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José Medina Linares y Santos Aquilino se culpaban el uno al otro del asesinato de los niños. Reproducción Yury Salvatierra

Grandes crímenes | La terrible historia de los jóvenes que descuartizaron a cuatro niños en Acoyapa en 1994

En una localidad llamada La Manga, situada a 35 kilómetros de Acoyapa, Chontales, ocurrió uno de los crímenes más terribles del siglo pasado. Dos adolescentes asesinaron a cuatro niños a punta de machetazos

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Este reportaje fue publicado originalmente en el periódico HOY el 14 de abril de 2019

El 15 de junio de 1994, en horas de la mañana José Medina Padilla ofreció como de costumbre alcohol a su hijo José Medina Linares de apenas, 15 años, y a otros amigos; Santos Aquilino, de 17 años, y el veterano Juan Ávalos.

La parranda se armó en casa de “La Juana” y como a eso de las 2:00 de la tarde, ya todos se caían de tan ebrios. Solo los “adultos” se fueron a rastras a sus casas a dormir. Los adolescentes siguieron la borrachera en otro lado, aún podían valerse por sí solos y conversar de sus fechorías mientras seguían ingiriendo licor. Y es que ambos chicos eran el azote del pueblo, les gustaba adueñarse de lo ajeno y amenazaban con machete a quienes les reclamaban.

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Precisamente esa tarde pasó frente a ellos uno de sus sentenciados, Héctor Manuel Orozco González de 10 años, quien les había reclamado por una ropa hurtada hacía varios días. Según el archivo de LA PRENSA, cuando José Medina Linares y Santos Aquilino miraron al pequeño les despertó una ira incontenible. “Empezaron a secretearse, afilaron sus machetes” y aproximadamente a las 6:00 de la tarde llegaron a buscar venganza a la casa de Marta Sebastiana Duarte, en donde el inocente Héctor, cuidaba a sus primitos.

Cena roja y boleo

Los  jóvenes no dejaron que los hermanitos dieran su primer bocado de sopa de frijoles. Néstor Duarte, de nueve años, la pequeña Yuri Duarte, de siete años y Jesnel Duarte, de cuatro, se quedaron mirándoles asustados con la cuchara en las manos. Héctor Manuel Orozco González recto en su papel de protector, les dijo que se fueran, pero estos lo callaron con amenazas.

El 25 de junio de 1994 LA PRENSA publicó el relato de la matanza. En este, ambos adolescentes jugaban a culparse el uno al otro. José Medina aseguró a la doctora Rafaela Romero, jueza de Acoyapa y a la doctora Marina Pérez Aguilar, procuradora Penal de Juigalpa, que Santos Aquilino mató a los tres varoncitos y lo obligó a matar a la niña.

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“Ella estaba sentada y le descargué un machetazo al lado izquierdo del cuello, pero lo hice porque Santos me dijo, matala hijo de p… si no yo te mato a vos después”, contó el joven a las autoridades.

Por su parte, Santos Aquilino acusó a José Medina de haberlos matado a todos y que al momento de los hechos él estaba ausente. “José Medina me quiere ahora involucrar en un crimen que él cometió. Lo que pasa es que no quiere irse solo a la cárcel”, agregó Santos.

Contrario a esa declaración, Medina dijo que fue él, que se retiró al escuchar los “churretes de sangre” y en el trayecto a su casa escuchó silbidos de Aquilino, se detuvo para verle a la distancia y este le gritó: “Fijate que estoy arrepentido porque maté a los chavalos y mancillé (violé) a la niña”.

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“Vi que Aquilino limpiaba la sangre del machete en el monte, pero me fui a acostar en el camarote, después llegó Aquilino, lo sentí hediondo a sangre humana. No le pregunté nada”, añadió Medina.

Finalmente, dijo que a la mañana siguiente, Aquilino, quien aún seguía bebiendo, le pidió: “Decí pipito que vos los mataste, te voy a dar dinero para que comás cuando estés preso”, pero Medina (supuestamente) no aceptó.

Visión dolorosa

Los campesinos que atraparon a los asesinos y Marta Sebastiana Duarte, madre de los tres hermanitos. HOY/ Reproducción Yuri Salvatierra

Marta Sebastiana Duarte había viajado el 15 de junio de 1994 a Juigalpa, a visitar a su marido Clemente Mina Espinales quien guardaba prisión por el delito de abigeato. Duarte, confiada en que a sus hijos no les pasaría nada, los dejó al cuidado de su primo de 10 años, Héctor Manuel Orozco González.

A su regreso, miró la casa a oscuras, le extrañó que los niños no salieran como siempre, a su encuentro. Ya en el interior de la vivienda tropezó con un bulto envuelto, lo cargó y dijo: “un muñecón”. Sus manos se humedecieron al instante y logró percibir el olor metálico de la sangre, pegó un grito y encendió el candil. Lo que miró esa noche fue horripilante.

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Las paredes regadas de sangre, partes de cuerpos humanos esparcidos entre el piso, un niño acostado sobre una tabla con los dedos de las manos cercenados y degollado. Las panas donde se habían servido frijoles momentos antes presentaban cascaduras por los machetazos y adentro, mezclada con la sopa, la sangre coagulada de los inocentes.

Menores siniestros

Fueron los mismos asesinos quienes exhumaron el cuerpo de los niños por orden de la juez. HOY/Reproducción Yuri Salvatierra

Las autoridades policiales y judiciales tuvieron que determinar si los jovencitos tenían 15 y 17 años, pues no existía partida de nacimiento que ofreciera tal dato. La juez Octavo de Distrito del Crimen de Managua, Dra. Luz Amparo Caldera, delegó esa tarea al médico forense.

El examen realizado por dos médicos generales y una odontóloga de Acoyapa dictaminó que ambos hechores estaban en la etapa intermedia de la adolescencia y que podrían haber actuado con discernimiento en el crimen.

La entonces procuradora de Acoyapa, Aurora Amador, pidió al jurado de conciencia un veredicto absolutorio a favor de los jovencitos procesados.

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Esta responsabilizó del crimen también a la madre por haber dejado solos a sus hijos. El doctor Santiago Ortega, defensor de oficio, culpó de los sucesos a la sociedad misma y los sistemas sociales existentes en Nicaragua. También solicitó un veredicto absolutorio.

Condena

El 22 de noviembre de 1994, el Dr. Ronald Duarte, juez Único de Distrito de la localidad, leyó el veredicto. Aquilino y Medina fueron condenados a 30 años de cárcel en el Sistema Penitenciario de Juigalpa.

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Trascendió, en diciembre de 1994 que el padre de los tres hermanitos asesinados, Clemente Mina Espinales, quien también estaba en el Penitenciario de Juigalpa pagando su condena de cuatro años por el delito de abigeato, movido por el odio y el resentimiento, buscaba a través de otros reos llegar a los adolescentes y asesinarlos.

Aquilino y Medina gozaron de extremas atenciones en prisión. Cuando LA PRENSA les preguntó ¿cómo los trataban? ellos respondieron con una sonrisa siniestra: “Nos tratan bien, no ven que estamos gordos y solo 30 años vamos a estar aquí”.

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