Margarita Mendoza vive entre dos realidades desde que encontró a su hijo en la morgue del Instituto de Medicina Legal. Mientras las autoridades le han informado que Javier Alexander Munguía murió realizando un robo a mano armada, ella cree que al muchacho de 18 años de edad lo estrangularon durante una tortura.
El ocho de mayo fue la última vez que Mendoza vio a su hijo, afuera de su casa, mientras se subía a una motocicleta de un amigo. Hacía apenas unos días que Munguía, albañil de oficio, había dejado de trabajar en la construcción de la Embajada de Rusia en Managua. Le habían pagado la liquidación y le dijo a su mamá que no demoraba pues solo iba a ver con su amigo si conseguía un trabajo.
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Munguía nunca regresó a su casa y el periplo de 10 días de su madre comenzó. Fue a todos los hospitales y morgues de Managua. Miró a los heridos de las protestas de cama en cama. Buscó en todas las estaciones de policías de la capital, en el Instituto de Medicina Legal y en la Dirección de Auxilio Judicial, mejor conocida como El Chipote, centro de detención históricamente señalado por practicar torturas.
En ningún lugar le dieron razón, hasta que el 18 de mayo el teléfono sonó. Le avisaron que llegara a reconocer el cuerpo de su hijo en el Instituto de Medicina Legal. Los forenses le explicaron que Munguía había muerto de un infarto y que lo tenían desde el ocho de mayo, el mismo día que desapareció.
Mendoza no creyó en la versión de los forenses. A su hijo solo lo reconoció por el tatuaje en la pierna izquierda. Tenía destrozado el rostro. Ese día la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) estaba recibiendo denuncias en un hotel de Managua. Ella fue para pedir que alguien del organismo internacional la acompañaran para solicitar una autopsia privada.
En un video, en poder de LA PRENSA, un delegado de la CIDH le cuestiona al subdirector del Instituto de Medicina Legal, doctor Julio Espinoza, por los golpes en la cara de Munguía. Le pregunta por qué desde el propio ocho de mayo no llamaron a los familiares del fallecido, quien andaba sus documentos personales. Espinoza titubea, se pone nervioso, contesta que “el caso está en investigación”.
En una nota de prensa, del poder judicial, del lunes 21 de mayo, se informa que el doctor Hugo España, médico forense, le practicó la autopsia a Munguía y su dictamen preliminar establece que la causa de la muerte es “violenta, de etiología homicida”. Por intermediación de la CIDH también se permitió que el forense privado Nelson García Lanzas aportara una segunda opinión, y este coincidió en que murió por estrangulamiento.
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El informe de García Lanzas indica que además el cuerpo de Munguía tenía golpes: dos en el pecho, tres en el rostro y uno en la cabeza, tal como se puede ver en las fotos, donde tiene rasgados los bordes de los ojos.
Se sigue torturando
La tortura está prohibida internacionalmente en cartas y tratados firmados por las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Unión Africana, el Consejo de Europa y la Liga de los Estados Árabes. Más de 150 países han ratificado la Convención contra la Tortura. Sin embargo, se sigue torturando, según un informe de 2015 de Amnistía Internacional.
El artículo 36 de la Constitución Política de Nicaragua prohíbe la tortura: “Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica o moral. Nadie será sometido a torturas, procedimientos, penas ni a tratos crueles, inhumanos o degradantes. La violación de este derecho constituye delito y será penada por la Ley”. Artículo 36, Constitución Política de Nicaragua.
90 por ciento han sido torturados.
Las primeras denuncias de torturas durante las protestas se dieron a conocer el 23 de abril, cuando liberaron a unos 200 detenidos en El Chipote y en la cárcel La Modelo. Los muchachos fueron botados en diferentes puntos de la carretera vieja hacia Tipitapa, descalzos y con la cabeza rapada.
“Todo el tiempo estuvimos bocabajo. Cuando entramos aquí sufrimos tres horas de tortura. Nos zocaban las esposas hasta que las manos se te ponían moradas. Cuando ya no aguantabas, te machucaban las manos. Te insultaban”, dijo uno de los detenidos.
“Nos dieron golpes, patadas. Hicieron fila para patearnos. Lo único que no hicieron fue golpearnos la cara. Nos llevaron a la celda de rodillas, arrastrando. Fue la Policía”, denunció el muchacho que no quiso dar su nombre.
Según Pablo Cuevas, asesor legal de la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH), el 90 por ciento de los ciudadanos que han sido detenidos en las protestas han sufrido torturas.
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“He llorado porque muchos han sido torturados de una manera inhumana. Ayer en la noche supe de tres jóvenes de nuestra pastoral juvenil de la parroquia a quienes en la cárcel les arrancaron las uñas de las manos. Las historias son terribles y nuestra juventud no merece eso”, dijo el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, en una entrevista con la periodista Leana Astorga, de la cadena Telemundo, el 27 de abril.
Todos estos testimonios han sido documentados por organismos de derechos humanos en Nicaragua y se incluyeron en el informe de la CIDH y de Amnistía Internacional.
¿Qué es tortura?
“Se entenderá por tortura todo acto por el cual un funcionario público u otra persona a instigación suya, inflija intencionalmente a una persona penas o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que ha cometido o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas a instigación suya o con su consentimiento o aquiescencia”. Convención contra la Tortura, Naciones Unidas, 10 de diciembre de 1984.
“Estaba conmigo en la celda”
Aunque la versión oficial en el caso de Javier Alexander Munguía indica que murió el ocho de mayo, horas después de que se despidió de su mamá y se fue en la moto con su amigo, hay varios testigos que afirman haberlo visto días después.
El muchacho que se fue con Munguía en la motocicleta, que ha omitido su nombre, afirma que lo dejó en las cercanías de la Universidad Politécnica (Upoli) y desde ese día no supo más. Esa versión fue confirmada por Margarita Mendoza, madre de Munguía, cuando una estudiante de este recinto le aseguró que su hijo fue arrestado a unas cuantas cuadras de la universidad.
Fue por eso que Margarita Mendoza anduvo en las estaciones de Policía buscando a su hijo durante 10 días. “Este maje estaba conmigo”, le dijo a Mendoza un muchacho que fue liberado el 11 de mayo en El Chipote.
Ella sostenía un cartel con la foto de su hijo, donde aparece con una camisa a cuadros, un pantalón azul y chinelas. Munguía era moreno, de 1.75 metros, cabellos negro, crespo. En la foto sostiene un peluche en la mano izquierda y tiene el cuello apenas inclinado a la derecha.
En un video, en poder de LA PRENSA, se escucha claramente cuando le dice: “En la celda 10 estaba (Munguía), donde estaba yo. Está golpeado pero está bien. Tiene un tatuaje en la pierna izquierda y una fractura en la rodilla”.
El 12 de mayo, cuatro días después de haber desaparecido, Mendoza fue a preguntar por su hijo al IML. Ahí le contestaron que solo tenían tres cadáveres pero que ya estaban identificados por sus familias y que esa tarde los llegarían a traer.
Esta versión contradice la versión oficial, según la cual Munguía murió desde el ocho de mayo y permaneció todo ese tiempo en la morgue sin que lo reclamaran.
Operadores de justicia desacreditados
Gonzalo Carrión, director jurídico del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), separa los tipos de tortura que se han dado en las protestas. Según Carrión, las personas que fueron detenidas en abril sufrieron golpizas, maltratos crueles inhumanos y degradantes. Sin embargo, las que han sido detenidas después de mayo han sido secuestradas por más tiempo e incluso han aparecido cadáveres con señales de tortura.
“En todo el mes de mayo se intensificó la tortura en estas detenciones practicadas por policías y fuerzas paramilitares”, dice Carrión.
En el caso de los cadáveres que se han encontrado con señas de torturas, Carrión explica que el problema es que en Nicaragua no se cuenta con un Instituto de Medicina Legal que haga peritajes confiables y creíbles.
“Los operadores de justicia, como el IML, están obrando a favor de la impunidad. Todas estas instituciones, lamentablemente, por subordinación a la dictadura, están desacreditadas”.
Pablo Cuevas, asesor jurídico de CPDH, dice que la tortura se ha utilizado durante estas semanas para castigar o sacar información.
LA PRENSA conoció un caso de un joven, que omitió su nombre, quien el viernes primero de junio fue interceptado por una camioneta Hilux, doble cabina, vidrios oscuros, sin placa. Lo apuntaron con un AK y lo obligaron a subir al vehículo. Fue llevado a un lugar, donde le colocaron una capucha y le pedían que confesara porque creían que era dirigente estudiantil.
“Me pusieron una capucha y me golpearon. Lo único que alcancé a ver fueron unas botas y pantalones de policías. Metían mi cabeza en un balde mientras me daban golpes. Cuando miraban que me ahogaban me sacaban. Lo hicieron como cinco veces”, dice.
Además del caso de Alexander Munguía, también ocurrió el caso de Keller Pérez Duarte, quien fue hallado el 28 de mayo en la Cuesta El Plomo con signos de tortura: sin dentadura, con fracturas en las piernas y evidentes quemaduras en la piel.
Otro de los casos más impactantes fue el de Carlos Flores Ríos, asesinado el 22 de abril en Ciudad Sandino con machetazos y evidentes signos de tortura. “Es un cuadro dantesco”, dijo Pablo Cuevas, de la CPDH, en aquel momento.
Según la denuncia, las manos de Flores Ríos estaban “prácticamente desprendidas, le cortaron los genitales y la cabeza”.
Sin antecedentes
A como el resto de las personas en Nicaragua, Margarita Mendoza miró la resolución del caso de su hijo, el pasado 23 de mayo, por televisión. “El Ministerio Público ha determinado que estamos frente a una eximente de responsabilidad penal, específicamente la causa de justificación de legítima defensa”, escuchó que leía la doctora Grethel Fernández, fiscal auxiliar del Ministerio Público.
A pesar de que el caso era sobre su hijo, no fue notificada por el Ministerio Público para estar presente durante la lectura. Y hasta el cierre de esta edición no ha recibido el documento, a pesar de que a diario va a la Fiscalía para pedirlo porque quiere apelar.
Según el comunicado 005-2018, Javier Munguía intentó robar una computadora a un grupo de estudiantes que estaban en la acera de una casa a las 8:15 p.m., del ocho de mayo. Portaba una pistola marca Colt, con la que apuntó a unas muchachas, quienes huyeron al interior de la vivienda.
No fue revelado el lugar donde ocurrió el hecho ni los nombres o datos de los estudiantes a los que Munguía supuestamente intentó asaltar.
“Uno de los universitarios, con la intención de salvaguardar su vida y la de los demás, se abalanzó sobre Munguía Mendoza, intentando despojarlo del arma, golpeándole el brazo derecho, forcejeando y solicitando ayuda. De inmediato, otro de los estudiantes se acercó por el lado izquierdo y continuaron forcejeando, logrando quitarle el casco. Los estudiantes antes referidos, siguieron forcejeando y caen al suelo junto a Munguía Mendoza, impactando el rostro de este contra el mismo. Un tercer estudiante auxilió a sus compañeros y logró desarmar a Javier Alexander Munguía Mendoza. Finalmente, los estudiantes logran tomar el control de la situación, enterándose en ese preciso momento que Munguía había fallecido”, dicta el documento.
Un récord de Policía que sacó Alexander Munguía el dos de mayo, dos días antes de desaparecer, prueba que no tenía antecedentes en la Policía Nacional.
“Yo lo que quiero es apelar esa sentencia porque no quiero que el caso de mi hijo quede así”, dice Mendoza. “Me lo mataron y me le siguen destruyendo su dignidad”.
Siempre que va a una entrevista o a la Fiscalía, Mendoza camina por las calles con la mente distraída, pensando en su hijo. A veces se desanima, se siente mal y quisiera abandonar todo. En el cuarto de su hijo ve la cama donde él amanecía, sus fotos colgadas. “Es un tormento. Siento que el mundo se me ha derrumbado”.
Munguía tenía novia pero no hijos. O al menos oficialmente, pues su mamá dice que en una ocasión le confesó que una muchacha estaba embarazada de él. “Yo quisiera saber si ese niño existe, porque eso sería lo único que me quedaría”, dice.
A los 18 años de edad Alexander Munguía era un albañil que quería ser ingeniero en computación. Para casi todos será uno más en una lista de muertes; una cara única entre decenas de carteles. Para Mendoza, su mamá, será un niño al que le borraron los sueños, con el que se han ido miles de circunstancias, miles de recuerdos.