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Celebración en la Semana Mayor

La Semana Mayor diagrama una pausa en la rutina. Es un oasis de fondo para el espíritu. Rompe los esquemas ordinarios de la trivialidad. Esa debe ser la realidad de su motivación. Sin embargo, se diluye en la mixtura: es santa y es pagana. Pero lo más dolorido para la pulcritud del alma es que tiende a ser más pagana que santa.

Transmutada en una semana estirada de vacaciones donde el temperamento común se convierte en sede de la arena. Lejos de esos predios está el quietismo amoroso de la oración, la unidad sana de la familia. No pocos templos sufren el vacío mientras los mares, los ríos y cualquier densidad húmeda están llenos del movimiento de los discípulos de su majestad en ese momento, el influyente Baco ante el cual se postran las multitudinarias debilidades. Recurrentes son las paradojas en el anuario cuyo prolongado período de celebración engorda los saldos de la tragedia. Semana de Pascua en vez de ser el efecto de la felicidad es la incitación a la crónica roja exhibida en toda su complejidad. Son realidades que no pueden ocultarse, acaecimientos reflejados en las páginas y las ondas públicas de la información.

Viene ahora la otra portada que recibo con racional beneplácito, la que muestra el frontis de los templos, su mística interioridad —los altares— colmados por la asistencia de los fieles adheridos a la liturgia, a las procesiones donde veneran al santo de turno, a los santos entierros, a las misas donde se enseña y se entrega el cuerpo de Cristo. Cierto es que ha disminuido el dolor ante el trayecto conmovedor de la Pasión, cierto que no todo es negativo. Un factor para mantener viva la devoción en toda la semana, lo constituye la proliferación de las parroquias. La parroquia, sin temor a equivocarme, tiene su propia agenda y eso facilita la presencia de los fieles. Se juntan en el sector que les corresponde. Misas puertas adentro y procesiones afuera en un doble y cautivante propósito. Vivas al trono celestial en la calle, consternación en el santo entierro sin que por eso no se supedite a la superioridad jerárquica que tiene su silla en el Vaticano. La Iglesia no delibera. Es axiomática. La suya es una dictadura celestial.

Hay tantas formas sanas de celebrar Semana Santa sin que ellas sacrifiquen los atributos de la alegría. Llevar —ejemplo— el atuendo melódico mediante los coros del oratorio. Juan Sebastián Bach fue concebido para oírse con la unción festiva. Vigentes sus pasiones sobre la muerte y la resurrección del Salvador. Puede verse en la instrumentación al cielo desde la tierra. Música cargada de nubes en ascenso es el oratorio de otro memorable de la creación: El Mesías, de Handel. Pero también en Nicaragua tenemos a espléndidos valores de la música sacra, Alejandro Vega Matus, Carlos Alberto Ramírez, Luis Abraham Delgadillo. Vega Matus dejó la marcha del Santo Entierro con los aderezos de la fanfarria, con la suntuosidad que permiten los pasos piadosos, la ortodoxia. Cómo no quisiera coincidir con la puesta del sepulcro donde Carlos Martínez Rivas, poetiza la función del Viacrucis. En Semana Santa se deben sentir la obra musical fúnebre de Vega Matus y la obra poética de Carlos Martínez Rivas, dos géneros en el magistral equilibrio.
Hay tanto que celebrar en la Semana Mayor.

El autor es periodista.

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