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Funerales de Ruben Dario

El poeta nicaraguense Rubén Darío murió a los 49 años de edad en León. LA PRENSA/CORTESÍA

El misterio del cerebro de Rubén Darío: entre tragedia, disputas y mitos

Desde la muerte del poeta Rubén Darío en febrero de 1916, el destino final de su cerebro ha sido objeto de disputas, rumores y teorías que oscilan entre lo anecdótico, lo conspirativo, lo macabro y lo científico

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Rubén Darío, el poeta más emblemático de Nicaragua, falleció a los 49 años, el domingo 6 de febrero de 1916 en León, dejando un legado literario inmortal y un misterio que ha perdurado por más de un siglo: el destino de su cerebro.

Este reportaje reúne las versiones más documentadas y conocidas sobre el paradero del cerebro del poeta, basadas en testimonios, publicaciones y declaraciones públicas, que no solo reflejan el sombrío enigma en torno a sus restos, sino también el profundo malestar ante la macabra disputa sobre los restos del insigne escritor, tal y como lo describen aquí cuatro escritores y académicos nicaragüenses.

Las versiones de esta historia, registrada en múltiples fuentes y declaraciones oficiales, comenzó con una decisión sórdida.

Un médico, el reconocido doctor Luis H. Debayle, «el Sabio», quien asistió a un enfermo Darío en sus últimos días, hasta su muerte, supuestamente persuadió a la esposa del poeta, Rosario Murillo, para permitir la extracción del cerebro de Darío con el pretexto de realizar un estudio.

Según relató el escritor chileno Arturo Torres Rioseco en Rubén Darío, casticismo y americanismo, la intención inicial de los científicos era compararlo con los cerebros de grandes genios como Víctor Hugo y Stendhal, pues se creía que el peso y las dimensiones de este órgano podían determinar el nivel de genialidad de una persona.

Sin embargo, el drama estalló cuando el cuñado del poeta, el general Andrés Murillo, supuestamente intentó apropiarse del órgano con intenciones de sacar alguna ganancia económica.

La primera versión del drama detalla que ambos hombres discutieron en plena calle de León, apenas horas después de fallecido Darío, lo que provocó que la urna cayera al suelo, haciendo rodar el órgano hasta los pies de un grupo de marines estadounidenses.

¿Dónde quedó su genio?

La primera versión del misterioso destino del órgano fue publicada en agosto de 1926 por la revista Cultura, de la ciudad de León, en un artículo anónimo que relata la disputa callejera ocurrida el día de la autopsia de Darío entre el 7 y 8 de febrero de 1916.

Según el testimonio de un López Marín, sin nombre consignado en el artículo, el doctor Debayle y el general Murillo forcejearon por un tarro verde que presuntamente contenía la materia gris.

“Eran dos hombres que tiraban de un tarro verdoso y relumbrante, cual si fuesen una pareja de águilas combatiendo», escribió el testigo, quien se identificó como un joven militar adolescente que intervino y confiscó el tarro de galleta, llevándolo al cuartel de Policía de León, donde advirtió que quien lo reclamara debía hacerlo ante las autoridades.

Este relato fue el primero en exponer públicamente la controversia en torno al destino del órgano del bardo.

El 24 de octubre de 1959, el poeta y escritor Edgardo Prado, periodista del diario Novedades, publicó una segunda versión basada en sus conversaciones con Rosario Murillo, viuda de Rubén Darío.

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Casa Museo Rubén Darío.
En la Casa Museo Rubén Darío de León se conserva la cama donde reposó sus últimos días el poeta Rubén Darío. LA PRENSA/ARCHIVO

Se busca un cerebro

Titulado “En busca de un cerebro”, el artículo del joven escritor cuenta que solía visitar la casa solariega de la señora viuda para conocer detalles de la vida del poeta.

En una de esas visitas, Prado preguntó: “Doña Chayo y el cerebro de Darío ¿quién lo tiene? ¿Es cierto que usted lo obsequió a la Argentina?”. La viuda, según el relato de la época, le respondió: “El cerebro de Rubén lo tengo enterrado en mi dormitorio, bajo mi cama y a mi cabecera”.

De acuerdo con aquel relato periodístico, Murillo con el dedo índice señaló el lugar exacto, negando cualquier rumor sobre su robo o traslado fuera de Nicaragua.

Al día siguiente, el 25 de octubre, el profesor Sofonías Salvatierra, amigo cercano de Rosario Murillo, negó en una entrevista con Novedades que el órgano del poeta hubiera sido robado o vendido al extranjero.

Salvatierra aseguró que la viuda nunca mencionó que el cerebro hubiera sido sustraído y que, de haber ocurrido, ella habría presentado una denuncia.

“A pesar de la gran confianza que me dispensó doña Rosario, nunca me hizo referencia alguna acerca de que le hubieran robado esa preciosa reliquia», afirmó, en un intento por proteger la memoria de la viuda y refutar los rumores sobre la venta del órgano a una universidad extranjera o a un periódico argentino.

Las noticias de Novedades sobre el tema motivaron a una nueva versión el día 27 de octubre de ese año 1959.

El doctor Felipe Rodríguez Serrano, cercano a Debayle, ofreció otra versión en el mismo diario, afirmando que el general Murillo entregó el cerebro al médico Juan José Martínez luego de la disputa callejera que terminó en la estación de policía.

Según esta versión, el doctor Martínez tomó el frasco y después de analizarlo y pesarlo, lo entregó a monseñor Simeón Pereira y Castellón para que fuera enterrado junto al cuerpo de Darío en la Catedral de León.

Según Rodríguez, esta decisión fue consultada previamente con el presidente Adolfo Díaz, quien ordenó devolver los restos a la viuda, lo que añadió un matiz oficial al acto de devolución del órgano.

“Martínez dispuso entregar el cerebro a monseñor Pereira para que este lo colocara junto al cadáver de Darío en su tumba”, explicó.

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Ruben dario
A la izquierda, Luis H. Debayle junto a Rubén Darío. Ambos eran amigos desde jovencitos y Debayle fue el médico personal del poeta. LA PRENSA/ARCHIVO

Esta versión fue confirmada el 28 de octubre de 1969 por el afamado escultor granadino, Jorge Navas Cordonero, entonces de 86 años y quien se proclamó como autor del entierro del órgano en la propia tumba que él había cavado para su amigo, el poeta Rubén Darío.

El escultor accedió a contestar las preguntas de Alejandro Barberena Pérez, corresponsal de Novedades en Granada, relacionadas con la inhumación del cerebro de Rubén Darío en la Catedral de León.

Según Navas, monseñor Pereira le pidió abrir un hoyo junto a la tumba de Darío y delante de tres personas, muy entrada la noche, depositó la urna que contenía el órgano.

“A la izquierda del león que cubre la tumba del poeta, se hizo un hoyo de tres cuartas de profundidad por dos en cuadro y allí se depositó la urna”, detalló Navas.

Una sexta versión, más polémica y que alimentó la confusión, fue publicada el 28 de octubre de 1959 en una carta enviada por Paula Ramírez Jerez al diario Novedades.

Ramírez, presuntamente asistente funeraria en la clínica del doctor Debayle, afirmó que el cerebro entregado a Rosario Murillo por órdenes del presidente Díaz no era el de Rubén Darío, sino el de “un hombre de la calle” llamado Lorenzo Osejo.

Según su relato, el cerebro de Osejo habría sido enviado a Argentina después de haber sido llevado oculto en una maleta a Corinto, lo que originó una confusión monumental que persiste hasta hoy.

“El cerebro que se dice fue robado, enterrado en la casa de doña Rosario o enviado a la Argentina, no era el del altísimo poeta nicaragüense”, escribió la mujer en la carta enviada a Novedades, noticias aquellas que resonaban luego en las emisoras de radio que daban seguimiento al escabroso tema.

En otra carta pública, fechada el mismo día, el médico León Lara afirmó que “la pieza” fue enterrada en la clínica del doctor Luis H. Debayle, quien tomó esa decisión para evitar que la víscera cayera en manos profanas, pues estaba enterado de las intenciones “comerciales” de Andrés Murillo.

Lara explicó que se justificó esta decisión como un acto científico, destacando la preocupación del doctor Debayle por preservar el órgano en un entorno seguro.

“La inquietud científica del doctor Debayle no tenía límites y mi padre acompañaba a Debayle como un hijo a su padre. Para ellos no fue pecado cambiar el cerebro de Rubén Darío, para que no cayera en manos profanas, esto es, no científica”, dijo.

“Estoy seguro que ellos jamás pensaron que el cerebro sería remitido al doctor Martínez quien es para Granada lo que Debayle era para León; mucho menos pensaron que escribiría sobre el falso cerebro”, describió.

Un relato anónimo, publicado el 29 de octubre de 1959 en el periódico de la familia Somoza, añadió un componente conspirativo al afirmar que el cerebro fue trasladado en tren de León a Managua por un niño y su madre, en un vaso de vidrio con alcohol.

Según este testigo, a quien Novedades le guardó la identidad, él era el niño de 10 años que viajó con su madre con el órgano oculto.

Aseguraba el anónimo que en la capital lo entregaron a doña Rosario y posteriormente, con la complicidad de una empleada doméstica, el “legítimo cerebro de Darío fue suplantado en Managua”.

Ese relato sitúa al general Andrés Murillo como el artífice de la conspiración. “Supongo que por medio de amigos suyos que le sirvieron de correos e intermediarios, entró en contacto con mi madre y ambos planearon la forma para sacarlo de la ciudad y traerlo a Managua”, relató el testigo.

El 1 de noviembre de 1959, Salvador D’Arbelles ofreció una versión diferente en el diario El Centroamericano.

Según él, Rubén Darío Contreras, hijo del poeta, vendió el cerebro a una institución argentina por 25,000 dólares tras embarcarlo desde el puerto de Corinto.

D’Arbelles afirmó haber escuchado esta confesión directamente de Contreras, quien le habría asegurado que el órgano había sido donado por amigos del poeta “para que descansara en tierras donde había sido admirado”.

“Tratando de hacer luz al respecto, voy a relatar lo que yo sé sobre el particular”, escribió entonces.

Aseguraba que en Corinto había conversado con el hijo del poeta y de él supo lo siguiente: “…por gestiones de doña Fidelina Santiago de Castro, mi tía política, gran amiga del Panida, con el doctor Luis H. Debayle, éste había obsequiado el cerebro que ahora llevaba a tierra argentina”.

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Poeta Ruben Dario

La versión del hijo del «Sabio«

El 14 de septiembre de 1965, el doctor Henry Debayle Sacasa, hijo del médico que atendió a Darío y extrajo su masa gris, declaró al diario La Nación de Costa Rica que él poseía el cerebro de Rubén Darío como una reliquia.

Según la entrevista de Debayle al periodista nicaragüense Francisco Obando Somarriba, el órgano le fue entregado por el exalcalde de la ciudad de León, Carlos Manuel Icaza, quien lo recuperó de la Casa de Salud de su padre. “El cerebro me lo entregó a mí el señor Carlos Manuel Icaza poco después de la muerte de mi madre Casimira Sacasa Debayle”, aseguró.

Su versión fue rechazada semanas después por el académico dariano de León, José Jirón Terán, quien narró que después del desmantelamiento de la Casa de Salud “Debayle”, se recogió del labotarorio el cerebro de un joven trabajador anónimo que había quedado abandonado, por mucho tiempo, ante la indiferencia de todos.

El frasco fue entregado al alcalde Manuel Icaza, explicándole que no era el cerebro de Rubén, que ese ya no existía porque había sido sepultado en la Catedral.

El 1 de octubre de 1965, el poeta Ildefonso Solórzano Ocón, conocido como Ildo Sol, reafirmó en El Centroamericano que el cerebro realmente fue enterrado en la Catedral de León por el escultor Jorge Navas, por órdenes de monseñor Pereira.

Solórzano destacó que esta versión fue corroborada por el general Murillo y la viuda Murillo años antes. “Yo escribí acerca de estas cosas por 1938 y ellos me aseguraron que lo habían entregado al obispo”, afirmó Solórzano.

Finalmente, el 20 de octubre de 1965, esa versión fue ratificada por el doctor Salvador Pérez Grijalba, quien declaró en el mismo periódico que el “cerebro auténtico” de Darío fue sepultado en su tumba en marzo de 1916.

Pérez, quien participó en la autopsia, aseguró que el órgano en poder de Debayle no era el de Darío, sino el de un joven trabajador extraído para despistar a posibles traficantes. “El cerebro de Rubén nadie lo tiene, ya no existe, fue sepultado en la tumba de la Catedral en marzo de 1916”, sentenció.

Sin embargo, casi cincuenta años más tarde, cuando el tema parecía olvidado, apareció un escrito en Cuadernos Universitarios del mes de septiembre de 1962, firmado por el mismo doctor Salvador Pérez Grijalba, quien como ayudante de los médicos que realizaron la autopsia, participó en la extracción del órgano.

Él tenía otra versión que contar. Una donde “dejaba claro” que un cerebro que no era el de Darío, sino de una mujer somoteña, fue enviado a Granada para ser estudiado por el doctor Juan José Martínez, a solicitud de la viuda del poeta.

La viuda le habría solicitado en un telegrama: “Suplícole fotografiar el cerebro antes de hacer análisis; por todos los medios trate de conservar su forma”.

Martínez publicó sus hallazgos en un documento titulado Consideraciones sobre el cerebro y personalidad de Rubén Darío, fechado el 20 de junio de 1916 y publicado actualmente en la biblioteca digital Enrique Bolaños.

En este texto, Martínez detalló cómo recibió el cerebro el 16 de febrero, casi dos semanas después de la muerte del poeta.

“Había sido muy bien preparado, inyectado y bañado con una solución de formalina, pero me llegó seco en una urna de vidrio”, escribió Martínez.

A lo largo del documento, el médico describió el cerebro como propio de un genio, destacando su peso extraordinario, que, según los informes que recibió, era de 1,850 gramos. “Su peso extraordinario, sus dimensiones, su volumen originario…”, señaló, aunque reconoció que no tuvo oportunidad de estudiarlo en óptimas condiciones.

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Funerales de Ruben Dario
Guardia de honor en homenaje a la muerte del poeta Rubén Darío, el 7 de febrero de 1916 en la ciudad de León. LA PRENSA/ARCHIVO

¿Tú también, Time?

La prestigiosa revista Time de Estados Unidos publicó la controversia sobre el asunto en la sección Latin American, en la edición del 9 de noviembre de 1959, destacando el misterio del cerebro como una complejidad cultural de Nicaragua, donde lo sagrado y lo profano se enlazaron en un relato sin un final claro.

Igual el escritor Sergio Ramírez recrea el episodio en su novela Margarita, está linda la mar… (1998). Ahí se desarrolla una escena donde dos hombres se pelean a bastonazos por el cerebro, antes de la intervención que termina con el órgano en una estación policial.

«Fue  sacado  de  manera  clandestina  de  León  por la viuda Murillo, en tren, en una alforja de cuero, y llevado a Granada donde fue entregado al doctor Juan José  Martínez, médico rival de Debayle, graduado en Londres y Nueva York, para que lo examinara […] Supuestamente el obispo Pereira y Castellón consiguió luego que el cerebro fuera devuelto a León, donde fue enterrado en privado en la misma tumba donde yace Rubén en la Catedral. Esto parece otra novela, pero es la verdad, aunque creo que mi versión de Quirón huyendo con el cerebro hacia el burdel de las Ánimas Benditas sigue siendo mejor», dijo.

Otro relato, del periodista Gabry Rivas, citado por Arturo Torres Rioseco en Rubén Darío, casticismo y americanismo, dice que el cerebro fue llevado en un viaje trágico hacia La Ceiba, un pequeño pueblo cerca de León, antes de ser trasladado a Managua.

Allí llegó “debajo de los grasosos asientos de un carro de tercera clase”, sumergido en una vasija llena de alcohol. Este traslado clandestino alimentó los rumores sobre el destino final del órgano.

Esa versión fue en la época cuando se llegó a especular que el general Murillo había ofrecido vender el cerebro al diario La Nación de Argentina como una reliquia.

Según la revista Ateneo de El Salvador, el periódico habría ofrecido 50 mil dólares por él, aunque tiempo después se negó tal versión.

Muchos años más tarde, en 2002, el escritor y dramaturgo nicaragüense Jorge Eduardo Argüello publicó la obra de teatro El cerebro de Rubén Darío: Tragicomedia en tres actos.

Consultado para este tema, dijo que según su investigación académica, cultural e histórica, la materia gris terminó enterrada en la clínica del doctor Debayle: “La metieron en un frasco y luego se cayó y está enterrada en el patio de la clínica de Debayle en León”.

Para el escritor nicaragüense Erick Aguirre Aragón, el debate sobre la suerte del órgano del poeta y las teorías en torno, están llenas de morbo sin sentido en la mayoría de versiones.

“Personalmente siempre me ha intrigado el destino, no sólo de su cerebro, sino de él mismo, que es igual, ¿no? Lo de la disputa final de la víscera en sí, en mi opinión tiene mucho de morbo. Lo que deduzco de lo que escriben biógrafos, exégetas e historiadores es que después de una agonía terrible, casi una vivisección en la que fue forzado a procedimientos dignos de la más cruel tortura, se produjo su muerte y de inmediato una autopsia que incluyó la innecesaria trepanación del cráneo para extirpar el cerebro, que fue luego disputado en plena calle por su cuñado Andrés Murillo y su supuesto amigo el ‘Sabio’ Luis Debayle”, relata Aguirre.

“Por intervención de la autoridad el órgano terminó en la cárcel de León, y desde entonces su real paradero ha sido un misterio y motivo de especulaciones. Se dice que fue suplantado antes de ser sepultado con el resto del cuerpo, y que el último presunto poseedor conocido del verdadero cerebro fue el doctor Fernando Vélez Paiz, pero todo se confunde entre mitos o leyendas; que como te digo, en mi opinión sólo alimentan el morbo”, comenta.

A Aguirre el origen del debate sobre el destino de la masa gris del poeta, al provenir del morbo según su juicio, no le permite hacer un análisis académico ni cultural sobre el tema. A él le inquieta más las razones de Darío para regresar a Nicaragua a morir.

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Poeta Ruben Dario
Una de las últimas imágenes del poeta Rubén Darío en vida. Él murió a los 49 años en León. LA PRENSA/ARCHIVO

Carniceros de leva

“Lo que sí me ha intrigado siempre es algo que también ha quedado históricamente sujeto a especulaciones, y es su final decisión de retornar, ya casi moribundo, a su tierra natal después que siendo joven la abandonó decidido, como un lastre del que era necesario liberarse, para después, al final de su vida, regresar compungido, enfermo, a morir en brazos de la mujer que en su juventud le procuró la mayor desilusión de su vida, y para ser recibido por quienes antes le prodigaron desprecios, atropellos, infundios, y ahora lo homenajeaban con olímpica insinceridad”, reflexiona el escritor.

“Mi lectura es que hay una cruel ironía en eso de venir a morir entre musas siniestras y carniceros de leva, como en sus peores pesadillas. Eso me intriga y me llena de preguntas. ¿Volver a la patria para ser descuartizado como una res, en medio de pugnas miserables y jactancias provincianas?”

“¿Prestar lustre con su nombre a un país y a unos hombres cuyo pasatiempo siempre fue la guerra y su divisa el pillaje? ¿Buscar el último consuelo en un país ingrato que nunca fue capaz, siquiera, de editar con dignidad y solvencia sus obras? Vaya ironía, ¿no te parece? Hasta hoy no creo posible asegurar si el regreso final fue en realidad su decisión soberana, o si fueron las mismas intrigas de quienes siempre lo acusaron de dipsómano, indigno de un salario, las que al final lo envolvieron y lo atrajeron hasta esa tumba tan ostentosa donde ahora está sepultado”, cierra Aguirre.

Una visión igual de trágica sobre el destino del poeta comparte el escritor Arquímedes González, quien reflexiona que la historia de Darío no merecía terminar así de ingrata.

“Cuando por fin regresó a Nicaragua de ese gran viaje que hizo por el mundo, donde transformó la poesía e inició el periodismo moderno, fue para morir en silencio, atacado por médicos que posiblemente no sabían qué era realmente lo que Darío padecía para luego pelearse por su cerebro, lo que demuestra la rapiña de los nicaragüenses que desde ese entonces no entendían nada de lo grande que era Darío y de la importancia que tenía respetar su cuerpo. Aunque lo enterraron con honores de príncipe, Darío fue maltratado en vida por una Nicaragua que le dio la espalda”, expresó González.

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