14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

(FOTOS/LA PRENSA/O.VALENZUELA)

“Estoy para agradecer, no para quejarme”

Uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de los Andes vino a Nicaragua a dar su testimonio de vida. El hombre contra la naturaleza más despiadada. Ha contado su historia miles de veces a lo largo del mundo desde aquel 23 de diciembre en que fueron rescatados hace 34 años, en la Cordillera de […]

  • Uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de los Andes vino a Nicaragua a dar su testimonio de vida. El hombre contra la naturaleza más despiadada. Ha contado su historia miles de veces a lo largo del mundo desde aquel 23 de diciembre en que fueron rescatados hace 34 años, en la Cordillera de los Andes, después de vivir 73 días en medio del frío intenso, abandonados, sin abrigo y comiendo las carnes de sus propios compañeros muertos para sobrevivir

Gustavo Zerbino vivió a los 19 años una de las experiencias más fuertes que humano alguno haya vivido. El avión en que viajaba chocó contra un pico y cayó en un glacial de la cordillera de los Andes, donde nunca humano alguno había pisado. Trece de los 45 murieron ese día. Zerbino sobrevivió al impacto. Sin embargo, en los siguientes 73 días vio morir a 16 compañeros más, quedó ciego por el resplandor de la nieve, se le engangrenaron las piernas, soportó temperaturas de hasta 40 grados bajo cero, sufrió una avalancha que lo sepultó vivo, bebió agua hecha de nieve mediante un ingenioso artilugio que la adversidad les inspiró y comió carne de sus propios compañeros muertos. “Nunca fui más feliz que esos días en las montañas”, dice Zerbino, de 53 años, y de visita a Nicaragua donde fue invitado a dar una conferencia sobre “Gestión en la adversidad”, una materia en la que se graduó con honores aquel 1972.

Zerbino es uno de los 16 sobrevivientes de los Andes, una historia mundialmente conocida, de la que se han escrito más de 20 libros, se han hecho tres películas y miles de reportajes y entrevistas. Zerbino mismo ha contado la historia miles de veces y se dedica a dar conferencias, como la de Managua, por distintos países del mundo.

En un hotel de Managua, Zerbino se muestra ansioso por conocer Nicaragua. Pregunta por Edén Pastora, un guerrillero que considera “sincero y de principios”. También luce interesado por las elecciones, pregunta, y hace esquemas en un papel. Ya le han hablado del pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. “¡Eso no es pacto, es corrupción!”, exclama, para luego filosofar en el estilo con que maneja sus conferencias: “El problema no es que haya corrupción, el problema es que haya impunidad”.

Zerbino viste una chaqueta azul con el emblema del Club Old Christians, el club de rugby al que pertenece. El emblema también se aprecia en la corbata y la camisa. Es casi como su uniforme. Con su vestimenta Zerbino quiere decirnos que él es parte de un equipo. Por eso no le gusta hablar en primera persona. Prefiere el “nosotros” al “yo”.

¿Qué lo lleva a dar estas charlas sobre Gestión en la adversidad?

El motivo por el que doy conferencias es porque tengo que devolverle a la vida parte de lo que la vida me dio. Y trabajo en comportamiento humano. Viajo una semana al mes por universidades, por empresas del primer mundo o América Latina, donde contribuyo haciendo un diagnóstico de la situación que tiene la empresa.

Leí en un reportaje de la revista Gatopardo que familiares de los muertos en el accidente se quejan de que los sobrevivientes se han dedicado a hacer dinero con una historia que a ellos les provoca mucho dolor.

Nunca, nunca he oído que algún familiar de nuestros compañeros muertos se quejara.

¿Estas conferencias que usted da por el mundo son bien remuneradas?

¿A ti te pagan por tu trabajo? Si alguien cree que yo estoy haciendo dinero fácil, lo invito a que viva 73 días en la cordillera y luego baje a contarlo. Estoy acá en Nicaragua porque dos muchachos, empresarios jóvenes, me escucharon en España y me dijeron: yo quiero que en mi país puedan compartir lo que tú dijiste y yo tuve que renunciar a otros lugares para venir acá. Hay momentos que quisiera estar en mi casa con mi hija, que tiene mes y medio, y no estar contestando cosas que me preguntan en todos lados igual. Pero me doy cuenta que yo no soy dueño de esto. Esto es parte del conocimiento del ser humano, donde hay una posibilidad: está el hacerlo o no hacerlo. Nosotros elegimos equivocarnos y compartir errores. Yo soy sabio sólo en una cosa: en los errores que cometí en la vida. El error te enseña que hay otras maneras de hacer las cosas.

El testimonio autorizado se recoge en el libro Viven, la Tragedia de los Andes. Ustedes participaron en esa edición de la cual se han vendido millones de copias en 45 países.

Lo que sucede es que se había publicado cantidad de libros de personas que nunca estuvieron ahí, diciendo cualquier cosa. Decidimos hacer una licitación internacional y escogimos a Piers Paul Read. Con las utilidades del libro se han construido escuelas, bibliotecas y se ha ayudado a los familiares.

Una de las partes que más curiosidad despierta en su relato es el que hayan tenido que comer carne humana para sobrevivir.

Es normal que despierte curiosidad. Unos obispos de Chile, cuando nosotros les contamos cómo habíamos sobrevivido, nos dijeron: “No hace falta, no lo cuenten”. Nosotros nos quedamos sin decir nada por dos días porque queríamos llegar a nuestro país y decirlo, porque era un acto de honor a la verdad de lo que vivimos, compartir cómo habíamos sobrevivido porque no había nada que esconder.

En un primer momento, algunos periódicos los llamaron incluso caníbales.

La prensa tiene que escribir porque tiene que vender diarios. A mí ningún familiar, nadie… Yo no soy caníbal. Nadie nos dijo nada en ningún lugar del mundo. La pregunta que nos hacen es más bien si es verdad o es mentira. Hasta hoy hay gente que dice que es mentira. Nosotros decimos: no, es verdad. No tenemos nada que ocultar. Nadie me puede juzgar a mí. Tenemos el permiso de nuestros amigos, fue el pacto que hicimos.

¿Los familiares de las personas que ustedes usaron sus cuerpos no se sintieron mal cuando supieron la noticia?

Tengo la carta de Gustavo Nicolich, que murió al lado mío y la de su hermano Alejandro Nicolich. Sus padres y sus hermanos dicen que se sienten orgullosos de que gracias un poco a su hermano que estaba muerto sobrevivimos nosotros.

¿Y los otros familiares?

Nadie. No hay un solo padre, una sola madre, que nos haya dicho absolutamente nada, nunca. Eso es toda una historia, una mentira. Carlos Valeta, estudiante de medicina, el padre dijo: “Le agradezco a Dios que hayan ido 45 para que hayan podido regresar 16”. Ningún padre jamás dijo nada. Es todo un invento de los periodistas.

La película Viven, inspirada en el libro ¿relata bien la tragedia o la exageró para darle fuerza a la historia?

La película es un cuento de hadas comparado a lo que pasó. No se puede sentir el drama de 73 días en 45 minutos. Es imposible.

En esa película usted salía a buscar carne a los cuerpos. ¿Eso fue así?

Sí, así era.

¿Era muy difícil cortar a un compañero?

El primer día era la cosa más difícil del mundo. Primero la mente no lo acepta. La mano… Una cosa es tomar la decisión de que hay que hacerlo y otra cosa es hacerlo. Después que rompimos ese tabú, está la dificultad física de cortar una roca. ¿Has tratado de cortar una carne congelada del freezer? Ahora imagínate hacerlo con un vidrio. Eso es muy complicado, aparte que se te congela la mano. Pero al otro día de que fuera un tabú, se convirtió en el hecho más cotidiano, en el hecho más normal. Era un rito que necesitábamos. El cuerpo humano necesita 37 grados de temperatura para funcionar, en los 36 estás en la hipotermia. Cuando no tenés alimentos, para producir el calor de la combustión del cuerpo, primero quemás la grasa, después la carne y después quemás los huesos. En diez días habíamos perdido entre 15 y 20 kilos.

¿Fue absolutamente necesario el consuno de carne humana para sobrevivir?

Nosotros no nos salvamos porque comimos carne humana, porque si no comíamos carne humana nos moríamos congelados. Comer carne humana no fue lo más importante.

Pero si no hubieran dado ese paso…

Si no hubiéramos dado ese paso nos hubiéramos muerto porque no teníamos energía para caminar. Pero, comiendo carne humana nos podíamos haber muerto todos porque te quedabas en el lugar y no te animabas a trepar la montaña, a hacer todo lo que hicimos. No nos salvamos por comer carne humana, nos salvamos por hacer todo lo que hicimos. La carne humana fue un medio, no un fin. El fin era sobrevivir todos. La gente se cree que comimos carne humana, y nos subimos a un avión y nos sacó para afuera. ¡No tiene nada que ver!

¿El grupo que sobrevivió se reúne a menudo?

Vimos en Carrasco, que es un barrio de Montevideo. Vivimos en 20 manzanas, prácticamente todos, con el colegio en el medio. Mis hijos, tengo seis hijos, van al colegio donde yo fui. Vivo a una cuadra del colegio. Soy vicepresidente del Club Old Christians, fui presidente seis años, y estoy en la directiva desde hace 34. Todos juntos nos juntamos en los cumpleaños, en los velorios, y nos vemos siempre.

Entiendo que para el 30 aniversario, en el 2002, jugaron en Chile el partido que no se jugó en esa ocasión con el equipo chileno precisamente por el accidente, y llevaron incluso al arriero, Sergio Catalán, que encontraron Fernando Parrado y Roberto Canessa cuando salieron a buscar ayuda.

(A Catalán) Lo hemos tenido en el Uruguay una cantidad de veces. El año pasado (Catalán) cumplió 50 años de casado y fuimos con Parrado y Canessa de sorpresa a la montaña y lo encontramos andando a caballo, ¡con 84 años y a 60 kilómetros de su casa! Y fuimos a la fiesta y se le caían las lágrimas porque no podía creer. Es como si fuera un padre. Nosotros nos vemos, somos un grupo de pertenencia como hay grupos de exiliados, desaparecidos, nosotros somos sobrevivientes. La gente nos puede decir caníbales, antropófagos… Nosotros somos antropófagos. Comimos carne humana. Para mí no es un insulto, si me quieren ofender, sé qué fue lo que hice para vivir, creo que respetamos todas las leyes y morales de la vida para estar acá, haciendo lo mejor.

¿Usted considera que se salvó de quedar en la montaña hace 34 años para cumplir alguna misión en la vida?

Cuando yo me pregunto por qué, estoy siendo víctima. Si yo me pregunto por qué me pasa esto, por qué el país está así. Yo en la cordillera no me preguntaba por qué, ni me pregunto por qué nunca. Yo me pregunto cómo. Cuando me pregunto cómo estoy buscando opciones para tomar acción.

Usted dice que se siente privilegiado por lo que la vida le ha dado. Un privilegio es haber sobrevivido.

Yo me siento privilegiado de todo lo que pude aprender, todo lo que pude madurar, todo lo que pude crecer, todo lo que pude compartir, todo lo que puede sufrir, todo lo que pude gozar en esta vida que yo digo es una fiesta a la que venimos sin ser invitados y nos vamos sin darnos cuenta. Tuve la oportunidad de vivir intensamente. Yo vengo acá a decirle a la gente que soy un ser humano igual a todos los seres humanos que están en la tierra. Con defectos y virtudes. La única diferencia es que no tenemos nada que ocultar, que la vida la vivimos con pasión, con alegría, intensamente, y cada segundo como si fuera el último. Yo estoy acá para agradecer, no para quejarme. Y como es una opción: yo puedo elegir agradecer o quejarme. Y depende de mí, no lo que ocurra, sino lo que yo hago con lo que me ocurre. Y yo decido venir a Nicaragua a compartir. Lo que haga después la gente en Nicaragua con lo que yo digo es lo que ellos quieran porque son libres.

Reportajes

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí