Leslie Nicolás [email protected]
“La esperanza es lo último que perdemos”, fueron las palabras de Benita López Gómez de la comunidad de El Zapote de Susulí, del departamento de Matagalpa. Muchas mujeres como ella en esta comunidad son cabezas de familia, a las que no tienen cómo alimentar porque, sencillamente, no hay con qué.
En Nicaragua más de un millón de nicaragüenses se dedican a las labores agrícolas, y muchas de estas familias en la actualidad no cuentan con el sustento diario. Éste es el caso de los que viven en la Zona de Occidente, en donde este invierno fue sustituido por una fuerte sequía que arrasó con sus cultivos y sus posibles ingresos.
Si bien es cierto que la situación de la sequía afectó principalmente a la zona seca del país, también es cierto que la situación político-económica, sumada a la reducción del crédito agropecuario, mantienen sumidos en la miseria a muchos nicaragüenses que viven de la tierra y de la ganadería.
Para suerte de muchos y desgracia de otros, esta dura situación se vive en las zonas rurales, es decir, en alrededor del 27 por ciento de la población nicaragüense que se dedica a las labores agrícolas.
Doña Benita es la responsable de buscar el alimento para nueve personas que viven con ella. Pues ella es quien dirige las labores de siembra en su familia. Sin embargo, la falta de recursos financieros hacen imposible que pueda almacenar parte de su cosecha para venderla a un precio mejor en tiempos duros, cuando no hay qué comer, ni qué sembrar.
“Ya invertí todo lo que tenía. Me hace falta dinero para comprar más abonos para que los frijolitos y el maíz sigan creciendo y pueda obtener buenos rendimientos; pero ya no tengo con qué”. Muchas de estas personas están sobreviviendo porque se están alimentando con frutas como mangos, y con musáceas como el banano, que es lo único con que cuentan en los patios de sus casas.
En muchas comunidades rurales de Boaco y Matagalpa el hambre y la miseria ya están haciendo estragos.