Las noticias internacionales nos traen todos los días informaciones sobre crisis y conflictos de diversa índole en diferentes partes del mundo, debido a problemas específicos o generales de carácter mundial que inciden sobre el acontecer político, económico y social en cada uno de los lugares afectados. En ese contexto hemos sido informados por los medios de comunicación de la crisis en los países árabes, iniciada en Egipto, luego en Túnez, Argelia, posteriormente en Irán, Siria y la continuación del conflicto palestino israelí, hasta la más reciente entre Corea del Norte, frente a Corea del Sur y Estados Unidos, para mencionar algunos de los focos de conflictos más relevantes y peligrosos, pues en varios de ellos está de por medio, de manera directa o indirecta, el tema del armamento nuclear que se erige como una amenaza apocalíptica, ante la eventualidad de un conflicto con armas de esa naturaleza.
La seriedad de esta situación no oculta, sin embargo, la identidad de otros conflictos internos cuya motivación principal es la sustitución de sistemas políticos totalitarios, basados en una tradición de autoritarismo, frente a los cuales los movimientos sociales exigen un cambio hacia la democracia, inspirados posiblemente en modelos occidentales cuya información, en cuanto estructura y funcionamiento institucional y político, está a la orden del día a través de los medios de comunicación y el uso de la tecnología más avanzada. Al mismo tiempo, y como una contradicción coexistente con la motivación anterior, se busca sustituir algunos de esos sistemas despóticos, por el hecho de haber gozado del apoyo político y financiero de los estados y corporaciones transnacionales de esos países, los que al defender sus propios intereses a costa de los pueblos que padecen esos regímenes totalitarios, se han transformado en un poder que apoya y respalda esos sistemas contra los cuales han reaccionado los movimientos sociales.
Pero los problemas actuales no son patrimonio único de sociedades de culturas árabes o asiáticas, parte de ellos los sufren los propios países considerados más ricos de una forma tan profunda y compleja que pareciera ser una crisis global del sistema capitalista corporativo transnacional, más que problemas puntuales, los que, por difíciles que fuesen, podrían ser resueltos con medidas apropiadas, que es lo que se intenta hacer en estos momentos, ante problemas como los que enfrentan España, Italia, Portugal y Grecia, para mencionar los casos más agudos.
Sin perjuicio de consideraciones financieras o económicas perfectamente válidas, la crisis en el capitalismo corporativo transnacional pareciera ser una crisis integral del sistema mismo y como tal responde a profundas contradicciones internas, orientadas a reafirmar la absoluta hegemonía del mercado sobre formas institucionales y políticas de la democracia moderna.
Este esfuerzo de establecer el predominio incuestionable del mercado por encima de las instituciones y normas que establecen la regulación de su funcionamiento, ha debilitado sensiblemente el sistema institucional de la democracia y el Estado de Derecho, concebidos únicamente como instrumentos del mercado absoluto, al extremo de que, inclusive, se ha llegado a hablar de la era de la pospolítica y la posinstitucionalidad. El “monoteísmo de mercado”, como le ha llamado Roger Garaudy, es uno de los factores principales en el debilitamiento de la democracia política.
Esta “idolatría de mercado”, para usar esta vez la frase de Franz Hinkelammert, ha conducido, además de lo anteriormente señalado, a la separación cada vez más acentuada entre Estado y sociedad. Cada vez más el Estado, en virtud de eso que podríamos llamar la autarquía del poder y la autonomía de lo político con respecto a lo social, se desatiende, y valga la expresión paradójica, se disocia de su sociedad. Hay un proceso que se produce en un sentido contradictorio y opuesto: por un lado el fenómeno de separación entre el Estado y su propia sociedad y, por el otro, la integración del Estado a las estructuras del poder económico transnacional que hace de él, no pocas veces, un correa de transmisión de las decisiones adoptadas en los centros de poder corporativo mundial.
La sociedad posindustrial ha sido llamada por algunos como “Sociedad de los Dos Tercios”, pues deja fuera de toda posibilidad de integración a un tercio de la población, por lo que podría denominársele también la sociedad del “Tercio Excluido”.
Creo que sin perjuicio de las medidas inmediatas que deben adoptarse para tratar de encontrar respuestas apropiadas a la situación que se vive actualmente, deben hacerse algunas preguntas fundamentales que atañen al fondo de la crisis sistémica que vive actualmente el capitalismo corporativo transnacional, y a partir de ahí, el mundo en general. ¿Cómo adecuar la política y las instituciones a las transformaciones sociales y axiológicas producidas por la revolución tecnológica? ¿Cómo enfrentar los problemas del desempleo en una sociedad en donde la mano de obra ha devenido cada vez más superflua? ¿Cómo asumir un sistema cuyo propósito es producir objetos no para satisfacer necesidades, sino para crearlas? ¿Cómo tratar el problema de un sector no irrelevante de la población que no puede ni podrá incorporarse al empleo ni al contexto de la sociedad actual?
En todo caso, hoy presenciamos la crisis del capitalismo financiero especulativo, cuyos efectos golpean la estructura económica, social y política de los países considerados más avanzados, como Estados Unidos y los que conforman la Unión Europea en donde ese modelo se produjo, y vemos el agotamiento del sistema de la globalización y de la idea del mercado absoluto, sin que hasta el momento exista una propuesta conceptual y menos aún una práctica concreta que los sustituyan.
No obstante, pareciera que ante el derrumbe de los valores, nuevos valores están surgiendo y a pesar de todo, una conciencia crítica y un pensamiento político intentan reconstruir la democracia en el plano teórico y en el práctico, lejos del absolutismo del capitalismo corporativo transnacional, pero lejos también del autoritarismo personalista surgido en algunos países de América Latina, que pretende hacer del caudillo la solución a los severos problemas que enfrentan nuestros países.
Los problemas contemporáneos exigen la propuesta de una visión diferente del Estado, el mercado y la sociedad civil, el fortalecimiento de la ciudadanía, la descentralización, la participación y la concertación, como mecanismos imprescindibles en la construcción de nuevos contratos sociales, nacionales y regionales y de un nuevo contrato social planetario.
El autor es.jurista y filosofo nicaragüense
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