Bayardo Quinto Núñez
Un día se presentaron varios niños y se pusieron a rebuscar en un arroyo, en pos de clavos viejos y de cosas de cosas. Era una ocupación muy sucia, pero se divertían de lo lindo. ¡Ay! exclamó uno, se había pinchado con una aguja de zurcir en la búsqueda y dijo: “Marrana”. No soy ninguna marrana, sino una señorita, protestó la aguja. El metal estaba ennegrecido en el arroyo, entonces, la aguja se creyó aún más fina que antes, y les dijo a los niños, vean que brillo más que cualquier metal y se lanzó tremenda carcajada, jajaja ¡Ahí viene flotando una cáscara de huevo!, gritaron los chiquillos, y clavaron en ella la aguja. Que bien, me siento visible y útil con tal que no me maree, ni vomite, refunfuñó la aguja, en ese momento pasaba un vehículo y pasó encima de la cáscara de huevo, la que, al sentirse aplastada por la rueda del carro hizo ¡crac! ¡Uf, como pesa!, ahora sí que me mareo. ¡Me rompo, me rompo¡ pero no me rompí, añadió la aguja. Entonces la aguja se lanzó una carcajada estruendosa. Los niños se fueron corriendo asustados de semejante ilusión.
Ver en la versión impresa las páginas: 7 B