La celebración de las Fiestas Patrias debería unir a todos los nicaragüenses por encima de sus diferencias de cualquier clase. O cuando menos debe de ser una oportunidad para reflexionar sobre las experiencias del pasado, la problemática del presente y las expectativas del futuro de un país que supuestamente es de todos sus habitantes.
Lamentablemente, Nicaragua no es en la actualidad una patria para todos los nicaragüenses. La frase de José Martí de que la patria “es ara, no pedestal. Se la sirve, pero no se la toma para servirse de ella”, es una certera definición de lo que ocurre en el país actualmente.
Quienes detentan el poder en Nicaragua no son servidores de la patria, sino que se sirven de ella para hacer y aumentar sus fortunas personales y familiares.
No puede ser una patria para todos un país donde el partido político gobernante, o sea una parte minoritaria de la sociedad, hace ondear su bandera en todos los centros y espacios públicos: escuelas, institutos, universidades, oficinas gubernamentales y estatales, teatros, plazas, parques, vehículos etc., que son patrimonio de todos los nicaragüenses, no solo de una parte de ellos.
No puede ser una patria verdadera un país donde las instituciones del Estado están sometidas a un partido y al servicio de una familia y de un individuo que ejerce el poder político con pretensión de monarca vitalicio.
No es una verdadera patria un país en el cual unos pocos tienen seguridad jurídica y el clima necesario para hacer grandes y lucrativos negocios, pero la mayoría de las personas vive marginalmente y muchos tienen que fugarse hacia el extranjero, para buscar allí lo que en su propia tierra no pueden o no se les permite encontrar.
Sin duda que es una gran cosa, que el Gobierno y la cúpula de la clase empresarial de Nicaragua tengan un mecanismo de diálogo que le permite al país tener estabilidad económica, para facilitar la llegada de inversiones e impulsar el crecimiento económico, aunque todavía no sea suficiente para sacar al país de la pobreza.
Pero de igual manera, el Gobierno debería establecer también un mecanismo de diálogo permanente con la sociedad civil y con los partidos políticos, para consensuar acuerdos de interés común y hacer los ajustes institucionales que requiere una patria que es —o más bien dicho, debería de ser— de todos los nicaragüenses.
Han pasado ya quince meses y tres semanas desde que los obispos católicos de Nicaragua le pidieron a Daniel Ortega, en una carta que hasta hoy sigue sin respuesta, abrir un camino de “diálogos transparentes y confiables entre el Gobierno, los partidos de oposición y la sociedad civil, que lleven a un entendimiento entre los distintos sectores de la sociedad y cristalicen en un auténtico consenso democrático y un nuevo pacto social que asegure estabilidad política, jurídica, social y económica al país y que afronte los grandes problemas de la población”.
Quienes eso piden aman a la patria. El que no escucha ni atiende ese pedido es un ser antipatriótico.
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