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Juegos que controlan

En esta sala siempre hay acción. Gritos, aplausos y uno que otro lamento anuncian la emoción de una batalla que no ocurre en este mundo. La luz está apagada y solo ilumina la poca claridad que entra por las rejillas del portón que siempre está bajo llave por razones de seguridad. Si Rudy no conoce a quien llega no lo deja entrar, su negocio desde hace cinco años es la renta de videojuegos y sus principales clientes son adolescentes.

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Por Róger Almanza G.

En esta sala siempre hay acción. Gritos, aplausos y uno que otro lamento anuncian la emoción de una batalla que no ocurre en este mundo. La luz está apagada y solo ilumina la poca claridad que entra por las rejillas del portón que siempre está bajo llave por razones de seguridad. Si Rudy no conoce a quien llega no lo deja entrar, su negocio desde hace cinco años es la renta de videojuegos y sus principales clientes son adolescentes.

Solo tiene seis televisores, alineados y conectados a consolas donde el momento se enreda con una realidad virtual que cada jugador decide vivir por 16 córdobas la hora. Siempre hay clientes esperando que a uno de los jugadores se le acabe el tiempo o el dinero. Bryan es uno de ellos, tiene 12 años, aunque su baja estatura y menudo cuerpo lo hagan parecer menor.

Lo más que juega en una tarde son cinco horas continuas, esta tarde ya lleva dos horas intentando terminar uno de los juegos más populares del lugar: “El gran ladrón”.

Sangre y violencia extrema, lenguaje soez, uso de drogas y alto contenido sexual apunta entre sus advertencias la caja del popular videojuego “El gran ladrón”, que además advierte que es un juego restringido, recomendado únicamente para mayores de 18 años. Pero al parecer esto no es importante para quienes lo rentan y la advertencia es ignorada por quienes los juegan.

Uniformados de azul y blanco un grupo de cuatro chavalos están en la esquina de la sala, juegan un clásico de futbol. Este inofensivo juego mantiene atrapados a los estudiantes, quienes suelen escaparse de clases para terminar el partido. A sus 16 años, Junior es el que mejor juega, y como cualquier otro deporte, tiene que practicarlo a diario para estar a nivel, “si no lo hago me ganan, así que al menos dos horas diarias de juego me mantienen como el mejor”, dice. No se siente adicto a estos juegos, pero acepta que siente la necesidad de jugar a diario. “Si no lo hago me siento raro, tengo que venir”, comenta.

La adicción a estos juegos de vídeos es cosa nueva en Nicaragua, incluso no se registra entre las adicciones más recurrentes, señala Hugo España, psiquiatra especialista en adicciones, quien explica que entre las más comunes en el país está en primer lugar el alcohol, seguido de los juegos de casinos y drogas como la marihuana y cocaína, al final el internet al mismo nivel que la pornografía y el sexo.

“Game Over”

Por su lado Rudy supone que los juegos de vídeos pueden representar peligro para algunos chavalos, pero no siente que sea una responsabilidad única de su parte. “Yo tengo la responsabilidad de que los chavalos estén seguros aquí adentro, pero sus padres tienen la mayor responsabilidad de que jueguen y se controlen, que no se envicien con el juego”, dice Rudy cuando escucha la palabra adicción.

Este pequeño negocio ha servido hasta de guardería para algunos pa

dres que dejan a sus hijos confiados que Rudy los cuidará mientras los chavalos se queman los ojos jugando horas y horas frente a la pantalla del televisor. Recuerda que una pareja le pagó 90 horas para que su hijo jugara mientras ellos salían; y otra, una historia que no olvida, es la de un chavalo que salió de la adicción a las drogas gracias a los videojuegos, “su mamá hasta venía a dejarle la comida aquí… el chavalo logró salir de las drogas, ahora trabaja y hasta se casó, pero no creo que haya dejado de jugar”, dice Rudy.

Aunque la adicción a este tipo de juegos no esté entre las más recurrentes, “existe”, afirma María Victoria Martínez, especialista en psicología clínica del Hospital Central Managua.

Datos del 2011 apuntan que el 10.5 por ciento de los niños nicaragüenses entre 8 y 12 años están clasificados como jugadores adictos a los videojuegos. Estas cifras, según explica Martínez, son compartidas por los especialistas del país que tienen código del Ministerio de Salud (Minsa), y por lo tanto son avaladas por la institución estatal.

De la misma base de datos que maneja Martínez, apunta que el 19 por ciento de los adolescentes del país también son tratados como adictos a los videojuegos y solo el siete por ciento de los jóvenes entre 18 y 30 años están en esta clasificación, aunque para Martínez, estos últimos podrían cubrir un subregistro que duplique esa cifra. “Casi no se evidencia en las edades mayores porque hay una situación de vergüenza al aceptar que se es adicto a estos juegos, implica suponer que no son maduros porque son adictos a los videojuegos”, explica Martínez.

El adicto

España no cree que este tipo de adicción sea por el momento una situación que deba tratarse como problema de salud pública, valorando las estadísticas internacionales que ubican solamente al dos por ciento de la población mundial como adicta a este tipo de juegos. “Al menos en Nicaragua la mayoría de los chavalos continúan divirtiéndose de otras formas, no tanto con estos juegos”, dice.

“Una persona adicta por lo general tiene tres condiciones, es obsesivo, compulsivo y niega su situación… es una persona que emocionalmente tiene muchos vacíos y los llena con los juegos. Tiene el mismo camino que las adicciones como a las drogas, el sexo o cualquier otra actividad que causa adicciones”, comenta España.

¿Es tan grave como las drogas? Para España probablemente sí. “Si la persona tiene vacíos emocionales y mucho tiempo de ocio encuentra en esos juegos el éxito que no logra en la vida real. Por si sola estos juegos no representan peligro, pero la persona va entrando a niveles que sus neurotransmisores necesiten más placer y podrían ser la puerta de entrada a otras adicciones”, valora el especialista.

Edgar Salinas, psiquiatra del Instituto de Medicina Legal, agrega que por lo general casi todos los adictos son poliadictos, es decir que no tienen una sola adicción, y que el juego, en este caso, podría llevarlos a entrar a otras adicciones como las drogas.

De poquito a poquito

Carlos Ferrey es amante a los videojuegos, aunque hoy a sus 30 años los trate con respeto, pues en los últimos veinte años experimentó esta adicción. “A veces no dormía y esperaba que mis padres se fueran a su cuarto para instalarme en la computadora, a veces llegaba a las 6:00 de la mañana y debía alistarme para irme al colegio”, cuenta.

Hoy juega de vez en cuando y aunque ha estado tentado por comprar una consola, “me da cierto temor de caer en esas horas y horas de juego, aunque quizá no ocurra porque hoy valoro más cosas, como la responsabilidad en mi trabajo”, señala Carlos.

Salinas apunta que este tipo de adicciones varía entre niños y adolescentes y un joven adulto. “Se puede ver en el comportamiento del adolescente si está centrado solo en el juego y que su comportamiento gira alrededor del juego, mientras que un joven puede variar… la adicción es un trastorno de impulso, pero en los niños no puede definirse así porque está en un proceso de desarrollo al igual que el adolescente”, destaca el especialista.

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Detonante

Para ambos especialistas —España y Salinas— los videojuegos no vuelven violentos a los niños o adolescentes, pero sí funcionan como un detonante si la personalidad de estos ya es violenta.

“Hay ciertos comportamientos que nos hacen más peligrosos que otros, hay niños o adolescentes para quienes los juegos violentos les darán más emoción, porque tienen una alteración en sus neurotransmisores, las sustancias químicas de su cerebro reaccionan a estos estímulos, así que un juego violento puede repercutir en su agresividad”, explica Salinas.

Y es que toda esta información ya viene en el cerebro desde que el individuo nace. “Viene la parte química del cerebro, así nacen, no cambian, lo que sí se puede es medicarse con fármacos. En los casos de aquellos que han cometido crímenes semejantes a los que juegan en los videojuegos tiene que ver sobre todo que ya tienen una patología, ya son personas enfermas que tienen una alteración de por medio y que el videojuego solo sirvió de detonante para que reaccionara de tal manera”, enfatiza Salinas.

“Un submundo que nadie controla”

Para el sociólogo Cirilo Otero el negocio de alquiler de videojuegos es parte del submundo de los juegos de azar, uno que desaparece al mismo ritmo en que se desarrolla la tecnología.

“Este es un submundo que nadie controla, pero que está dentro de los juegos como los monederos que inundan los barrios y que ha tenido dos momentos en Nicaragua”, comenta Otero.

Para Otero, la primera imagen de los videojuegos fue su “boom”, “cuando se convirtió en la posibilidad de ingresos y de hacer un buen negocio a través del alquiler de este servicio, significaba también ventas de accesorios para estos equipos y vino la avalancha de discos copias de juegos.

“El problema está en que el desarrollo tecnológico es mucho más rápido que la capacidad de absorción que tienen estos mercados. Son mercados pobres, reducidos y dependientes… en Nicaragua se necesita mucho tiempo para adaptarnos a estas tecnologías, igual pasa con los celulares”, valora Otero.

La otra imagen de este negocio inició hace alrededor de cinco años, cuando empiezan a desaparecer de los barrios los clubes de videojuegos. “Es debido a que cada vez hay más acceso a que en las casas haya una computadora y los juegos se bajan fácilmente de internet, así que el servicio de alquiler ya no es indispensable”, señala Otero.

Es por ello que una de las salidas para que este negocio siga siendo rentable para las economías familiares, como la de Rudy, es encontrar la forma de integrarse en un mercado que es muy competitivo, “diversificar”, dice Otero, “deberían meter más dinero y ampliar su oferta de servicio”.

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