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Eduardo y William Mercado Navarro diariamente recorren las calles de San Carlos, Río San Juan, en busca del sustento diario para poder vivir. LA PRENSA/F. LARIOS.

Lustrando para vivir

La vida de los hermanitos Mercado Navarro es una lucha diaria por sobrevivir. Su madre los regaló, viven en una casa de paja. El mayor hace de padre del menor, mientras sueña con ser maestro y ahorrar 120 córdobas para comprarse un par de zapatos Gerardo [email protected] Todos los días recorren “de punta a punta” […]

  • La vida de los hermanitos Mercado Navarro es una lucha diaria por sobrevivir. Su madre los regaló, viven en una casa de paja. El mayor hace de padre del menor, mientras sueña con ser maestro y ahorrar 120 córdobas para comprarse un par de zapatos

Gerardo [email protected]

Todos los días recorren “de punta a punta” las calles de San Carlos, Río San Juan. Son los hermanitos Eduardo y William Mercado Navarro. Transitan de quince a veinte kilómetros desde la comunidad de Laurel Galán hasta San Carlos, donde ofrecen sus servicios de limpiabotas o lustradores. El viaje lo hacen a pie o al “ride” en un bus que hace ese recorrido diario.

El mayor, Eduardo, con tan sólo doce años, asume el rol de padre con su hermano menor. No cuentan con el apoyo de nadie. Sólo se tienen el uno al otro.

Su abuelo es un anciano de 70 años que padece del corazón y no puede trabajar. Por eso, los dos hermanitos deben buscar el sustento diario lustrando en las calles de San Carlos.

SI NO TRABAJAN SE MUEREN DE HAMBRE

Contrario a otros niños que a esa edad están en la escuela, los hermanitos Mercado Navarro tienen que buscar el sustento diario a través del oficio de limpiabotas.

“Si nosotros no trabajamos, nos morimos de hambre y por eso no vamos a la escuela”, razonó Eduardo. Recuerda que antes de la muerte de su abuela, ellos iban a la escuela y así logró llegar a cuarto grado de primaria. Aunque la vida le niega el derecho a estudiar, sueña un día poder hacerlo hasta llegar a ser maestro.

SOBREVIVIENDO

Un “día bueno” de trabajo les reporta hasta cuarenta córdobas, entre los dos; mientras que en los “días malos” apenas llegan a los 20 córdobas. Almuerzan pan y helados diariamente. No gastan mucho en comida para ahorrar dinero y llevar a su casa.

Gente caritativa les regala ropita para medio vestirse, dice Eduardo, quien está ahorrando para comprarse un par de zapatos que ya cotizó en 120 córdobas. Cuando el trabajo está bueno destina cinco córdobas para la compra de su calzado, “hasta el momento tengo recogido 15 córdobas”, expresó.

Luego de lustrar los zapatos de un cliente, cargan sus instrumentos de trabajo y prosiguen su viaje. Van caminando sobre las calles de San Carlos, recorriendo caminos con sus pies descalzos y cargando, junto a su caja de lustrar, desilusiones que la vida les dio, pero también llevan sueños, esperanzas, anhelos y muchas ganas de salir adelante y un día alcanzar eso que ahora son sólo sueños e ilusiones.

PESIMAS CONDICIONES

Ambos niños viven junto a su abuelo en una casita de paja, donde una familia caritativa les da albergue. Andan en busca de alguien que les regale un pedazo de plástico para tapar el techo, ya que la paja está rala y se filtra el agua de la lluvia que cae de forma constante en esa zona del país.

UNA TRISTE VERDAD

– El largo viaje emprendido por Eduardo, desde San Carlos hasta Nueva Guinea, es algo que no olvidará nunca. No sólo por la aventura, sino por la verdad que descubrió durante el viaje. Cuenta que un amigo y compañero de trabajo, lo invitó a que fueran a Nueva Guinea a lustrar porque era buena plaza.

– “Ahí me di cuenta que mi mamá nos tuvo que regalar porque su familia no nos quería”, dice con voz apagada. Baja un poco la mirada y prosigue: “De ella no sé cómo es, sólo sé que su nombre es Migdalia, pero nada más sé de ella”.

– Una de las cosas que descubrió, fue que su madre los regaló cuando su hermanito William tenía apenas diez meses de nacido. Él no está seguro que el señor que llama abuelo y en algunos casos papá, sea algo suyo.

– “Nuestro abuelo nos ha criado desde chiquitos, a mí y a mi hermanito. Lo que pasa es que él ahora no puede trabajar y por eso lo hacemos nosotros”, relató.  

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