EFE/VIDA
Soñaba con dibujar manga y acabó revolucionando el mundo virtual con iconos como Súper Mario . El japonés Shigeru Miyamoto, quien recogió ayer el Premio Príncipe de Asturias, espera que este galardón ayude a los videojuegos a obtener un merecido lugar “en eso que conocemos como cultura”.
Miyamoto es risueño, educado y prudente. Cuando se refiere al galardón dice sentirse “muy agradecido” y que, según asegura con humildad considera que también es mérito de sus compañeros.
Han pasado más de tres décadas desde que Miyamoto entrará a formar parte del gigante nipón de los videojuegos, y desde entonces se ha guiado por la premisa de incitar a la gente a ejercitar “su poder creativo e imaginación lo máximo posible”, explica.
SOÑADOR
En estos años, su mirada no ha perdido ni un ápice del brillo y la ilusión de aquel niño que soñaba con hacerse dibujante de manga y que finalmente encauzó su genialidad hacia el entonces emergente mundo de los videojuegos.
“Me di cuenta de que se puede dibujar manga en digital. Así que, para mí, el videojuego fue una herramienta para poder expresarme”, explica.
Es portador de numerosos reconocimientos y premios internacionales, sin embargo mantiene su empeño por crear ocio educativo y espera que el premio haga que paulatinamente “la sociedad entienda que los videojuegos están cambiando y se están acercando un poco más a lo que la gente considera cultura”, como el cine o la literatura.
En estos tiempos de crisis, Miyamoto cree que es esencial potenciar al individuo y “compartir y respetar sus características únicas” como fórmula para “crecer en lugar de intentar sobrevivir”.
ASÍ LO CREÓ
Reflexionando sobre el pasado, aún recuerda perfectamente cómo le llegó la inspiración para crear a su famosísimo personaje Mario, en un momento en que los videojuegos los hacían “los ingenieros, no los artistas”.
Explica que para darle un aspecto diferenciador, y ante las limitaciones técnicas del momento, pensó en una nariz grande y un bigote, y recuerda cómo al presentar el boceto a sus compañeros todos pensaron que parecía “muy italiano”, por lo que decidieron bautizarlo como Mario.
Vestido con su mono azul de trabajo y gorra roja, el fontanero protagonizaría en 1983 su primera aventura en solitario, Mario Bros , una revolución para la época que, desde entonces, ha acumulado un éxito sin precedentes.
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