Por Carlos Salinas Maldonado
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“No tengo miedo, sé que voy a rozarme con la muerte y no tengo miedo. Ustedes y todo un pueblo me acompañan”. La frase es de Ernesto Castillo, uno de los “muchachos” combatientes contra la dictadura de la dinastía somocista. El joven, descendiente de una familia oligárquica de Granada, había dejado todo para hacerse guerrillero en las filas de un entonces ilegal Frente Sandinista de Liberación Nacional, cuya lucha ya era respaldada por todo un pueblo. Castillo murió en una de esas batallas del Frente, en septiembre de 1978, de un balazo en la cabeza. Un mes antes había grabado un mensaje a su madre, Rosa, afirmándole que no tenía miedo a la muerte.
Esta historia la cuenta el escritor Sergio Ramírez en su libro de memorias Adiós Muchachos. Es la historia que se repite con diferentes nombres de decenas de jóvenes que dieron la vida por un sueño. Respaldaron valientemente una causa, ingresaron clandestinos a un movimiento guerrillero que hicieron suyo y pelearon a muerte por la revolución.
Es la historia de una generación, escribe Ramírez, “que abominó al imperialismo y tuvo la fe en el socialismo y en los movimientos de liberación nacional; una generación que presenció el triunfo de la revolución cubana y el fin del colonialismo en África; que protestó en las calles contra la guerra de Vietnam; la generación de pelo largo y alpargatas, de Woodstock y los Beatles; la que vio a Allende resistir en el Palacio de la Moneda y lloró por las manos cortadas de Víctor Jara, y encontró, por fin, en Nicaragua, una revancha tras los sueños perdidos en Chile, y aún más allá, tras los sueños perdidos de la República española, recibidos en herencia. Era la izquierda”.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional era el movimiento que reunía esos ideales. Fue creado en 1961 como una organización guerrillera pequeña, apenas con una veintena de integrantes. Había optado por las armas en un país controlado por una familia, por un dictador-gran empresario- jefe supremo de Guardia Nacional, y donde la oposición política era un chiste. “No había espacios para disputar el poder, por lo que había que usar las armas para acabar con la dictadura”, explica la diputada Mónica Baltodano, ex guerrillera del Frente.
“La ilegalidad y la violencia del Frente era legitimada porque había una represión feroz”, explica Jacinto Suárez, diputado del FSLN por el Parlamento Centroamericano y encargado de relaciones internacionales del partido.
La organización era vista con reojo por una sociedad ya acostumbrada al caudillismo, que llamaba al cacique “Benefactor”. Como ocurrió en 1940, cuando el fundador de la dinastía, Anastasio Somoza García, llegó a Matagalpa montado en un carro de lujo, descapotado, y fue recibido por decenas de campesinos vestidos de domingo, un arco triunfal en la entrada de la ciudad adornado con banderas rojas liberales y azul y blanco de la nación, la leyenda escrita en letras grandes en el arco: “Matagalpa a su Benefactor”.
Era difícil que la Nicaragua de los sesenta, acostumbrada a 30 años de sistema somocista, apoyara de primera a un grupo de jóvenes rebeldes que soñaban con dar la patada a la dictadura. Fue una década después cuando ese grupo guerrillero empezó a tener el reconocimiento de la sociedad. “En los 70 el Frente empezó a trabajar mucho más el vínculo como organización guerrillera con organizaciones populares, como el movimiento estudiantil, los sindicatos, movimientos barriales, organizaciones cristianas”, dice Baltodano.
Esos guerrilleros ya comenzaban a crear su propio mito, jóvenes valientes que retaban a la poderosa Guardia Nacional; la Guardia que les exigía rendirse y ellos que le gritaban a la Guardia: “¡Que se rinda tu madre!”. Eran los “muchachos”. Los muchachos que, según Ramírez, tenían una conducta de “humildad, entrega y disposición al sacrificio”. Jóvenes con una rara mezcla de ideas marxistas, de la lucha de clases y una profunda fe cristiana. Ellos mismos vivían, como dice Ramírez, como los santos.
“Era en verdad una conducta extraña, un cambio radical de costumbres, de hábitos, de comodidades, de estilos de vida, de sentimientos y de percepción del mundo… Se aceptaba el compromiso de renunciar a todo para entregarse a una lucha a muerte destinada a sustituir el poder de los de arriba por el de los de abajo”, escribe Ramírez en sus memorias.
Muchos de esos jóvenes fueron masacrados a cañonazos por la Guardia. La bota de la Guardia Nacional aplastaba con fuerza el cuello del pequeño país. Según Ramírez, la Guardia lanzaba a los prisioneros al vacío desde un helicóptero en vuelo, las mujeres eran violadas en forma masiva, los niños eran ensartados en bayonetas, los campesinos sepultados vivos en zanjas, sus casas incendiadas y las cosechas arrasadas.
Justiniano Pérez, el “número dos” de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), el grupo élite de la Guardia, dice en una entrevista con el periodista Fabián Medina –que aparece en el libro Los días de Somoza–, que las afirmaciones de Ramírez son “un mito” y las cataloga de “una mentira burda”.
Pero en la década del 70 la gente estaba cansada de la Guardia y las noticias que llegaban de enfrentamiento de jóvenes que luchaban contra el brazo armado de la dictadura hacían nacer las esperanzas de cambio. A finales de la década, sin embargo, el grupo guerrillero apoyado ya por organizaciones y naciones extranjeras, comenzaba a sufrir su primera metamorfosis: se dividía en tres grupos, las tres “tendencias”, y empezaba a haber diferencias en la lucha contra la dictadura.
Las tres tendencias en las que se dividió el Frente Sandinista fueron la Guerra Popular Prolongada (GPP), que reunía a los marxistas más radicales; la Tendencia Proletaria (TP), que exigía la creación de un partido de trabajadores; y la tendencia insurreccional, formada por intelectuales y “pequeñoburgueses”, como explica Sergio Ramírez. Según el escritor, las tres tendencias estaban enemistadas. Para Mónica Baltodano, quien prepara un libro sobre el tema, las diferencias fueron el resultado de la “incomunicación” entre los grupos del Frente y no por motivos de “grandes variantes conceptuales”.
1962Se plantea la lucha armada con campamentos guerrilleros instalados en las montañas del norte de Nicaragua. Hasta ahí se traslada Carlos Fonseca.
1970 El régimen de Somoza recrudece su represión. El Frente Sandinista decide comenzar a preparar más intensamente a sus mandos .
1974 Comienza una fuerte ofensiva armada contra la Guardia Nacional y la dictadura. El 27 de diciembre de ese año se produce el secuestro de la casa de José María Castillo, muy cercano a la dictadura, lo que significó un triunfo importante para la guerrilla.
1976 El Frente Sandinista se divide en tres “tendencias” por discrepancias entre sus miembros. La Tendencia Insurreccional o “tercerista” estaba conformada por intelectuales y empresarios descontentos con el régimen.
1976 Muere en combate Carlos Fonseca Amador.
1978 Es asesinado el director de LA PRENSA Pedro Joaquín Chamorro, lo que aumentó las molestias de la clase media frente a la dictadura.
1979 En marzo se firma un acuerdo de unidad entre los miembros de las tres tendencias sandinistas. En junio inicia la “Ofensiva final” contra la dictadura. Anastasio Somoza Debayle deja el Gobierno y huye con los suyos a Miami –llevándose los cuerpos de su padre y hermano, Luis–. La Guardia se rinde y el 20 de julio los guerrilleros entran triunfantes a Managua.
1980 Se inicia la Jornada Nacional de Alfabetización, que dejó más de 400 mil personas alfabetizadas. La tasa de analfabetismo se redujo al 50 por ciento.
1981 Ronald Reagan asume la presidencia de Estados Unidos. Se aprueba la Ley de Reforma Agraria.
1982 Estados Unidos veta préstamos del BID destinados a Nicaragua. Reagan aprueba un plan de operaciones encubiertas contra Nicaragua. El Gobierno lanza una jornada de vacunación masiva contra la polio.
1984 Se convocan elecciones generales. Comandos de la CIA minan los principales puertos del país. Estados Unidos envía flotas de guerra al Caribe nicaragüense.
1985 Daniel Ortega y Sergio Ramírez asumen presidencia y vicepresidencia. Se instala oficialmente la Asamblea Nacional.
1986 Honduras admite la presencia de campamentos de la Contra en su suelo. El Congreso de Estados Unidos aprueba 100 millones de dólares para la Contra.
1988 Comienza en el país un plan de racionamiento energético debido al sabotaje de las torres de alta tensión. Humberto Ortega, jefe del Ejército, es designado para negociar con la Contra.
1989El Gobierno decide adelantar las elecciones.
1990 Medio millón de personas participan en el cierre de campaña del FSLN, sin embargo la Unión Nacional Opositora obtiene el triunfo en las elecciones. Daniel Ortega acepta la derrota y reconoce la victoria de Violeta Barrios de Chamorro. George W. Bush anuncia que levantará el embargo a Nicaragua.
1995 Un grupo importante del FSLN deja el partido, descontento con la imposibilidad de democratizarlo. En este grupo está Sergio Ramírez.
1999 Daniel Ortega pacta con el entonces presidente Arnoldo Alemán. Aumenta el descontento entre los líderes. Una nueva ola deja el partido.
2006-2009 Daniel Ortega gana las elecciones y regresa al Gobierno. Comienzan denuncias de corrupción y autoritarismo.
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Para finales de la década del 70, el Frente ya contaba con gran apoyo popular y a su lucha se habían unido personajes que venían de otros sectores políticos y empresariales. Se formó el Grupo de Los Doce, conformado por empresarios e intelectuales que apoyaban la lucha armada contra la dictadura, pero exigía moderación en el radicalismo político del Frente.
Víctor Tirado López, ex guerrillero, explica que el Frente de inicios de los 70 era una organización “más radical” y con un discurso antiimperialista que tuvo que ser moderado por las alianzas alcanzadas al final de la década, principalmente con la llegada del Grupo de Los Doce, que exigía elecciones libres, protección al sector empresarial, pluralidad política. Pero “el norte de la unidad seguía siendo la lucha antisomocista”, dice Tirado López.
Otro punto de coincidencia era el cambio social. “Hablábamos de reforma agraria”, dice por su parte Jacinto Suárez, “de salud, educación, la reivindicación de los pobres. Planteamientos de profunda raíz social”. Pero también de la lucha armada: “Planteamos que no se podía destruir la dictadura si no se destruía a la Guardia”.
A pesar de las diferencias entre las tendencias, explica Suárez, el Frente contaba con un sistema de organización común, una disciplina de orden militar basada en la premisa de que “en la guerra no se discute” y una concepción de “partido en armas”. “No éramos un simple grupo armado que andaba volando tiros. Si no hubiéramos tenido esa concepción de partido, habría sido difícil insurreccionar al pueblo”, dice.
La unidad de varios sectores alrededor del Frente Sandinista logró que la lucha terminara con la huida de Somoza y su familia. El desmantelamiento de la Guardia Nacional y la llegada al poder, por primera vez, de un gobierno plural. Aquel 20 de julio de 1979, Managua celebraba la caída de la dictadura. Sergio Ramírez lo recuerda de esta manera:
“El mediodía del 20 de julio de 1979, las columnas guerrilleras entraron en triunfo a la Plaza de la República en Managua. En un formidable desorden, los combatientes llegaban a pie, en camiones militares, en autobuses requisados, subidos sobre el lomo de las decrépitas tanquetas arrebatadas a las tropas de la dictadura, y se revolvían con la multitud que estaba allí esperándolos para celebrar con ellos la gran fiesta de sus vidas”.
Era el fin de una era.
El puntapié a cuatro décadas de dictadura. Pero el destino, caprichoso como ha sido con el pequeño país, tenía guardada una sorpresa que demostraba que el viejo sistema somocista, cincelado trabajosamente por una cultura política basada en el caudillismo y cierto paternalismo, no se había borrado del todo.
El Frente Sandinista, la ya vieja columna guerrillera, se convertiría en un partido político que repetiría una y otra vez los errores del sistema que trataba de convertir en pasado.
En septiembre de 1979, apenas dos meses del triunfo revolucionario, unos 400 cuadros del Frente Sandinista se reunieron en la vieja sede de la EEBI, en Lomas de Tiscapa, para acordar los lineamientos del nuevo partido y Gobierno. Sergio Ramírez cuenta que de ahí salieron unos estatutos conocidos como El documento de las 72 horas, que fue lo que duró la encerrona.
Ese documento tenía una fuerte construcción marxista-leninista que planteaba la dictadura del proletariado, el control de los medios de producción, la adhesión al sistema socialista, la consolidación del Frente como partido marxista y “la lucha a muerte contra el imperialismo yanqui”.
Esos planteamientos se inspiraban en la Cuba de Fidel Castro. Cuba como modelo a imitar. Fidel como político al que había que copiar. “Muchos querían asimilar el modelo cubano en todo, aún en los asuntos más banales”, explica Ramírez. “Ya no se diga el acento cubano y los giros del habla, tan imitados, como si se tratara de un nuevo idioma que aprender.” Castro era el símbolo: “Para algunos, copiar sus gestos, su tono de voz, sus giros, sus silencios reflexivos manteniendo la mano en el aire, cerca de la barbilla, y aun en la forma de apoyarse en el podio, se volvió un vicio mimético que llegó a rayar en la caricatura”.
Los planes de convertir a Nicaragua en una nueva Cuba levantaron ampollas en los aliados del Frente Sandinista, que lo que menos querían era hacer del país recién salido de una dictadura en una sociedad controlada por el marxismo. Las discusiones comenzaron a hacerse fuertes y al final prevaleció en el discurso oficial la idea de crear una economía mixta, el pluralismo político y la independencia en las relaciones internacionales, que eran los planteamientos acordados por los aliados en el Pacto de Puntarenas, Costa Rica. Entre muchos miembros del Frente, sin embargo, Cuba no era vista como una isla tan lejana.
La Nicaragua que recibió la revolución se alejaba mucho de la economía más o menos estable del tiempo de los Somoza. Esa estabilidad le garantizaba a la familia la riqueza de todos sus negocios, siendo como eran dueños de todo tipo de empresas, desde agrícolas hasta aéreas. Pero la economía de 1979, como explica Leslie Bethel en su Historia de América Latina, era una “economía estragada”: el PIB disminuyó en un 26.4 por ciento, todas las reservas internacionales se habían hecho humo, hubo una fuga de capitales, la inflación supera el 60 por ciento y Somoza había dejado a los nicaragüenses endeudados hasta el tuétano, con más de 1.600 millones de dólares.
La producción de algodón cayó dramáticamente y con ella las exportaciones. Y la escasez de alimentos sobrevino en el país. Si bien 1980 se realizó la Jornada Nacional de Alfabetización, que el mundo entero aplaudió, pronto se vieron hechos que disgustaron a los aliados del Gobierno.
Se expropiaron las propiedades de Somoza y sus allegados, pero también hubo abusos con muchos campesinos y el sector privado, que comenzó a pugnar con el nuevo Gobierno, a pesar que la política de los primeros años de la revolución era moderada y de concertación.
Pero el descontento social vino con el cambio de los viejos guerrilleros. El nacimiento, con el tiempo, de una nueva oligarquía sandinista alejada del precepto revolucionario de “vivir como los santos”. Fue la gran metamorfosis del Frente Sandinista, que Sergio Ramírez explica de la siguiente manera: “Las casas de los dirigentes debían ser amplias, porque también allí se trabajaba; se rodeaban de muros por razones de seguridad y no pocas tenían piscinas, saunas, salas de billar, gimnasios, canchas deportivas, porque los dirigentes no podían asistir a los lugares públicos como los demás; el tamaño de la escolta militar, que demandaba instalaciones y vehículos, era parte del prestigio, y los propios vehículos de los dirigentes debían ser nuevos y de buena marca.
Después se inventaron las tiendas diplomáticas, donde sólo se podía comprar en dólares y a las que tenía acceso la alta jerarquía del partido y del Gobierno; como paliativo, para la Navidad se les entregaba un bono de compra a los funcionarios menores”. Es decir, los líderes se alejaban del pueblo que los apoyó.
En las tierras expropiadas se intentó crear proyectos megalómanos, en un país donde el campesino estaba acostumbrado a cultivar –si contaba con ellas– pequeñas parcelas. Y el Frente Sandinista creó un proyecto militar gigantesco y partidario que superó a la Guardia Nacional en tamaño: el Ejército Popular Sandinista –más tarde convertido en órgano profesional– llegó a tener hasta 60 mil miembros.
El vínculo con el bloque socialista fue la opción adoptada por altos miembros del nuevo Gobierno y comenzó en marzo de 1980, cuando se estrecharon los lazos con la Unión Soviética. En 1984 se realizaron elecciones generales en las que el Frente Sandinista participó solo y a partir de ahí comenzó a consolidarse un nuevo liderazgo dentro del partido: el de los hermanos Humberto –que controlaba el Ejército– y Daniel Ortega –jefe de Gobierno. La sombra del caudillismo empañaba las esperanzas de cambio.
“Fuimos incapaces de abrir el país a una democracia más equilibrada, la revolución no trabajó suficientemente la política caudillista y los fundamentos de nuestra cultura política, que se mantienen hasta ahora”, dice Mónica Baltodano.
La diputada Baltodano cree que la revolución tuvo la mala suerte de coincidir con el ascenso al poder en Estados Unidos de Ronald Reagan, político conservador que desde un inicio mostró su rechazo a los sandinistas. Reagan no quería una nueva Cuba. “Estados Unidos determinó que habría que destruir la revolución”, dice Baltodano.
Miembros de la extinta Guardia somocista que se refugiaron en Honduras se rearmaron y conformaron la Contra, auspiciada por el Gobierno de Reagan. Sobrevino una larga guerra que debilitó al régimen sandinista y terminó con su salida del poder en las elecciones de febrero de 1990.
La pérdida del poder y la caída del bloque socialista a inicios de 1990 significaron golpes duros para el Frente Sandinista. Víctor Hugo Tinoco, ex vicecanciller y ahora diputado por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), dice que con ese cambio forzado comenzó un proceso de reflexión interna dentro del partido, que cayó en una “crisis de paradigma”. Se comenzaron a escuchar voces que criticaban la idea de considerar inconcebibles el socialismo y la democracia. Y también se exigió apertura interna.
Tras la derrota llegó La Piñata, proceso en el que líderes del Frente Sandinista se adueñaron de bienes del Estado y que fue, según algunas fuentes consultadas, el inicio del partido como organismo empresarial. Para algunos miembros del Frente como Sergio Ramírez, La Piñata desmoralizó a muchas de las bases del partido, aunque Jacinto Suárez asegura que no hubo tal desmoralización: “Las bases se vieron favorecidas porque se repartieron casas”, dice.
Para Suárez la derrota electoral del 90 significó una nueva oportunidad para el Frente Sandinista. “Estábamos conscientes de que el Gobierno no era el único frente de poder, por lo que la movilización popular fue vital para nosotros”. El Frente Sandinista incitó las huelgas de sectores como el transportista y de estudiantes, que desestabilizaban al nuevo Gobierno.
“Yo estoy de acuerdo con la movilización popular, pero en Nicaragua se lanzaba a la gente supuestamente a reivindicar sus derechos, pero por debajo era para favorecer a las cúpulas. No se peleaba por la gente, sino para colocar al Gobierno contra la pared”, explica Baltodano.
Entre 1990 y 1995, dice Víctor Hugo Tinoco, comenzó un proceso de democratización del partido, comenzaron a realizarse más asambleas partidarias y se pensó la posibilidad de primarias para escoger a candidatos. Sin embargo, el proceso no cuajó y en el 95 una gran parte de miembros del Frente dejaron el partido, entre ellos Sergio Ramírez y la mítica guerrillera Dora María Téllez. Otra oleada se produjo a inicio de 2000, tras el pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, que los perpetró como caudillos únicos. De esta nueva fisura salieron Tinoco y Baltodano.
“El Frente nunca se democratizó”, dice Víctor Tirado. “Nunca se definió un programa sobre cómo se iba a comportar frente a la población. Además, se fue creando un grupo económico fuerte dentro del Frente, al que no le importaba el cambio democrático ni cambiar a los dirigentes, porque éstos garantizaban el cuido de los intereses creados”.
Para Tirado López el Frente se convirtió en un partido familiar, una organización “que responde a los intereses de una familia y su grupo.
No tiene la autoridad moral de antes”. Pero para Jacinto Suárez ese término no es aplicable a su partido. “¿Cómo puede ser un partido familiar?”, cuestiona. “Nuestra vocación por los pobres sigue siendo el hilo conductor del Frente. Estamos en la continuación de la revolución”.
Según Suárez, el liderazgo de Ortega y su permanencia al frente del partido son indiscutibles. “Daniel se quedó y se fajó; a muchos les duele su liderazgo”, dice. “El Frente tiene un peso histórico moral al que se quiere debilitar”.
Para aquellos guerrilleros que tenían como premisa la lucha armada y vivir como los santos, el partido de ahora nada tiene que ver con lo que fue. En Los días de Somoza el autor le hace ver a Dora María Téllez que Daniel Ortega se declara heredero de la lucha antisomocista. Téllez le responde: “El orteguismo puede reclamar la herencia, pero no necesariamente los que reclaman la herencia son dueños de la herencia. Hay herederos legítimos y hay usurpadores de herencia… Nosotros lo que hicimos fue derrocar la institucionalidad de la dictadura, pero no el modelo de poder. El modelo de poder lo estamos peleando todavía”.