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Demostraciones públicas

Max L. Lacayo


El pasado 28 de noviembre se llevó a cabo, en Managua, una pequeña marcha —sin liderazgo definido— en oposición a las reformas constitucionales propuestas por el presidente inconstitucional Daniel Ortega.La manifestación culminó frente al edificio de la Asamblea Nacional, donde la Comisión Especial Constitucional sesionaba para destrozar la Constitución; firmando esa tarde el dictamen de reformas a la Carta Magna.

Simultáneamente, en sesión solemne, el presidente de la Asamblea condecoraba a la Iglesia católica, que celebraba el centenario de la creación de la Provincia Eclesiástica de Nicaragua. Vale mencionar que la Iglesia, habiendo sido consultada por la Comisión Especial, se había manifestado en absoluta oposición a las reformas.Todo indica que Ortega ha decidido burlar —de una manera u otra— las voces de quienes se oponen a su plan de hacer propia la Constitución, ya sean esas voces las de la Iglesia con su pronunciamiento del 22 de noviembre pasado, o las de los manifestantes del 28 del mismo mes.

A pesar de que todo aparenta estar de acuerdo con las expectativas del dictador, quien ha sabido —desde siempre— manipular el entorno a su total satisfacción, un alto grado de descontento y frustración existe en el ambiente.

Si bien la marcha del 28 de noviembre corrió la suerte de ser desoída, una cándida, objetiva evaluación, podría haberse considerado la potencial efectividad de este tipo de protesta.En ocasiones estas marchas logran dejar una verdadera marca en la sociedad. La idea no es ventilar unas cuantas frustraciones, sino juntar a ciudadanos afines con el propósito de emprender una acción con seguimiento.Tal actividad debe ser visible y altamente publicitada. Debe hacerse sentir ante el enemigo, avergonzándolo, presionándolo a cambiar de rumbo. Para esto deben presentarse públicamente propuestas alternativas y la exigencia de su implementación.

Estas demostraciones de protesta son efectivas cuando se caracterizan por un gran número de participantes, por una duración relativamente larga y cuando se logra motivar a los ciudadanos para que se unan a ella con determinante entusiasmo.Pero lo anterior no es posible sin la organización y sin líderes carismáticos, conocidos, probos, capaces de mantener los objetivos que se persiguen más allá del día o las horas de la marcha. En Nicaragua esto se dificulta considerablemente, puesto que la mayoría de las organizaciones de “oposición” están comprometidas —de diferentes maneras— en negociaciones con el dictador: Los empresarios, enteramente asociados con Ortega en sus esquemas de “diálogo y consenso” por sobre la misma ruptura del orden constitucional. Los partidos políticos, como consecuencia de los desventajosos pactos con Ortega, se encuentran casi a nivel de extinción. Y los líderes, en gran parte desencajados por sus antiguas alianzas con el dictador o desautorizados por sus participaciones en actos de corrupción.

En resumen, esto nos ha dejado privados de técnicas efectivas para defender pacíficamente nuestros derechos.Desgraciadamente, la marcha del 28 envió un mensaje atenuado de sus objetivos al exponer las deficiencias en cuanto a la inhabilidad de convocatoria, la carente capacidad de organización, la falta de un liderazgo con cursos alternativos claros y efectivos. Lo irónico es que el descontento es real, razonable y ampliamente sentido a través de todos los sectores y puntos geográficos del país. El espacio y el tiempo están a nuestro favor. Solo nos queda invocar el espíritu de Gandhi, de Mandela, de Martin Luther King o el de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal como ayuda en la germinación de un renovado liderazgo nacional.El autor es economista y escritor.

Opinión Demostraciones nacional Ortega archivo

COMENTARIOS

  1. Alberto y la verdad
    Hace 10 años

    Un certero análisis. Indudablemente carecemos de líderes.
    Un sueño es pensar en los Ganhi, Mandela, Martin Luther King y Pedro Joaquín Chamorro. Aquí solo nos queda lo peor de lo peor…caudillos, clanes y corruptos.

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