Blanco y Negro
La noticia sobre una joven leonesa que sufre de cáncer y tiene 10 semanas de embarazo despierta de nuevo la gran controversia de la prohibición del aborto terapéutico, por la tragedia que enfrenta esta joven madre: su padecimiento ya hizo metástasis, o sea que sus probabilidades de sobrevivir disminuyen aún con el tratamiento, pero aún si el tratamiento diera alguna esperanza, no es una posibilidad.
No lo es porque el artículo 143 y siguientes de nuestro Código Penal, promulgado el 17 de noviembre del 2007, prohíben tajantemente la interrupción del embarazo.
Antes de continuar debo dejar claro que creo que la vida comienza desde la concepción y no comparto esa consigna de las feministas de que “mi cuerpo es mío”, sin embargo, la tragedia que enfrentan esta joven y su familia obliga a plantearme preguntas que, todos estamos claros, no son fáciles de responder.
La primera es ¿debería el Código prohibir tan tajantemente el aborto, sin dejar espacio a situaciones especiales? Un caso como éste, por ejemplo, si la madre con tratamiento realizado a tiempo tuviera posibilidades de sobrevivir ¿es justicia dejarla morir, tal vez incluso hasta con el feto y dejar una pequeña huérfana?
¿O los ya citados casos de violación? ¿O cuando “el producto”, como dicen los ginecólogos, se sabe que nacerá con severas malformaciones que harán de su vida un infierno? ¿Vale la pena someter a un ser humano a semejante sufrimiento?
No pretendo tener las respuestas. No tengo ni los conocimientos científicos, legales, morales o filosóficos para atreverme a aventurar opiniones. Sin embargo, hay otra pregunta que yo siempre me hago cuando surgen estos tristes casos y que es más fácil de responder.
Cuando veo que el debate sobre el derecho del no nacido, o el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo se enciende al rojo vivo, yo siempre me pregunto: ¿Y el derecho del nacido?
Me hago esa pregunta porque ya quisiera yo que con el mismo fervor pelearan ambos lados de este debate por el derecho de los nacidos a tener una vida digna, salud, educación, alimentación apropiada y si es posible una familia en la cual desarrollarse como seres humanos.
Pero yo no recuerdo nunca haber visto una gigantesca marcha, encabezada por líderes religiosos, en pro de los niños que crecen desamparados en las calles de nuestra capital o por el maltrato que miles de ellos reciben a diario.
Tampoco he visto nunca a grupos de mujeres encadenarse a los portones de la Corte Suprema, de la Asamblea Nacional o de las oficinas del Ejecutivo para exigir una mejor vida para esos miles y miles de niños que lograron nacer pero que no tienen más futuro que la pobreza, la violencia y la delincuencia.
Aunque sé que hay grupos que defienden estos temas, también sé que no son temas que se tomen tan a pecho por la gente en general.
Me da la impresión que el debate enconado y las posiciones extremas se dan mientras “el producto” está en el vientre de la madre. Una vez que logra salir y ya es un bebé, pues es abandonado a su suerte. Si logra sobrevivir bien, pero lo más que lograrán, por ejemplo, los niños que deambulan en las madrugadas donde es ahora el centro de Managua es una mirada de compasión o unas cuantas monedas.
Yo no digo que los bandos pro vida y los que defienden el derecho de la mujer a decidir no enarbolen sus banderas y defiendan sus ideas con la mayor vehemencia, pero ellos, y todos nosotros, debemos también de tomar una actitud más beligerante en el caso de los —por decirlo de alguna manera— “ya nacidos”, pues si el niño tiene derecho a nacer o la mujer derecho a decidir, pues con mucha más razón es nuestro deber garantizar que los ya nacidos tengan una vida digna. eduardo-enriquez @laprensani.com
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