Ramón H. Potosme
En el afiche que está en la entrada de la clínica de problemas respiratorios, la enfermera lleva el dedo índice sobre los labios sellados indicando silencio. Pero esa orientación fue obviada ayer por la mañana en el centro de salud Carlos Rugama en el Reparto Schick.
El bullicio reinaba en esta unidad de salud construida hace seis años. “¡Viva Sandino!”, retumbaba una grabación y con volumen alto sonaban las letras de canciones conocidas como Las Casas de Cartón o La Borrachera.
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La cara del mandatario Daniel Ortega, que espera reelegirse ilegalmente, es más visible que cualquier letrero alertando por la gripe A H1N1 por la cual el Ministerio de Salud (Minsa) ha decretado una alerta sanitaria en todo el país, que según cifras de la institución ha afectados a decenas de personas, sobre todo en el Distrito Cinco de la capital, donde se ubica este centro de salud.
Molestas salieron un par de mujeres que hacia las 11 de la mañana no hallaron número para ser atendidas, porque les dijeron que el personal estaba muy ocupado.
Las mujeres no repararon en el letrero que en la entrada reza: “Tu buen gobierno”.
DOCTRINA POR MEDICINAS
En realidad se veían muy ocupados los trabajadores del Carlos Rugama. Dirigían quebraderas de piñatas. Celebraban el cierre de campaña del Frente Sandinista en ese centro. “¿Por quién van a votar? ¡Viva Daniel Ortega!”, gritaba el animador a una asistencia mínima que esperaba consulta.
En las tres Unidades de Atención Integral (UAI) del primer pasillo, habían muchos niños, algunos pesándose. Otros en consulta y otros acompañando a sus madres.
A cada rato más de alguno lloraba por su enfermedad, porque su hermano le lastimó o porque su progenitora le llamó la atención.
Los pocos hombres que había, buscaban sombra bajo un árbol.
María José Rodríguez Flores pasó con su bebe a la UAI. Antes que ella fue atendida otra madre que recibió atención gracias a su reclamo ante las autoridades del centro. A las 11 de la mañana le insistían que tuviera paciencia.
“Qué tenga paciencia me dice, si estoy aquí desde las siete de la mañana”, repetía la mujer casi llorando de enojo mientras empujaba el carrito donde llevaba a su niño recién nacido rumbo a la dirección del centro de salud.
En el pasillo auxiliares de enfermería esperaban con su termos para vacunar, pero era poca la demanda. Había enfermeros abrazándose y bromeando, olvidadizos de las recomendaciones de aislamiento social, de “nada de besos y nada de abrazos” para evitar posibles contagios, según los epidemiólogos. “Tu buen gobierno” dice el cartel.
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