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Luis Sánchez Sancho

Pactolo, el río del oro

En la costa turca del mar Egeo, donde en la antigüedad estuvo el reino de Lidia, corre aún un río ahora poco conocido pero el cual en otros tiempos fue muy famoso. Pactolo se llamaba antes ese río y por lo que sé así se sigue llamando hasta en la actualidad.

En esa zona de la antigua Asia Menor que ahora se llama Turquía, predominaba la cultura helénica y por eso no pocas leyendas y mitos griegos se originaron allí. En el Asia Menor se encontraban las ciudades de Troya y Efeso, para mencionar solo dos de las más emblemáticas de la antigua civilización helénica.

Pero Pactolo no siempre fue un río. Originalmente era un hombre, medio divino y medio humano, nacido de una relación sexual de Zeus con Leucotea, como se llamó la princesa tebana Ino después de ser convertida en una diosa marina, la protectora de los marineros.

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El rey frigio Midas se bañó en el río Pactolo para liberarse del don —convertido en algo peor que una maldición— que le había concedido el dios Dionisio, o Baco, de convertir en oro todo lo que tocaba. Resultó entonces que esa maravillosa facultad se la transmitió Midas a Pactolo, porque desde que se bañó en sus aguas el río comenzó a arrastrar pepitas de oro en sus arenas.

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En una ocasión en que Pactolo participaba en las celebraciones de los misterios de Afrodita, diosa de la cual era devoto, poseyó sexualmente a su hermana, Demódice, sin saber que era ella porque ambos andaban disfrazados. Cuando supo Pactolo que había cometido incesto, se llenó de espanto y sentimiento de culpa. Y, para expiar su falta, aunque no la hubiera cometido de manera voluntaria, se arrojó a un río y se ahogó en sus aguas. Crisórroas se llamaba aquel río, pero desde que ocurrió el funesto acontecimiento que estoy contando la gente comenzó a llamarlo Pactolo, en memoria de aquel desdichado que se mató en sus aguas para expiar el pecado que había cometido de manera involuntaria.

Pero además el río Pactolo habría de convertirse en una maravillosa corriente de agua.

País vecino de Lidia era Frigia, donde reinaba Midas. Cuando Dionisio o Baco peregrinaba por la tierra y pasó por Frigia, un miembro de su comitiva, Sileno, borracho se perdió en un bosque. Midas encontró y protegió a Sileno y el agradecido Dionisio le ofreció una recompensa. Dame la facultad de convertir lo que toque en oro, pidió el rey de Frigia, quien obviamente era muy ambicioso.

Dionisio le concedió a Midas lo que había pedido, pero muy pronto habría de arrepentirse pues ni comer podía debido a que al tocar los alimentos los convertía en oro.

Midas se arrepintió de su desmesurada codicia y rogó a Zeus que dejara sin efecto el don que Baco le había concedido. Entonces, Zeus, apreciando que el arrepentimiento de Midas era sincero, le dijo por medio de un oráculo que debía bañarse en las aguas del río Pactolo, que corría en el vecino reino de Lidia.

Midas cumplió la recomendación del oráculo. Fue a Lidia, buscó el río Pactolo y al encontrarlo se sumergió en sus aguas, quedando en ese mismo momento purificado y liberado del don —que había resultado peor que una maldición— que en un momento de insensatez le había pedido a Dionisio.

Resultó entonces que la facultad que había tenido Midas de convertir en oro lo que tocaba, en cierta forma se transmitió al río Pactolo porque desde que el rey frigio se bañó en sus aguas estas comenzaron a arrastrar pepitas de oro en sus arenas.

Según una leyenda recogida por el mitólogo francés Jean Francois Michel Nöel, el río Pactolo tenía también unas piedras maravillosas que servían como guardianas de los tesoros. Esas piedras se colocaban en el sitio donde se guardaban riquezas y cuando alguien se acercaba con la pretensión de robarlas, emitían un poderoso sonido parecido al que produce el instrumento musical de viento conocido como trompa.

Y según lo que he leído, hasta ahora ser acercan al río Pactolo personas que esperan encontrar pepitas de oro en sus aguas.

Columna del día Opinión Mitología archivo
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