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Juan Carlos Ampié, crítico de cine.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine.

El Día de las Madres

El Día de las Madres es el tipo de película diseñada para no retar demasiado a la audiencia. El humor es básico y anticuado.

El veterano Garry Marshall, legendario creador de comedias para cine y televisión, ha encontrado una cantera que le permite mantenerse activo en su vejez. Construye comedias temáticas escenificadas en un día emblemático del calendario, en una ciudad pintoresca, con una serie de historias cruzadas en clave romántica. El Día de San Valentín (2010), desarrollada en Los Ángeles, abrió el ciclo. Año Nuevo (2011) se trasladó a Nueva York. Por alguna razón —¿subsidios de producción?— El Día de las Madres tiene lugar en Atlanta y no en San Francisco. Quizás están guardándola para Halloween.

El protagonismo se reparte en muchos personajes, pero el ancla es Sandy (Jennifer Aniston), madre divorciada con dos niños, confrontando el matrimonio de su exesposo (Timothy Olyphant) con Tina (Shay Mitchell), una sexy veinteañera. Kristin (Britt Robertson) es una joven con una bebé recién nacida, renuente a casarse con su novio (Jack Whitehall) por traumas del pasado. Jesse (Kate Hudson) tiene años de no hablar con su madre (Margo Martindale), alienada por el racismo que mostró al conocer a su novio (Aasif Mandiv), un médico originario de India. Su hermana Gabi (Sarah Chalke) pone en marcha un reencuentro, a pesar de que oculta su matrimonio con otra mujer (Cameron Esposito). Bradley (Jason Sudeikis) es el amoroso padre de dos niñas, veterano de guerra y viudo, anticipando con aprensión la fecha titular, pues será el primero después de la muerte de su esposa (Jennifer Garner, quien aparece brevemente en un video de karaoke). El elemento más misterioso viene de la mano de Miranda (Julia Roberts), estrella de un canal de ventas por TV.

No deje que el suspenso lo agobie. Todo se resolverá antes del llanto final. El Día de las Madres es el tipo de película diseñada para no retar demasiado a la audiencia. El humor es básico y anticuado, del tipo que encuentra hilarante a la gente obesa y los enanos, y no duda en nombrarlos cariñosamente “Pequeñito” y “Chaparro”. Pareciera que los tres guionistas están escribiendo chistes para un cómico de Vaudeville que se presenta en un asilo de ancianos. La sentimentalidad está subrayada por una partitura musical hiperactiva, que no duda en remarcar cada emoción con un piano patético. En la proyección a la cual asistí, suficientes personas rieron, con suficiente frecuencia, como para justificar su estatus de comedia. La película traiciona su calidad contemporánea en las actitudes sociales: el divorcio es normal, y el matrimonio entre personas del mismo sexo es tan válido como el de las parejas heterosexuales.

Debo reconocer que el nivel de compromiso de algunos actores es encomiable. Aniston es una maestra del ritmo, construye risas con puro comportamiento, donde no hay absolutamente ninguna materia prima. ¡Que alguien le dé un buen papel cómico, pronto! Roberts, quien tuvo un éxito temprano de taquilla de la mano de Marshall con Pretty Woman (1990), devuelve el favor con una actuación que proyecta majestuosidad, ocultando el vacío del personaje. Es curioso, cómo un producto anticuado como este, florece en la era dorada de la comedia. En la televisión norteamericana, series como The Last Man on Earth rompen el molde, otras como Fresh off the Boat honra el clasicismo del “sitcom” familiar. En Netflix, The Unbreakable Kimmy Schmidt y Lady Dynamite, exprimen risas de la oscuridad. Incluso en el cine, Paul Feig ha servido merecidas carcajadas con Bridesmaids (2011) y Spy (2015). A la par de ellas, El Día de las Madres parece una pieza de museo. Pero yo no le resiento su diversión a nadie.

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