Anagilmara Vílchez Z.
“Ser un jugador de futbol del Atletic Bilbao” es lo único que Juan Bautista Arríen lamentaba no haber logrado, por todo lo demás, decía “actué con ética, creí con firmeza, amé, temí, actué, me entregué en alma y corazón a la educación tal como si fuera esa mi misión en esta vida”. Todo lo hizo, decía, con un noventa por ciento de satisfacción.
Juan Bautista Arríen, el jesuita, padre, abuelo, filósofo y educador, murió el sábado 9 de agosto a las 4:20 de la tarde.
Este domingo en las redes sociales, amigos, parientes, alumnos o personas que para él quizás eran desconocidas elaboraban improvisadas despedidas para este vasco de 83 años. Otros, llegaron a la funeraria Don Bosco a decirle adiós al que consideran un eterno optimista.
Allí su hijo, llamado también Juan Bautista Arríen, recordó que durante la última conversación con su padre, cómplice y amigo, este le heredó una misión: ser feliz. “Hay que buscar cómo ser feliz”, le repetía.
Para el jurista y filósofo Alejandro Serrano Caldera, Arríen “dio lo mejor de sus múltiples cualidades”.
“Es triste que un hombre de tanta utilidad para la bienandanza de una sociedad se muera cuando necesitamos tanto de gente como él”, lamentó su amigo, el cronista deportivo Edgard Tijerino.
Para Tijerino, la educación en Nicaragua perdió a uno de sus apóstoles. No es casualidad que en la Universidad Centroamericana hoy a las 9:00 de la mañana se oficie una misa en su honor. Las exequias para él finalizarán en el Cementerio General de Managua, después de un reconocimiento a su labor, que supuestamente ofrecerá el Ministerio de Educación.
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