sánchez Vigil, ubicado en Jinotepe, la cuarentena comenzó el pasado 13 de marzo. Desde entonces el personal va del asilo a la casa y de la casa al asilo, porque tienen prohibido andar por la calle como si no existiera una pandemia.

Se cancelaron todas las visitas y los trabajadores empezaron a hacer turnos con dormida adentro. Para atender la emergencia contrataron temporalmente a tres enfermeras que se sumaron al personal de planta y luego se dividieron en tres grupos para que cuatro empleados permanezcan a tiempo completo, cuenta Sandra González, administradora del hogar.

Don Guillermo Bermúdez, antiguo trotamundos, en el Hogar de Ancianos de Jinotepe Dr. Agustín Sánchez Vigil. El hogar ha tomado todas las precauciones necesarias, incluida una estricta cuarentena para todo el personal.
LA PRENSA/ ARCHIVO/ OSCAR NAVARRETE

Cada lunes a las 7:00 de la mañana hay cambio de turno y una vez que el nuevo grupo ingresa al centro no puede salir para nada. El grupo que se va a descansar tiene que irse directo a casa y, por contrato, quedarse en ella. El aislamiento es así de estricto porque dos semanas después estas personas vuelven a estar en contacto con los 31 viejitos del centro.

Los donantes son recibidos, pero no pueden pasar al área en la que se encuentran los residentes. Los paquetes se entregan en una sala acondicionada para ese propósito y luego son desinfectados con cloro y alcohol puro para eliminar cualquier virus que pueda llegar como polizonte en alguna bolsa, caja, fruta o verdura.

Todo lo que tocan los ancianos debe estar desinfectado, desde sillas de ruedas y barras para caminar hasta persianas y radios. Todo se limpia varias veces al día con alcohol puro. Además, hay lavado de manos cada veinte minutos, porque ninguna precaución es exagerada cuando se está frente a una pandemia.

Naturalmente a los ancianos les afecta el hecho de que ya no reciben visitas de sus parientes ni de las personas que antes llegaban con piñatas, música y refrigerio. Algunos se aburren, otros se ponen tristes. Pero muchos escuchan las noticias en la radio o las ven en la televisión y entienden lo que está pasando en el mundo.

Además, el personal del hogar les explica en palabras sencillas cuál es la situación, y para compensarlos un poco, se les comunica a través de videollamadas con sus parientes; en el caso de los residentes que aún tienen quién pregunte por ellos.

En el Hogar de Ancianos Horizonte, situado en San Marcos, Carazo, también se han limitado las visitas y para llenar el espacio que antes se dedicaba a actividades recreativas, ahora se reza todas las tardes, cuando el reloj marca las 3:00, la hora de “la Divina Misericordia”. Los 15 ancianos del hogar, siete mujeres y ocho varones entre 78 y 90 años de edad, se reúnen para pedir por la paz del mundo y el fin de la pandemia de coronavirus.

Ancianos del Hogar Horizonte, en San Marcos, Carazo. LA PRENSA/ Cortesía de María Isabel Pérez García.

Médico de ancianos

Actualmente el doctor Alejandro Lagos, máster en Salud Pública y exdirector de los hospitales Bertha Calderón y Roberto Huembes, está dedicado a la atención de adultos mayores, a domicilio en la consulta privada y gratuitamente en hogares de ancianos. Debido a ello, se ha esmerado con las precauciones y ahora no sale de su casa sin sus mascarillas especiales. Una que se asemeja a la que usan los soldadores y otra que parece diseñada para sobrevivir en Chernóbil.

No son medidas exageradas. Son elementales, dice. Cada vez que termina una ronda de atenciones debe limpiar el visor de su mascarilla porque está todo salpicado por la saliva de los viejitos.

En las últimas semanas el médico ha percibido muchos cambios, principalmente el del autoaislamiento de sus pacientes. “He tenido pacientes de hasta 97 años que están con sus puertas cerradas, sus parientes se encuentran en Canadá y la orientación es que ni familiares llegan. Solo la empleada, con dormida adentro, y yo como médico, con todas las medidas de protección”, señala.

Según Lagos, todos los ancianos que ha visitado a domicilio están acatando las orientaciones de la Organización Mundial de la Salud. “Si puede haber unas desgracia aquí, va a ser por los que andan pululando en las calles”, lamenta.

Nicaragua se encuentra en la fase dos de la pandemia, cuando la infección es adquirida en la comunidad, con contaminación de persona a persona, observa. Y “muchos saben que los ancianos son los blancos del coronavirus, por su inmunodepresión, por sus enfermedades crónicas”.

El doctor Alejandro Lagos con su mascarilla de visor. LA PRENSA/ Tomada de Facebook

Cambios en la rutina

Bayardo Cuadra, ingeniero e historiador, de 83 años, no pudo asistir al funeral de su tía Chepita, la persona que lo crió. La señora murió a los 99 años, en Semana Santa, cuando en Nicaragua ya estaban oficialmente confirmados los primeros casos de Covid-19, así como la primera víctima fatal de la enfermedad. Él quería ir, pero sus hijas, que viven preocupadas por su salud, se impusieron.

Desde hace un mes, Cuadra está en lo que llama “operación cusuco”. Sale de casa solo si es absolutamente necesario y son salidas rápidas, cosa de cruzar la calle. No está invitando a nadie a casa y si alguien llega, es mejor que lo haga con mascarilla.

De igual manera, no lleva invitados a su programa radial, transmitido en la Radio 580, y no va al supermercado ni a reuniones. “Y nadie lo está haciendo tampoco. Si alguien presenta un libro solo irían el autor y el presentador”, bromea. Tampoco asiste a partidos de beisbol. “Aunque yo soy metido con el deporte, no voy al estadio ni que me paguen. Siempre uno tiene la confianza, la esperanza, de que en la medida que uno tome las precauciones de seguridad la posibilidad de enfermarte se reduce notablemente”.

Historiador Bayardo Cuadra. 

El doctor Carlos Tünnermann Bernheim también está encerrado. “El sector de los adultos mayores ha sido considerado muy vulnerable, sobre todo si además de eso son personas mayores que padecen enfermedades como diabetes o hipertensión, y da la casualidad de que yo califico perfectamente bien en ese sector”, dice. “Estoy a poco de cumplir 87 años. Soy diabético y soy hipertenso”.

Desde que la Alianza Cívica comenzó a promover la campaña “Quedate en casa”, Tünnermann no ha salido ni una sola vez de su casa. Ya ni siquiera va a caminar al parque del Carmen, porque la zona está muy poblada por policías. En lugar de eso, le da vueltas a su propia casa.

Con todo, organiza tan bien su agenda que no le queda tiempo disponible para aburrirse. “Me comunico por Zoom para asistir a las reuniones de la Alianza y a través de los chats grupales donde nos comunicamos constantemente. Estoy releyendo algunos libros que me gustaron mucho en su momento, escucho música clásica cuando puedo y por la noche veo películas en Netflix con mi esposa”, cuenta.

También le da seguimiento tanto a las noticias de la pandemia como a las de la crisis sociopolítica que vive Nicaragua. Escribe artículos de opinión, sigue un plan de lectura y, al final de la tarde, reza el Rosario con su esposa, Rosa Carlota Pereira.

Recientemente leyó “Mi Rubén Darío”, de Juan Ramón Jiménez, y también un interesante libro del español Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906. El libro se llama “El mundo visto a los ochenta años” y no podría ser más oportuno.

“Coincido con lo que él dice, que tener ochenta años no significa que uno ya está retirado de la vida”, sostiene Tünnermann. “Ya no podés hacer todo lo que podías hacer con menos años, pero hay toda una gama de actividades que se pueden hacer y también está el hecho de la perspectiva que uno puede tener desde una edad avanzada”. Además, considera, la juventud no es un asunto de edad, sino una forma de vivir. “Joven es quien tiene el corazón joven”.

Carlos Tünnermann Bernheim. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

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