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Roberto Rappaccioli en Diriamba en los años 70, luciendo su look más hippie. Él fue codueño de la discoteca la Tortuga Morada, un sitio icónico de ese movimiento cultural en Managua. LA PRENSA / Cortesía / Reproducción.

Roberto Rappaccioli en Diriamba en los años 70, luciendo su look más hippie. Él fue codueño de la discoteca la Tortuga Morada, un sitio icónico de ese movimiento cultural en Managua. LA PRENSA / Cortesía / Reproducción.

Viaje a la Managua hippie

Hippies de la Managua de los 60 y 70 nos ayudan a retratar el despertar de “sexo, drogas y rock and roll” que la capital de Nicaragua conoció hace 50 años.

Managua era un sleepy town. Un poblado de 10 calles adormecido y algo mojigato. Cuando la discoteca La Tortuga Morada apareció cerca del cine González, muchas familias conservadoras se escandalizaron. No pasó mucho tiempo antes que el lugar se llenara de ruidosas guitarras eléctricas, luces estroboscópicas y hordas de bailarines de alocada melena y pantalones campanudos. Muchos de los saltarines visitantes eran los hijos de esas familias. Desaparecían por las noches y se colaban al nuevo cajón negro de música pesada. Varios con el sistema nervioso activado por el cannabis o con porritos de marihuana listos para recibir su chispa.

Era 1968. Managua no se escapó de la tendencia que coloreó al mundo a finales de esa década y durante buena parte de los setenta. El mencionado local con nombre de reptil psicodélico ha sido mitificado desde entonces como el emblema del movimiento contracultural en el país, pero no fue el único punto de reunión. Otros cafés y discos que sucedieron a La Tortuga Morada también reclamaron aforo.

Lea el reportaje: Marihuana: ¿Ángel o demonio?

La Universidad Centroamericana y la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), a su vez, fueron importantes semilleros para el jipismo criollo. La curva histórica pronto introdujo a los hippies universitarios en el mundo de Marx, Lenin y el Frente Estudiantil Revolucionario (FER). Eran tiempos de Somoza. Eran tiempos de rebelarse contra los padres, usar vestimentas nuevas, andar las mechas largas y botar a un dictador.

Recordamos los días del pachulí, el rock, el sexo y la revolución con tres prominentes hippies de entonces: el empresario Roberto Rappaccioli, cofundador de La Tortuga Morada; Raúl Quintanilla, arquitecto y artista visual; y Freddy Quezada, sociólogo y catedrático de la UNAN que militó en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que botó a Somoza.

 Este era el rótulo original de la discoteca La Tortuga Morada en la Managua preterremoto. LA PRENSA / Óscar Navarrete
Este era el rótulo original de la discoteca La Tortuga Morada en la Managua preterremoto. LA PRENSA / Óscar Navarrete

El “Woodstock chiquito” de Managua

En agosto de 1969 desde Nicaragua se vivió un acontecimiento histórico: el festival de Woodstock, en Nueva York. Tres días de música, lluvia, sexo, paz y marihuana. Hubo dos muertos, pero uno fue por sobredosis y el otro porque se durmió debajo de un tractor y por el descuido terminó aplastado.
Cuatro años más tarde, en octubre de 1973, relata un reportaje sobre la marihuana de la revista Magazine, en la propia Managua se realizó lo que el historiador Roberto Sánchez Ramírez (q.e.p.d.) llamó “Woodstock chiquito”: el concierto de Carlos Santana a beneficio de los damnificados del terremoto de 1972. “Fue un Woodstock chiquito no solo por la música y el aguacero inoportuno, también por la cantidad de hierba que corrió”, detalla la publicación.
“Yo no sé de dónde salió tanta marihuana. La Policía no metió mano, se hubiera acabado el concierto. Comenzando por los músicos, todo el mundo estaba en su nota. Creo que es la vez que más se ha consumido marihuana en forma colectiva en este país. No hubo inhibiciones, nadie se cuidaba, todo el mundo estaba roleando públicamente”, dijo don Roberto para el reportaje.


 La discoteca La Tortuga Morada estaba ubicada tres cuadras al oeste del Teatro González, cerca de la Cafetería La India. LA PRENSA / Archivo
La discoteca La Tortuga Morada estaba ubicada tres cuadras al oeste del Teatro González (en la imagen), cerca de la Cafetería La India. LA PRENSA / Archivo

LA IMPORTACIÓN HIPPIE

El jipismo desembarcó en Nicaragua “como han llegado todas las cosas de afuera”, dice Freddy Quezada: por la clase media.

“La clase media nica recibió en los sesenta a Los Beatles y también a grupos competidores un poco más agresivos como Los Rolling Stones, The Doors y The Who, que hasta rompían sus guitarras en el escenario. Eso es lo que viene a Managua. Y quienes los reciben son la clase media alta de Nicaragua. Jóvenes varones, mujeres, que comienzan a desafiar a sus padres replicando el modelo hippie”, explica Quezada.

La Managua preterremoto exhibía a varones y mujeres que solían vestirse como si estuvieran uniformados. El traje y el vestido eran la norma. El jipismo coloreó la cosa y otorgó looks mucho más cómodos para ambos sexos. Overoles de mezclilla, pantalones campana, cotonas de colores vivos. Incluso hubo quienes modificaron sus camisas blancas Tricotextil con colorantes artificiales adquiridos en farmacias.

El modelo hippie desafiaba el status quo. Al establishment. En Estados Unidos los jóvenes pedían el fin de la guerra de Vietnam. En Nicaragua al tiempo pidieron el fin de la dictadura.

La importancia del movimiento, en palabras de Raúl Quintanilla, fue que propuso un nuevo sistema de vida y valores que eran ajenos al capitalismo somocista.

“El capitalismo era Somoza en aquella época”, recuerda Quintanilla. “La Era de Acuario implicaba una nueva visión ajena a la generación de nuestros padres. El derecho a ejercer el placer, el derecho a vestirte como querías, a usar el pelo largo, a cambiar estereotipos de género. Todo quedó en una nube de humo. Muchos hippies son grandes empresarios explotadores o políticos corruptos hoy en día. Con la caída del pelo vino la caída de los valores”.

Freddy Quezada, estudiante universitario en los años setenta, cuenta cómo era un día normal suyo como hippie de Managua:

“Te levantabas, te bañabas, la clases eran en la mañanita. Los vendedores de droga en la UNAN tendían la tienda a las 11:00 de la mañana, como si fueran los grandes empresarios. Esas clases eran muy de mañanita, a las 7:00 a.m. A mí me dio clases Moisés Hassan, Otoniel Argüello. Los que ya tenían su bolsita de mari se tiraban su joint antes de irse a clase. Con su papelito delgado para que tuviera mejor combustión el encendido. Si estabas con los bróderes entonces compartías antes de entrar a clases. El que no tenía ni verga, pero tenía reales, esperaba a que abriera la tienda a las 11:00 y la compartía con los bróderes. No es un vicio individual. Despierta un ánimo de compartir. Un rito casi sagrado de compartirlo con música, guitarras”.

Freddy Quezada de joven, cuando era hippie. LA PRENSA / Cortesía
Freddy Quezada de joven, cuando era hippie. LA PRENSA / Cortesía

 

Freddy Quezada, catedrático en la UNAN Managua. LA PRENSA / Óscar Navarrete
Freddy Quezada, catedrático en la UNAN Managua. LA PRENSA / Óscar Navarrete

Gobierno hippie

Rosario Murillo, la vicepresidenta de Nicaragua y primera dama, es hippie. Viajó a Inglaterra en los años sesenta. Los Beatles, los Rolling Stones y la contracultura estaban en su apogeo. “La influencia que tuvo en Murillo es notoria en su estilo: gafas al estilo de John Lennon, vestidos floreados y coloridos, anillos, collares, aretes brillantes de todo tamaño y forma y el característico símbolo de amor y paz”, describe un perfil sobre la política publicado en Revista Domingo.
Como parte de ese estilo característico suyo, Murillo estableció que toda la papelería oficial del Gobierno sea de colores vivos y psicodélicos. Mandó a “plantar” cientos de árboles de la vida por toda la capital e incluso hizo covers de canciones de Los Beatles y de Lennon para la propaganda de su partido, un Frente Sandinista que ha ido cambiando el tradicional rojinegro por el amarillo, el rosado chicha y el cian.

Vea también el fotorreportaje: Moda a lo Rosario Murillo


TORTUGA, ESPIRITUALIDAD Y PLACER

La primera casa para hippies de Managua no comenzó como tal. Roberto Rappaccioli la cofundó con su amigo Gilberto Lacayo. Le pusieron La Tortuga Morada porque Roberto había estudiado en Florida y había una sorbetería llamada Pink Elephant (Elefante Rosado) y les gustó mezclar a un animal con un color.

A la inauguración, en agosto de 1968, llegó la crema y nata de la sociedad pinolera. Perfumes caros, laca en el pelo y ropa de etiqueta. Están todos inmortalizados en la contraportada de un vinilo de Los Rockets, un grupo de rock nicaragüense que llegó a tocar todas las semanas a La Tortuga Morada.

El lugar tuvo un éxito inmediato. Rappaccioli y Lacayo compraron en Florida luces psicodélicas, ultravioletas y estroboscópicas. Pintaron las paredes del boite en negro y pegaron afiches que lucían fluorescentes con la iluminación bien planificada. No era un sitio muy grande, pero era tan exclusivo que Hope Portocarrero, esposa del dictador Anastasio Somoza Debayle, llegaba seguido con amigos suyos del extranjero para que “vieran lo que había en Nicaragua”, cuenta Rappaccioli.

La disco no fue planeada como hippie, pero su vocación se reveló en seguida.

“Nosotros queríamos que consumiera licor, queríamos que se picaran”, dice Rappaccioli. “Pero ya estaban saliendo los Beatles, las modas de afuera y ella sola se fue transformando en hippie. La gente ya andaba las mechas largas. Era como un reto. Una vez la Guardia Nacional pasó una orden de que el que anduviera el pelo largo se lo llevaban preso. La Tortuga tenía fama que se fumaba mari. Esa es influencia de la época. Muchos ya venían fumados o salían para fumar”.

La portada del disco que Los Rockets grabaron en La Tortuga Morada. LA PRENSA / Archivo
La portada del disco que Los Rockets grabaron en La Tortuga Morada. LA PRENSA / Archivo

Es difícil que los bailarines y fiesteros no fumaran dentro. La Tortuga Morada era conocida por su fortísimo olor a pachulí, esa planta asiática y aromática que despedía un olor más poderoso que el de cualquier otra hierba que se quemara.

El catedrático Freddy Quezada dice que a Nicaragua llegó el jipismo del pelo, la música, la ropa y las drogas blandas y duras, pero no el de la espiritualidad.

Para él, la dimensión espiritual del movimiento se componía de tres partes:

1) La defensa de la diferencia frente a la homogeneidad. Esto implicaba los derechos de las mujeres, las personas homosexuales, los negros y otras minorías.

2) El pacifismo activo y la búsqueda de la paz. Mayormente por el fin de la Guerra de Vietnam y de las políticas invasivas de Estados Unidos.

3) La defensa de las comunidades étnicas. La reconciliación con los aborígenes. “Aquí les valía verga eso a los nicas”, precisa Quezada. Y sostiene que más bien se hicieron revolucionarios. Se mezclaron.

Por su parte, el artista Raúl Quintanilla cree que había un poco de todo. “Desde la gente que solo quería estar arriba buscando su nirvana químico”, argumenta Quintanilla, “hasta la gente que comprendía que el movimiento hippie estaba vinculado al movimiento de los derechos civiles y la liberación de las mujeres. Y la libertad de expresarte fue fundamental. También es cierto que la liberación sexual empezó a ocurrir entonces. Especialmente con las chavalas, aunque el machismo siguió imperando”.

Quezada dice que ese “jipismo salvaje” del placer que se manifestó en Nicaragua, se “refinó y espiritualizó” en las universidades.

“El quemoncito se vuelve dirigente estudiantil revolucionario. Entonces viene el problema de la doble moral. Primero, el dirigente estudiantil revolucionario, que después pasaron a ser todos los comandantes guerrilleros, ministros, embajadores del gobierno revolucionario que triunfó. Todos estos chavalos y chavalas se tronaban (se drogaban). Vos llegabas al CUUN (Centro Universitario Nacional; una unión de estudiantes) y sentías la patada (el fuerte olor a marihuana). Vos sabías que se estaban matando ahí”, recuerda Quezada.

Roberto Rappaccioli en Nueva York en los años 70 con su look más hippie.  LA PRENSA / Cortesía / Reproducción

 

Roberto Rappaccioli, cofundador de La Tortuga Morada y dueño del ecolodge La Tortuga Verde. LA PRENSA / Óscar Navarrete

Mick y Bianca Jagger

El cantante de los Rolling Stones, el mítico grupo de rock de la era hippie, conoció a la nicaragüense Bianca Pérez en Francia, donde ella era modelo, pero en los setenta la pareja vivió un tiempo en El Crucero, al sur de Managua, y una vez Roberto Rappaccioli los encontró en la playa Casares, en Carazo.
“Estaba bañándome en Casares cuando a mi lado pasó Mick Jagger con Bianca. Yo había viajado antes a Inglaterra y vi a Pink Floyd, pero jamás imaginé ver al cantante de los Rolling en Nicaragua”, cuenta Rappaccioli.

Mick y Bianca Jagger. LA PRENSA / AP / Archivo.
Mick y Bianca Jagger. LA PRENSA / AP / Archivo.

Tres mitos de los hippies

Un artículo de 2017 del Washington Post, escrito por un profesor de Historia de la Universidad de Baltimore, desmitifica la cultura hippie en tres aspectos:

Son de los sesenta. El artículo ubica el verdadero boom hippie a lo largo de la década de los setenta y no de la anterior, pues en esta fue que aparecieron, pero su moda tuvo eco mundial años más tarde.

Protestaban en las calles. “Si bien es cierto que algunos grupos contraculturales mezclaron políticas radicales con un estilo de vida hippie, los protestantes antiguerra y los hippies eran usualmente unos grupos diferentes”, explica la publicación. Los hippies priorizaban la iluminación espiritual, la construcción de comunidades y, por supuesto, el lema “sexo, drogas y rock and roll”.

Liberación sexual. Para el historiador Joshua Clark Davis, los hippies no eran exclusivamente sinónimo de sexo libre. De hecho, cita estudios que demuestran que muchísimos adeptos de este fenómeno cultural eran más bien monógamos y heterosexuales, y que, en algunos casos, después de noches desenfrenadas, muchos jóvenes experimentaban arrepentimiento. Eso sí, el autor expone que en barrios hippies de grandes ciudades sí abundaron las violaciones y los abusos sexuales. En su casi totalidad de hombres a mujeres.


LOS REVOLUCIONARIOS ERAN HIPPIES

Muchos de los revolucionarios que terminaron por sacar a Anastasio Somoza Debayle del poder en 1979, entonces, fumaban marihuana, escuchaban a Los Beatles y usaban una comunidad de colores en sus atuendos.

“Era la unión de Bob Marley y John Lennon con Che Guevara”, explica Quezada. “Ellos en su cabeza eso no lo lograban separar. Eso del 75 al triunfo de la revolución”.

Quezada es profesor de varias asignaturas en la UNAN. Nunca abandonó realmente el recinto donde antes fue dirigente estudiantil y miembro del Frente Sandinista. La entrevista se da en la sala de profesores, en su oficina. Su poblado bigote es algo así como su marca personal desde hace tiempo, pero también lo es su lenguaje coloquial entre el cual brota el conocimiento que ha adquirido en paralelo con las canas.

—¿Es posible que Carlos Fonseca también fumara marihuana?
—¡No, no! Esos virtuosos. Esos son los santos. Ni cigarros. Ni quiera Dios una vulgaridad. Estamos hablando de los dirigentes que se hacen revolucionarios del 75 para acá. De esos te puedo dar fe. Pero no te puedo dar nombres porque muchos de ellos están vivos y si eso sale en un periódico me pueden demandar. Los revolucionarios tienen que guardar una imagen virtuosa. No podés decir: “Este hijueputa se tronaba. Este mae se inyectaba. A este mae yo lo vi comiendo hongos. A este otro yo lo miré desnudo, en la UNAN, saliendo de una fiesta y ahora se las da de comandante guerrillero. Yo lo miré echando un jurado (violando) a una chavala allá por el bosque”. Estoy hablando de figuras sin dar nombres, pero de que sucedieron esas cosas, sucedieron. Y ellos no se avergonzaban antes del triunfo de la revolución. La mayoría de ellos eran quemones, pero al llegar al poder sepultaron su pasado hippie. Ahora, cuidado decís que viste a uno salir desnudo de una fiesta de la UNAN a medianoche, bieeeen hasta el bollete de leche o con la muerte blanca vomitando en medio de la calle. No te los podés imaginar así. La imagen que ellos proyectan es una imagen de virtud. Si es un escándalo que Bayardo Arce sea borracho. No puede ser borracho.

Para Quezada, la figura del quemón de marihuana y el revolucionario es indivisible. Y llegó a serlo también para Somoza, que en los setenta comenzó a perseguir por igual a sandinistas y a quemones.
“Eso yo lo vi en la universidad con mis propios ojos”, dice Quezada. “Esa revolución la hicimos estudiantes. A veces me digo que la revolución la hizo la UNAN”.

En esa universidad, en “el 12”, ahora llamado Auditorio Fernando Gordillo, decenas de dirigentes estudiantiles daban discursos antisomocistas de día y decían “presente” para los jolgorios de noche.

El catedrático Freddy Quezada en la UNAN Managua con el auditorio 12 Fernando Gordillo a sus espaldas. Un "palacio de los discursos y de los placeres", según recuerda Quezada de la época más hippie de esa universidad. LA PRENSA / Óscar Navarrete.
El catedrático Freddy Quezada en la UNAN Managua con el auditorio 12 Fernando Gordillo a sus espaldas. Un “palacio de los discursos y de los placeres”, según recuerda Quezada de la época más hippie de esa universidad. LA PRENSA / Óscar Navarrete.

“El 12 no solamente era el palacio de los discursos, sino el palacio de los placeres. Era Kant, era Hegel y era Sade. Era una cantina y era un parlamento”, explica el catedrático. Por la noche, hombres y mujeres salían borrachos, fumados y “elevados” por alguna otra droga a tener sexo en los alrededores. La UNAN era más pequeña que en la actualidad y las zonas verdes hacían las veces de lechos de placer.

“Lo que dice Freddy es básicamente cierto”, se le une Raúl Quintanilla. “La generación de comandantes guerrilleros surgió en la década de los tardíos sesenta y tempranos setenta. De hecho todo el bacanal sirvió para aprender la famosa compartimentación. Sirvió para ser discretos y para inventar códigos que solo la raza entendiera. Una vez la Guardia somocista confunde a Armando Paladino (batero de Los Rockets) con Carlos Fonseca Amador (fundador del FLSN). Ni Paladino era sandinista ni Carlos Fonseca tocaba la batería, pero la Guardia miraba lo que quería”.

Quezada y Quintanilla no tienen problema con hablar del jipismo y de su jipismo de otrora. Incluso han grabado recientes programas de televisión al respecto. Rappaccioli se incomoda un poco. El dueño de la discoteca más popular del despertar hippie de Managua dice que se ha transformado.

“Antes era un joven morado y ahora soy un viejo verde. Pero verde solo por lo ecológico”, dice con humor en su apacible morada en Diriamba, Carazo. Ya no lleva el pelo y la barba largos de sus fotos en el Central Park neoyorquino, pero siempre proyecta una imagen relajada y más bien pacifista. Ahora maneja un ecolodge en Diriamba, donde vive, y le puso un nombre curioso: La Tortuga Verde. El símbolo no muere.

Roberto Rappaccioli en Diriamba en los años 70, luciendo su look más hippie. Él fue codueño de la discoteca la Tortuga Morada, un sitio icónico de ese movimiento cultural en Managua. LA PRENSA / Cortesía / Reproducción.
Roberto Rappaccioli en Diriamba en los años 70, luciendo su look más hippie. Él fue codueño de la discoteca la Tortuga Morada, un sitio icónico de ese movimiento cultural en Managua. LA PRENSA / Cortesía / Reproducción.

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