Por Amalia del Cid
Nicaragua es poco menos que una miga de polvo en el mapa mundial, apenas el 0.026 por ciento de la superficie terrestre, y en una porción tan pequeña del planeta las probabilidades de sacarse la lotería cósmica y recibir la visita de un meteorito son bastante bajas. “Una en un millón, para tener una idea”, dice el astrónomo Julio Vannini. A pesar de ello, hay anécdotas y teorías recientes sobre “aerolitos nicaragüenses”. Desde la fantástica historia de un general rebelde que a comienzos del siglo pasado murió por un meteorito, hasta gigantescas formaciones cratéricas que ciertos astrónomos atribuyen a antiguos impactos.
Recientemente surgió un nuevo caso. El sábado 6 de septiembre hubo una explosión en Managua, cerca del Aeropuerto Internacional y la Fuerza Aérea, y el estallido removió mucho más que tierra y rocas. La hipótesis sobre el posible origen meteorítico del cráter que apareció en la zona generó toda clase de especulaciones y chistes, frutos del incrédulo ingenio de la población. Algunos expertos abrazaron de inmediato esta suposición; pero otros, entre ellos astrónomos nicaragüenses y de la NASA, la descartaron casi desde el momento en que el Gobierno la presentó.
Quizás sea la primera vez que un posible meteorito se convierte en broma nacional, pero hace algunos años, bólidos en el cielo nicaragüense también causaron revuelo. Excepto uno que al parecer fue tan particularmente sigiloso que a la fecha aún es desconocido por astrónomos e historiadores. Se trata del que fue citado por Wilfried Strauch, científico asesor del Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (Ineter), la tarde del domingo 7 de septiembre, cuando compareció ante los medios de comunicación para dar a conocer la caída del meteorito y explicar el fenómeno.
Después del estallido, Strauch fue a revisar los sismogramas y se acordó “de un evento que ocurrió en 1997 cuando cayó un meteorito cerca de Managua”. En la conferencia de prensa dijo que los fenómenos le parecieron “bastante similares”. Y esa fue la primera vez que Julio Vannini y David Castillo Pacheco, astrónomos, y Bayardo Cuadra, historiador, escucharon sobre este meteorito.
Otros casos están ahí, sobreviviendo en las páginas de la historia. Mientras más “se aleja uno en el tiempo, hacia atrás, más difícil es encontrar registros de meteoritos, porque no había elementos técnicos ni científicos y todo se limitaba a una cuestión visual”, señala Cuadra. Quizás por esa razón muchos quedaron en meras anécdotas, como la de Pablo Castilliano, el desafortunado general.
Managua asustada
Hace casi un siglo, el 11 de mayo de 1915, el cielo nocturno de Managua se iluminó “como de día” por varios segundos y en la ciudad empezó el pánico por el “fenómeno nunca antes visto”. Miles observaron cómo una bola de fuego cruzaba el firmamento, de suroeste a noroeste, y diez minutos más tarde oyeron un estampido que parecía salido de un cañón de 12 pulgadas, seguido de un “ruido sordo y prolongado”. El Diario Nicaragüense registró el acontecimiento y el archivo se encuentra en el Instituto de Historia.
Tras la explosión, en la capital se vivió un ambiente de terror. Muchas mujeres tuvieron ataques de nervios y “no pocas personas cantaron el Santo Dios”. El gentío se aglomeró en las calles y las esquinas para compartir versiones sobre el fenómeno, que se percibió hasta en Juigalpa. El corresponsal de El Diario Nicaragüense en esa ciudad informó que el bólido hizo explosión a unas nueve leguas (unos 43 kilómetros) en dirección a oriente y ahí se dividió en numerosos “fragmentos luminosos” con un efecto semejante al de los cohetes de luces. Después de eso, apuntó el periodista, se escucharon tres detonaciones. “La primera impresionante y las otras menos intensas”.
“Contaba mi abuelita que a inicios del siglo pasado en Granada se vio una bola de fuego que fue a caer al lago”, afirma Julio Vaninni, presidente de la Asociación Nicaragüense de Astrónomos Aficionados (Anasa). Y hace poco el científico nicaragüense Jaime Incer Barquero señaló que su padre solía hablarle sobre “un bólido muy brillante” que en 1915 pasó sobre Nicaragua y posiblemente entró en el Océano Pacífico. En otra ocasión, allá por los años cuarenta o cincuenta, él, personalmente, observó un meteoro que iba hacia el Sur.
Cada año hay de ochenta a cien impactos de meteoritos en la Tierra y buena parte de esa materia cae en zonas donde difícilmente puede ser hallada, explicó recientemente Incer Barquero en una entrevista concedida al Canal 100% Noticias. De modo que si en Nicaragua se hiciera un recuento de material meteórico, dijo, podría encontrarse mucho entre arenas volcánicas o bosques. No en balde la zona más antigua del país, Nueva Segovia, tiene unos 150 millones de años.
El valle de Pantasma
Como un José Arcadio Buendía de nuestros tiempos, David Castillo Pacheco recorrió durante cuatro días el redondo valle de Pantasma, en Jinotega. Pero no llevaba lingotes de hierro, sino magnetómetros. Y no buscaba oro, sino piedras que le permitieran probar la hipótesis de que ese cráter, de unos 12 kilómetros de diámetro, se originó en algún colosal impacto, hace millones de años. Era julio de 2009 y en su expedición lo acompañaron varios expertos, entre ellos un austriaco buscador de meteoritos.
Desde entonces, Castillo Pacheco, presidente de la Asociación Científica de Astrónomos y Astrofísicos Nicaragüenses (Astronic), tiene una piedra negra, lisa y pesada que muestra para dar fe de que en el cráter de Pantasma hay material meteórico. Según él, en esa roca se encontraron elementos que indican que podría tratarse de un fragmento de aerolito y a esa posibilidad se aferra.
Sin embargo, el geólogo William Martínez ha mapeado la zona en varias ocasiones y es rotundo cuando afirma que la depresión de Pantasma “es obviamente una caldera volcánica muy típica”. Y considera que la idea de que es “remanente de un impacto meteórico”, planteada originalmente por un astrónomo aficionado alemán en 2006, es “absurda” y “solo podía tener asidero en Nicaragua” donde falta una “plataforma científica”.
La caldera de Pantasma debe tener unos cincuenta o sesenta millones de años y se formó “sobre la base de mucha actividad volcánica”, dice Martínez. Asegura que el cráter en cuestión “tiene todos los tipos de rocas de las diferentes edades. Son rocas célticas, cilicatos de aluminio y potasio, y cilicatos de magnesio. O sea, la típica composición de evolución de un cuerpo volcánico”.
Leo Kowald, el alemán autor de la hipótesis del origen meteórico, concibió la idea durante “un vuelo” en Google Earth. En su exploración encontró la enorme oquedad de Pantasma y la comparó con el “casi idéntico” cráter de impacto de Goat Paddock, en Australia.
El valle de El Corozo
A cuatro kilómetros de Muy Muy, en Matagalpa, se encuentra la comarca de El Corozo. Ahí está la estructura montañosa que don Octaviano Gutiérrez conoce como “caldera volcánica” o “comal”, una depresión de unos tres kilómetros de diámetro que más de una vez se ha atribuido a un impacto de aerolito.
El redondel de rocas se levanta a unos 270 metros sobre el valle, tiene una profundidad de cuatrocientos metros y sus tierras están cultivadas con maíz o son usadas para el pastoreo de ganado, cuenta don Octaviano, de 71 años. La mayor parte de la “caldera” está dentro de su finca.
La “muralla” de El Corozo —anotó el historiador Julián N. Guerrero en su Diccionario Nicaragüense Geográfico e Histórico —, “tiene una similitud perfecta con los círculos amurallados de la Luna; y aún sospechan con mucha razón que puede haber sido formada por el impacto tremendo de un aerolito, en los años antiguos, cuyo suceso no pudo recoger la historia”.
Algo parecido escuchó don Octaviano cuando era niño, en las conversaciones de sus abuelos maternos. “Los viejitos de antes eso decían. Algo oyeron de un meteorito”, dice. Él cree que el “comal” de El Corozo es volcánico y cuenta que hay zonas donde las piedras están oxidadas o son tan duras que es imposible que entre una cova.
El geólogo William Martínez no ha estudiado el caso de El Corozo, pero está seguro “en un 99 por ciento” de que “las estructuras más grandes” de Nicaragua son calderas volcánicas. Por otro lado, dice, “si un meteorito grandote hubiera impactado Nicaragua en el pasado, eso ya se sabría. Es muy difícil, no improbable, pero muy difícil”.
General Castilliano
En los archivos de la Universidad de Harvard hay un documento dedicado a la Astronomía Popular y en los apuntes sobre meteoros se encuentra la trágica e increíble historia de un militar llamado Pablo Castilliano.
El general Castilliano, un rebelde que se había levantado contra el gobierno de José Santos Zelaya, murió en su tienda una noche de 1906 “en un campamento asentado en una selva cercana a Puerto Cabezas”. No por las armas del enemigo, sino por la caída de un meteorito. Y de inmediato los nativos abandonaron la rebelión, pues vieron en Castilliano a un “emisario del diablo” e interpretaron su muerte como un castigo de Dios.
El soldado Melville S. Lyons escuchó la anécdota en 1922, durante una estadía en Nicaragua, y en 1930 el Consulado investigó el caso, pero no halló pruebas para verificarlo. El general Juan José Estrada, quien tomó posesión como gobernador e intendente del antiguo departamento de Zelaya en 1906, aclaró que en ese tiempo Puerto Cabezas todavía no existía y que las autoridades de la zona nunca reportaron un levantamiento contra el gobierno ni la fantástica muerte de Pablo Castilliano.
El reverendo Guido Grossmann, que en 1906 trabajaba como misionero en la región de Sandy Bay, tampoco supo de ese incidente. Pero dejó constancia de que algunos años atrás, cuando él se encontraba cerca de la ribera del río Waspuc, un meteorito cayó a unas 15 millas de su campamento.
De haber sucedido en realidad, el caso de Castilliano “pasó desapercibido e ignorado en nuestro país, dado que, hasta donde llegan mis conocimientos no ha quedado registrado en los anales de la historia de fenómenos de este tipo en Nicaragua”, comenta el historiador Bayardo Cuadra. Y debido a que nunca hubo pruebas que lo sustentaran, agrega, su valor es meramente anecdótico.
Hasta ahora, en eso han quedado todas las historias sobre aerolitos nicaragüenses. Y cualquiera de ellas podría empezar así: “Había una vez, un meteorito…”
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