Amalia Morales
Dice Gregorio Ordeñana, cochero curtido, que quien viene a Granada y no sube en coche es como que no fue, “como que nunca estuvo”.
La sentencia de Ordeñana bien podría interpretarse como la viñeta publicitaria de su cooperativa de transporte, que está conformada por unos 40 coches, la mayoría aparcados alrededor del parque central, como un encaje de vuelo.
De allí parten los coches para el recorrido de calles históricas o bien para el malecón.
Esta tarde de jueves, a mitad del Festival Internacional de Poesía, el encaje de coches, jalados por caballos, están allí dispuestos para los poetas. “Pero no se sube ninguno”, dice el cochero que de sus 49 años, lleva 30 con las riendas en la mano.
Ordeñana cuenta que es cochero por herencia. Antes lo fue su papá. Ahora él le ha dado el oficio a su hijo de 26 años.
Dice Ordeñana que en Granada no hay un barrio de cocheros, pero también dice que un tiempo, su barrio, El Domingazo, lo fue. Ahora dice que hay familias más bien: un papá y tres hijos que se dedican a este oficio que con el tiempo ha cambiado de clientela. Hace décadas el que no andaba a pie, se movía en coche, pero los carros y los buses urbanos desplazaron al coche y lo dejaron como un transporte folclórico que presta servicio a los turistas.
Andar en coche es viajar con calma, fresco porque se va con capota pero al aire libre, dice Ordeñana y explica que hay calles como la Xalteva hacia el lago “que tienen aire acondicionado”.
Y ser cochero, dice Ordeñana, es ser amable, cálido con el turista para que vuelva. Los que saben inglés también tienen ventaja, dice Ordeñana y confiesa que él solo sabe cobrar: “Tuenti dolar (twenty), plis (please)”, dice.
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