¿Qué pasó con el arte sacro que había en casi todas las iglesias de Nicaragua? Hasta la más humilde capilla tenía alguna imagen a la que se le rendía culto. Si se hubieran levantado inventarios de tantas obras, encontraríamos el faltante de lo que fue tallado o pintado con mucha devoción por artistas anónimos.
Hace más de cuarenta años visité por primera vez la iglesia de Ciudad Antigua. Mucho tiempo después llegué de nuevo y más de la mitad de lo que había visto y admirado ya no estaba. Nada de aquella especie de anda, en la que llevaban a enterrar a los pobres; las capas bordadas con hilos de oro; cálices e imágenes, en fin, ni el recuerdo conservado en algún relato o fotografía.
El Concilio Vaticano II fue bien claro al señalar que se vigilaran con cuidado los objetos sagrados y obras preciosas, dado que son ornato de la casa de Dios, “no se vendan ni se dispersen”, omite el texto que no se las roben con el objetivo de realizar un lucrativo negocio que cada día tiene mayor clientela entre los coleccionistas, con un mercado a nivel internacional.
Venta, dispersión y robo
Conforme el documento conciliar, cuando se habla de venta es posible que se refiera a un acto lícito, por ejemplo que el párroco venda un objeto de oro o plata para mejorar el templo. En cuanto a la dispersión, que no entregue los objetos de arte sacro a particulares, vayan fuera del templo o de la casa cural, sin embargo no fue posible ejercer control.
Fue triste saber de sacerdotes que comercializaban, incluso en beneficio personal y familiar, con imágenes, cálices, cruces valiosas de oro y plata. Con la famosa “lavada de la plata” en El Viejo, según antiguos pobladores, al paso de los años fueron disminuyendo las piezas que se lavaban, llegándose a utilizar imitaciones.
Cuando cumpliendo con el ordenamiento conciliar, muchas imágenes fueron a parar a las sacristías, hubo párrocos que las distribuyeron, las dispersaron, entre personas allegadas, beatas o contribuyentes económicos. Actualmente hay capillas privadas, imágenes que se guardan en casas familiares, pero a las que se les dispensa culto público, con procesiones, todo un negocio.
El más grave de los casos, no mencionados en el documento conciliar, es el robo de arte sacro. Pese a realizarse dentro de un templo, explicó el padre Mario Campos Bordas, no es motivo de excomunión, sin embargo se trata de un delito escandaloso y censurable, pues no es un robo a particulares, sino a la Iglesia y a sus fieles.
El delito puede tener dos características. Una es el robo organizado, una acción inescrupulosa y descarada, con conocimiento de causa, sabiendo el valor que el objeto tiene en el mercado de coleccionistas a nivel internacional. Fue el caso de un robo realizado en Chinandega. Cuando se investigó el delito salieron nombres de conocidas personas de Chinandega y Granada. El autor material fue llevado a jurado, pero pese a las pruebas, resultó absuelto. Sin embargo, la ciudadanía tiene presentes los nombres del autor material y de los que planearon el robo con fines de lucro personal.
Otro tipo es la que se hace en beneficio económico, con extremo daño, pues por ignorancia ha causado pérdidas irreparables. Caso concreto fue el robo ejecutado hace poco en El Viejo, donde un joven se llevó valiosos objetos de oro que fueron fundidos, vendidos en una cantidad irrisoria, nada comparable con el valor artístico de los objetos robados. En un sórdido proceso, en el que mediaron amenazas con ribetes de chantaje, el procesado llegó a un acuerdo con la Fiscalía, y aunque todavía esté en prisión, puede quedar libre a corto plazo.
Debe cuidarse y protegerse más el arte sacro. Tener un inventario completo en cada templo, procurar una declaratoria de patrimonio cultural de la nación, hacer conciencia de como dice el Concilio Vaticano II: “Entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro”.