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Knock Knock: Seducción Fatal

El regreso de Keanu Reeves al buen favor del público inició con John Wick (2014) y bien puede que termine con Knock Knock: Seducción Fatal.

El regreso de Keanu Reeves al buen favor del público inició con John Wick (2014) y bien puede que termine con Knock Knock: Seducción Fatal. Estamos ante un remake de Death Game (1977), una vieja película amarillista de bajísimo presupuesto, típico ejemplo del “grindhouse” producido en las márgenes de Hollywood. La conexión no es reconocida oficialmente en los créditos de la nueva versión, pero las protagonistas de la original, Sondra Locke y Colleen Camp, así como el director Peter S. Traynor, figuran como productores.

El director revisionista, Eli Roth, abandona la violencia gráfica del porno-horror que explotó en la franquicia Hostel (2005-2007) para explorar el terror psicológico en clave precaria.

Evan Webber (Reeves) es un buen tipo. Lo conocemos despertando el día de su cumpleaños, en compañía de su esposa, Karen (Ignacia Allamand) y sus dos pequeños hijos. Su casa, moderna y elegante, delata su éxito. Ella es una escultora preparando la exhibición que coronará su carrera. Él es un famoso arquitecto. Por razones poco convincentes queda solo en su casa durante un fin de semana largo. En medio de una noche tormentosa, alguien toca a su puerta. Se trata de Génesis (Lorenza Izzo) y Bel (Ana de las Armas), dos muchachas que aseguran haberse perdido en busca de una fiesta. El buenazo de Evan las invita a entrar para secarse y llamar a un taxi. La incómoda conversación entre extraños se transforma en un juego de seducción, que termina convirtiéndose en un trío sexual. Al despertar, el hombre descubre que se ha convertido en un rehén en su propia casa. Y las seductoras noctámbulas son en realidad un par de arpías enloquecidas.

El thriller de “invasión casera” ha sido explotado hasta la saciedad. Incluso, el cerebral director austriaco Michael Haneke lo desmanteló dos veces, primero en clave europea en Funny Games (1997) y después a la norteamericana en el remake Funny Games U.S.A. (2007).

Ambas películas practican una autopsia en el mecanismo dramático de estas narrativas y denuncian la implicación de la audiencia en un ejercicio de sadismo moralista. Los espectadores —y los cineastas— disfrutan el morbo de la premisa y después se regodean con el castigo cósmico que sufre el protagonista.

Apartando la familiaridad, el mayor problema de Knock Knock es su artificialidad. Es una coproducción chileno-norteamericana dispuesta a anular cualquier especificidad cultural. Fue filmada en Santiago, tratando de hacerla pasar por Los Ángeles. La esposa y las invasoras son hispanas, pero más allá de algunas palabras en español, la etnicidad no aporta nada. Peor aún, las villanas solo sirven para invocar el estereotipo de la “latina caliente” en clave de pesadilla.

Génesis y Bel son como una Sofía Vergara demente. Este es uno de los mayores riesgos de las coproducciones internacionales: neutralizar cualquier sabor local en afán de aspirar a un acabado que pretende emular a Hollywood. El guion está lleno de líneas que suenan incómodas en las bocas de sus actores. La fotografía, plana y monótona, muestra la peor cara de la tecnología digital.

La película está desprovista de cualquier subtexto que hubiera aportado algo de sustancia. La versión original, por la época en que se hizo, tendría algún asidero en la ansiedad burguesa frente al desenfreno de la contracultura. O la amenaza que significaba para los machos de antaño el creciente empoderamiento de las mujeres. Aquí hay vagas intimidaciones de que Evan no termina de asumir su madurez, pero apenas se registra como una transgresión menor.

Los actores, bastante capaces, se convierten en maniquíes, en una pobre excusa de película.

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