Amalia Morales
Iba, caminaba y miraba. La atraía el lugar. Había cierto misterio en él. Un día se fijó, por ejemplo, en la carretera solitaria de bordes carcomidos que la neblina cubría lentamente, como si quisiera borrarle algo, pero en cuyo fondo emergía un haz de luz recortada por la silueta de una persona a caballo. Otro día fue y reparó en el monte verde oscuro que se fundía con la bóveda celeste, en medio de aquella soledad de colores que parecía infinita apareció la figura de un hombre, un muchacho quizás, flanqueado por dos perros.
La fotógrafa Mayerling García que iba, caminaba y miraba cualquier día y a cualquier hora a El Crucero, aprovechó y congeló esos momentos y muchos otros: las bolas rojas que remataban una tumba, las siluetas de los muchachos apostados en los muros del cementerio, el niño que mira con extrañeza al perro que está chineado.
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“Empecé a meterme a las casas de las personas, a hacer amistades, al llegar los días de neblina porque los días de neblina me parecen entre mágicos pero además tenebrosos, incluso he dormido allí en El Capri (hotel y restaurante) solo para ver cómo es la noche. Es fascinante. Es como un pueblo perdido, pero luego tiene unos estados de ánimo que se disparan de repente, porque de repente está la neblina espesa y empieza a salir el sol y aquel cielo azul se abre a un cielo precioso. Es el lugar más fascinante que tiene Managua y la gente también”, dice García, quien comenzó sacando fotos de su familia en Estelí, el pueblo donde creció.
EL MÁS ALTO
El Crucero, ubicado en el kilómetro 22 de la Carretera Sur, a 945 metros sobre el nivel del mar y con unas temperaturas que oscilan entre los 20 y 28 grados, lo convierten en el municipio más fresco del departamento. Con más de 20,000 habitantes, es un poblado de paso hacia los pueblos de Carazo, en el que se celebra a la Virgen de las Victorias en octubre y a San José en marzo.
En este poblado de casas dispersas, que a veces aparecen y desaparecen bajo la niebla, donde vive un expresidente y falta el agua seis días de la semana, sobresale también un bosque de antenas de las principales empresas de telecomunicaciones del país.
Parece muy tranquilo. De vez en cuando pasa algo: se inaugura una escuela, la Alcaldía anuncia algo como que potenciará el turismo y aprovechará la frescura; también se dice que tiene un gran potencial eólico. Pero hasta allí. Nadie invierte.
FOTOGRAFÍA DOCUMENTAL
Cuando empezó a visitar con frecuencia El Crucero, García acababa de dejar el Diario LA PRENSA, donde trabajó como fotoperiodista hasta 2008.
Dice que le gustó la experiencia, que aprendió mucho de los maestros que estaban en ese equipo, pero que descubrió que no era lo suyo. Quería algo más. Había que emprender por otros caminos de la fotografía. Así, andando, subió a este municipio y comenzó esta historia.
“No llego a preguntar por cosas de índole social. Creo que la gente no quiere verse como el pobre, ya Nicaragua ha sido prostituida: pobreza, niños con mocos y siento que Nicaragua es más que eso. Hay que encontrar y ver a las personas más allá de eso. La gente no quiere que la saquen en su peor momento y la dignidad existe en la pobreza”, dice García, quien ha encontrado esa dignidad en cotidianidad de la gente en El Crucero.
También en la hospitalidad de las “buenas, pase adelante” de esas familias desconocidas que dejaron entrar a sus casas sin reservas y se dejaron retratar.
Paralelo a sus viajes fotográficos por El Crucero, cuyo trabajo ha sido mostrado dentro y fuera del país (Managua, Granada, España, entre otros), ha desarrollado un trabajo documental del viejo cine Karawala. García ha seguido la historia de la sala a través del hombre que proyecta las películas, un señor, que según dice, lleva muchos años en el oficio. Ese también es un trabajo nostálgico.
A García, quien entró a la universidad sin saber que quería ser fotógrafa, le gustan estos temas: el recuerdo, la nostalgia, por eso clavó su mirada en El Crucero.
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