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Christian Josué Mendoza Fernández, alias “El Viper”, fue uno de los 56 reos políticos liberados este martes en cumplimiento de la Ley de Amnistía aprobada por la Asamblea Nacional el pasado ocho de junio.
El nombre de Mendoza comenzó a sonar en abril del año pasado cuando iniciaron las protestas en contra del régimen orteguista. Él estuvo atrincherado en la Universidad Politécnica (Upoli) junto a los estudiantes que protestaban en contra de la dictadura, pero luego fue señalado de “traidor”. Mendoza filmó un video en donde decía que líderes opositores a la dictadura orteguista financiaron intelectual y materialmente un supuesto intento de golpe de estado en Nicaragua.
Tras su liberación, Mendoza, que había sido condenado el pasado diciembre a 59 años de cárcel por terrorismo, asesinato y otros delitos, accedió a brindar una entrevista a LA PRENSA. Dice que quiere limpiar su nombre y contar cómo el régimen de Daniel Ortega lo obligó a decir tantas mentiras. “Voy a hablar porque el mal ya está hecho en mi vida. Voy a hablar aunque yo sé que esto me pondrá en riesgo de muerte”, dice.
Fue torturado, asegura, y obligado a seguir las mentiras del régimen. “Empezaron a mencionarme los nombres de mis familiares, sabían cosas de mi infancia. Era una amenaza, quería que me aprendiera el discurso que delataba a dirigentes opositores al Gobierno, entre ellos Félix Maradiaga, Moisés Hassan, Hugo Tórres, Pío Arellano. Prepararon un guión para que me lo aprendiera de memoria, todo es una mentira”, confiesa.
La Fiscalía de Nicaragua señaló a Félix Maradiaga, director del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (Ieepp) y crítico del régimen de Ortega, de utilizar a ese organismo para recibir financiamiento del narcotráfico internacional del crimen organizado con el propósito de “desestabilizar al gobierno”. Maradiaga se encuentra en el exilio. Fue señalado, además, Luciano García, director de Hagamos Democracia, quien también está exiliado.
Consideró repudiable el actuar de turbas y policías
Mendoza asegura que su descontento con el régimen de Daniel Ortega “no fue una farsa”, pues le pareció repudiable y penoso el actuar de las turbas y los policías orteguistas que agredieron a varios ancianos que protestaban contras unas fallidas reformas a la Seguridad Social.
“Mi punto de ebullición fue cuando asesinaron a Álvaro Conrado, me sentí triste… es verdad, en ese momento yo trabajaba para el Ministerio de Transporte e Infraestructura (MTI), pero eso solo era un medio de sustento. Yo lo abandoné (trabajo) y, al ver que atacaban a las universidades, me sumé a la lucha”, cuenta.
Mendoza, quien cursaba cuarto año de Ingeniería en Sistemas en La American University (LAU), cuenta que desde la clandestinidad y junto a otros conocidos fabricaron bombas molotov y las repartieron a las universidades que se defendían con piedras, morteros y huleras. Sin embargo, con el paso de los días, dice que la falta de recursos y la inseguridad les impulsó a atrincherarse en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli).
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Asegura que ingresar a la Upoli fue sencillo. “No se había formado el Movimiento 19 de Abril aún, yo dije lo que sabía hacer y me quedé, poco a poco el estallido estudiantil se volvió una lucha de todo el pueblo y no nos faltaron municiones para repeler a las turbas. Empezaron las entrevistas, el figureo… yo preferí quedarme con el bajo perfil, enfocarme en cuidar de los jóvenes, los doctores, organizar la universidad, no destruirla a como se me acusó”, relata.
¿Infiltrado?
Mendoza, mejor conocido como El Viper fue señalado de infiltrado por parte de sus compañeros. Asegura que no todos sus compañeros sabían que había trabajado para el Estado y eso lo tomaron mal. “No es que lo andaba ocultando sino que tampoco lo iba a andar promulgando… mis otros trabajos siempre habían sido en call center por mi dominio del inglés”, cuenta.
Saber que no estaba en el círculo de confianza de los demás líderes estudiantiles le entristeció pero no lo apartó de la lucha cívica, Permaneció en la Upoli localizando a los verdaderos infiltrados. “Sacamos a gente peligrosa pero como en esos días en la universidad no se le negaba refugio a nadie no nos percatamos de un tipo que inició la desunión, este empezó a rumorar que yo era policía, tenía toneladas de dinero y los medios oficialistas empezaron a viralizar eso”, asegura.
El 20 de mayo del 2018 fue el último día que El Viper estuvo atrincherado en la Upoli, pues, según cuenta, un grupo de hombres “que no tenían facha de estudiantes”, entraron a la universidad con intenciones de matar, especialmente a él. Cuando los jóvenes escucharon los escopetazos y los cartuchos de arma, se armaron de valor y desde el tercer piso, donde estaban ocultos, empezaron a lanzar morteros. A los minutos el enfrentamiento se tornó más violento.
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“Ese día muchos jóvenes por temor se fueron, nuestros doctores se fueron, pero hubo un grupo de estudiantes y pobladores que dijeron que no me abandonarían, hicieron un círculo alrededor de mí y cuando los hombres llegaron entendieron que para matarme tenían que matar al resto. Nos dejaron ir, entre golpes, pero lo hicieron, desde ese momento en la universidad quedaron esas turbas del gobierno y ellos fueron quienes la destruyeron e iniciaron a manchar la protesta cívica”, cuenta.
“La tortura de mi vida”
Desde su salida de la Upoli, considerada uno de los bastiones de resistencia universitaria, Mendoza estuvo en busca de refugio, no le pareció inteligente llegar a su casa puesto que su rostro había sido viralizado y criminalizado por medios oficialistas, incluso, los mismos autoconvocados empezaron a verle con desconfianza.
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El día de su secuestro, el 26 de mayo de 2018, llegó donde su madre a buscar ropa y, al salir y conversar con un amigo, Kenneth Israel Romero, fue sorprendido por cuatro camionetas Hilux, que entonces transportaban paramilitares. Varios hombres armados bajaron, empezaron a golpearlos y se los llevaron a la fuerza, dice.
En el camino, según recuerda, a él le pusieron varias vendas en los ojos. Diez minutos después lo cambiaron de vehículo y lo metieron al maletero de otra camioneta. “Se sentaron cuatro personas sobre mí, no me dejaban respirar, estaba desorientado, ya después llegamos a una especie de casa, una habitación con aire acondicionado. Me quitaron la ropa y empezaron a golpearme, me agarraron a patadas, en mi búsqueda de refugio yo tenía más de 48 horas sin dormir, estaba cansado, me dije a mí mismo ‘estás muerto… hasta aquí llegaste, me resigné a morir’, perdí las esperanzas”, afirma.
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Entre golpes, en la oscuridad, sin comer ni beber nada, Mendoza perdió la noción del tiempo. Calcula que a los cinco días de haber sido secuestrado llegó un hombre con voz casi de anciano, al que le decían El Águila y empezó a hacerle preguntas sobre “el golpe de Estado”, “el financiamiento internacional”, y otros temas más.
Sin esperanzas y creyéndose muerto, dice que tuvo la osadía de responder que no sabía nada, que toda la lucha era legítima y del pueblo. A lo que su interlocutor siempre respondía: “Mentira”. La rebeldía, asegura, le costó más días de golpes. Recuerda que sus verdugos empezaron a lanzarle baldes de agua helada y a darle descargas eléctricas
“La última vez que me hicieron eso yo creo que miraron que me puse mal solo recuerdo que me decían ‘pero qué tenés’, me quedé dormido, desmayado, no sé, pero dejaron de torturarme, pude escuchar cuando los hombres se decían unos a otros, ‘por qué no lo matás ya’. La respuesta fue ‘ya no podemos, nos hace mierda’ y eso me dio ganas de vivir”, afirma.
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“Soy una víctima más de la dictadura”
Mendoza recuerda que después de ser torturado, el “Águila” lo llevó a otra habitación donde le quitó la venda de los ojos y empezó a mostrarle fotos de dirigentes opositores, personas con las que, asegura, jamás había tenido interacción. “El anciano me dijo que tenía que repetir y aprenderme el discurso que él leería, cuando me di cuenta que querían embarrarme me rehusé, pero empezaron a mencionarme el nombre de mi mamá, el nombre de mis tías, de niños de mi familia, el nombre de amigos, que si no lo hacía, ya sabía lo que les iba a pasar, por eso lo hice”, confiesa.
Explica además que el mismo discurso que le hicieron aprenderse fue el que la policía presentó como documento acusatorio ante la Fiscalía y con eso Daniel Ortega y sus aliados iniciaron a desprestigiar la lucha universitaria. “Todo tenía que ver con el golpe de Estado según ellos. A mí me pusieron con más delitos que El Chapo, yo era terrorista, narcotraficante, asesino… a mí me usaron, Dios sabe que soy inocente, soy una víctima más de la dictadura. En este barril de mierda que armó el Estado yo fui el pato de la fiesta”, dice.
En sus siete meses recluido en las mazmorras del Chipote, estuvo aislado, bajo una crisis de ansiedad y claustrofobia constante que lo obligaba a permanecer sedado. Asegura que los oficiales nunca le permitieron, como a los demás reos, hablar con los organismos de derechos humanos internacionales que visitaron Nicaragua.
“Yo siempre estaba aislado de todos, por eso no me mandaron a La Modelo. En audiencia dijeron que estaría bajo investigación compleja por seis meses, no querían que socializara, pero el 14 de enero de este año no se salvaron, llegaron miembros de la Cruz Roja Internacional y no me podían esconder, aproveché, hablé con una señora bien elegante llamada Carol, un custodio estaba con nosotros, pero me valí de mi conocimiento del inglés y le dije a ella lo que estaba viviendo, mi estado de salud, luego los agentes llegaron a preguntarme qué había dicho, les dije que estaba enamorando a la señora, no me creyeron y al día siguiente me mandaron a La Modelo”, relata.
Para Mendoza ir a La Modelo era ir directo al matadero, pues, según cuenta, estaba consciente de que tanto reos políticos como reos comunes lo odiaban por los videos que difundieron los medios oficialistas de su presunta infiltración. Sin embargo, asegura que no les guardaba ningún rencor, al contrario, quería aprovechar el momento para contar todo lo que había padecido.
Ese martes 15 de enero llegó a la galería 300, conocida como El Infiernillo, donde estaban la mayoría de los presos políticos y, después de varios señalamientos, sintió que sus compañeros lograron comprender su situación. “Pensé que me quedaría ahí y tendría oportunidad de detallarles más, pero me sacaron de inmediato, me llevaron a una celda donde estuve solo por seis meses. Pero pude comunicarme con mis reos vecinos, Cristhian Fajardo, Santiago Fajardo, eso me mantuvo positivo, estaba relegado a una soledad terrible en El Chipote… hoy día estoy libre, pero me siento preso y temo por mi vida”, asegura.
“Estoy vivo pero temo”
Mendoza manifiesta que no necesitaba amnistía por ser una persona inocente de todo lo que se le imputa. Sin embargo, cuenta que cuando subió al microbús donde transportaron a parte de los 56 reos liberados este martes, él miró a todos sus compañeros felices, cantando, abrazándose, se sintió en casa, protegido entre ellos.
“Psicológicamente estoy afectado. En ese momento recordé todo lo que me hicieron pasar y me dio una crisis de ansiedad, necesitaba mis sedantes para relajarme, estoy adicto a eso, mi salud no está bien. Los muchachos notaron y me ayudaron a tranquilizarme, ya después iba animado, puteamos a varios policías que nos encontrábamos en el camino… vine a casa, miré las banderas, a mi madre, todos me recibieron, algunos reos se bajaron a saludar, estoy vivo gracias a Dios, estoy vivo pero temo”, afirma.
Asimismo, asegura que su posición siempre será en contra de la dictadura y que algún día pagarán todos sus crímenes de lesa humanidad cometidos contra la población desarmada. “Son ellos quienes necesitarán amnistía, los paramilitares, los políticos corruptos, por eso aprobaron esa ley, para ellos, Dios no les permitirá que se salgan con la suya”, dice.