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Las negociaciones por el salario mínimo se rompieron abruptamente el martes pasado luego de que el sector empresarial asegurara que, dada la situación económica del país, no es posible que se dé un incremento en el salario mínimo.

Batalla por un salario más justo

El tema del salario mínimo tiene dos escenarios: en primer lugar, las instalaciones del Ministerio del Trabajo, donde empresarios, gobierno y sindicatos forcejean por lograr un consenso entre propuestas que se han caracterizado por su grado de extremismo. El otro escenario lo constituyen los campos nicaragüenses y las pequeñas bodegas de empresas e instituciones. Moisés […]

  • El tema del salario mínimo tiene dos escenarios: en primer lugar, las instalaciones del Ministerio del Trabajo, donde empresarios, gobierno y sindicatos forcejean por lograr un consenso entre propuestas que se han caracterizado por su grado de extremismo. El otro escenario lo constituyen los campos nicaragüenses y las pequeñas bodegas de empresas e instituciones.

Moisés Martínez y Adolfo [email protected]

Mientras la batalla por el salario mínimo entra a su punto más candente, al punto de provocar una ruptura en las negociaciones el martes pasado, la señora Leticia Dávila enfrenta día a día su propia batalla al tener que levantarse desde las cinco de la mañana, para luego ocuparse hasta las cinco de la tarde en sus labores de limpieza en las oficinas del Ministerio de Transporte e Infraestructura (MTI).

Doña Leticia, madre de cinco hijos, uno de ellos afectado por epilepsia, asegura estar muy pendiente de las negociaciones por el salario, ya que en eso radica sus esperanzas de un alivio a la dura situación que enfrenta.

El salario básico de doña Leticia es de 850 córdobas mensuales, más sus viáticos de transporte y alimentación, con los cuales redondea cerca de un mil córdobas. Sin embargo, este salario no le ayuda mucho a doña Leticia para sobrellevar los gastos de la casa y estudios de sus hijos.

“Los únicos días en los que se come sabroso en mi casa es cuando le pagan a mi marido o a mí, que es cuando puedo hacer algo rico como una sopita o algo así. Mi hijo mayor también trabaja, pero me ayuda poco porque él tiene su compañera”, relató.

El punto más serio en la crisis es cuando doña Leticia tiene que ajustar para los gastos médicos de su hijo discapacitado, quien tiene 22 años y sufre de fuertes ataques epilépticos. “Tengo que estar constantemente comprando sus pastillas, porque por un día que no se las tome, se me enferma”, comentó.

Doña Leticia aseguró que sueña con el día en que gane lo necesario para poder solventar las necesidades de sus familia, y esa dicha sólo podría venir del arreglo al que puedan llegar sindicatos, gobierno y empresarios.

“ Yo le pido al Cosep que se ponga la mano el corazón, ya que con esos salarios no podemos hacer nada, no ajusta a todas las necesidades que uno tiene”, expresó.

EL CLAMOR DE UN JORNALERO

La fortuna de Natividad de Jesús Castillo Jiménez son sus cuatro hijos. De las complejas ocupaciones que genera el campo, escogió la de jornalero, la más dura de todas. Trabaja de sol a sol y lo que gana no le alcanza para satisfacer las necesidades del hogar.

Castillo Jiménez reside en una choza en la comunidad Santa Cruz, al sur del municipio de Estelí. Su vida está embadurnada de las callosidades que producen las labores del jornal.

Este obrero de 35 años ha desempeñado todas las labores del jornalero desde muy niño, y a partir de su adolescencia asumió la responsabilidad del hogar, tras la muerte de su padre y tres hermanos que perecieron en el conflicto bélico de hace dos décadas.

Bajo sus hombros está la responsabilidad de garantizar el sustento diario para su madre, esposa, tía y sus cuatro hijos, entre ellos una niña, cuyas edades oscilan entre 5 y 14 años, que claman por alimentos, útiles escolares, uniformes y zapatos.

“Pobrecitos mis hijos, con el miserable salario que gano no les puedo dar sus zapatitos, su ropita, sus libritos y sus cuadernitos”, se queja el obrero agrícola.

Este hombre de manos ásperas y de rostro curtido por el sol, narra que la necesidad lo ha obligado a dar su fuerza de trabajo hasta por 10 y 15 córdobas diario, con una jornada que comienza a las siete de la mañana hasta las tres de la tarde. También ha devengado salarios de 20, 30 y 40 córdobas.

Para este peón, un salario de 30 córdobas es una desgracia, porque únicamente compra “tres libras de arroz, un litro de aceite, una libra de azúcar y una bolsita de café, quedándonos sin comprar los frijoles y el maíz”.

“Cuando no tengo trabajo toda mi familia aguanta, y a veces casi lloro porque mis hijos me piden comida, a veces sobrevivimos gracias a los vecinos”, relata.

Este campesino, que también ha hecho el papel de leñador, considera que los obreros agrícolas deberían ganar un salario mínimo diario de 80 córdobas para poder comprar lo básico de la alimentación.

“Lo que ganamos es una miseria, con un salario de 80 córdobas nos defenderíamos mejor, porque esta vida está durísima, más en la zona rural”, opina.

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