Contrita y con voz de abuelita, a veces sibilante a veces chillona, Rosario Murillo no deja pasar un día sin dirigir sus alocuciones “a las familias nicaragüenses”. La alusión directa está en su guion y es casi trillado el mensaje de apertura en sus soliloquios de poca audiencia: “Queridas familias de nuestra Nicaragua bendita…”.
Entre propaganda, mentiras, poemas, chifletas, datos oficiales, insultos y quejas, Murillo suele justificar las acusaciones de crímenes de lesa humanidad en su contra como actos en defensa de las familias nicaragüenses.
Con la furia bien desarrollada por sus seis años de discursos de odio, desde aquel inolvidable 18 de abril de 2018, Murillo suele aprovechar cualquier tragedia o desgracia social para “abogar” por las familias del país.
“Porque las familias unidas somos vida”, dijo en uno de sus recursos retóricos, a raíz del asesinato de dos niñas en Ciudad Belén, Managua, en septiembre de 2022.
Las familias que no alcanzan en el discurso
Sin embargo, Murillo nunca suele mencionar, mucho menos abogar, por la unidad de miles de familias nicaragüenses que se han dividido desde los sucesos de abril de 2018.
De acuerdo con datos del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, aproximadamente un millón de nicaragüenses han salido del país desde 2018, afectando con la división a cerca del 55 por ciento de las estirpes.
Muchos de esos núcleos dispersos por el mundo no son solo migrantes económicos y opositores exiliados o desterrados. También hay familiares directos de altos funcionarios del régimen que, en rechazo a las acciones de su linaje, han decidido cruzar fronteras y tomar distancia de parientes servidores de la dictadura Ortega Murillo.
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Murillo “la desalmada”
“Quien no la conoce creería que en verdad a Rosario Murillo le preocupan las familias nicaragüenses, cuando en realidad no le preocupa ni su propia familia. Esa vieja es desalmada”, dice desde el extranjero “Junier”.
Esta persona, descendiente de uno de los radicales funcionarios del régimen, es solicitante de asilo en un país lejos de Nicaragua. Pide respetar su identidad y explica sus razones: “Me da vergüenza profunda esa persona”.
“Yo nunca uso el apellido de esa persona, pero legalmente llevo esa marca y por razones legales y migratorias no puedo salir hablando con identidad propia”, comenta.
Por otro lado, dice temer represalias por nicaragüenses que lo identifiquen como “hijo de…”.
“Los hijos o hijas no deberíamos cargar con la culpa de los errores o delitos de los padres, pero sí tomar distancia y conciencia de ello por criterio propio”, dice.
“Es duro admitirlo, pero han hecho tanto daño los sandinistas, que yo no culpo a la gente que quiere vengarse en contra de uno”, expresa.
“A como dicen por ahí, pagamos justo por pecador y es el precio de ser familiares de ellos”, dice Junier, quien rompió relaciones con su familia en 2017 y se fue del país unos años después “odiando profundamente a la dictadura” y “decepcionado en lo más hondo” de “esa persona”.
“Lo que hicieron en 2018 no tiene perdón de Dios. Una cosa es que sean funcionarias públicas y otra que maten y justifiquen en nombre de una dictadura”, dice esta persona exiliada.
División en el seno de la familia dictatorial
La división de las familias nicaragüenses ha roto los vínculos aun en el propio seno del clan Ortega Murillo.
El caso más evidente es el de Zoilamérica Ortega Murillo, quien en 1998 denunció los abusos sexuales de su padrastro Daniel Ortega Saavedra, actual dictador y pareja de Rosario Murillo.
A raíz de la denuncia, Murillo separó y discriminó a Zoilamérica de su núcleo y en 2013 le declaró la guerra a raíz del apoyo de su hija a la protesta de los jubilados contra el Seguro Social.
La pareja de Zoilamérica fue deportado a Costa Rica y la Policía y los agentes de Ortega empezaron a amenazarla hasta obligarla al exilio a ella y sus hijos.
La última vez que Zoilamérica habló con su furibunda madre fue en 2022, después de años de silencio: “Llamó para amenazarme”, dijo.
Zoilamérica es una de las más duras críticas contra los abusos de poder y crímenes de su madre, al grado de expresar en 2018: “Nadie quisiera tener a una asesina como la mujer que te dio la vida”.
Desde entonces en su prolongado exilio, Zoilamérica vive con temor de un atentado en su contra de parte de quienes alguna vez fueron su propia familia.
Una ruptura con los Ortega-Murillo
Pero no solo ella se ha separado de la temida familia presidencial. Yadira Leets, exesposa del hijo mayor de Murillo, Rafael Ortega Murillo, migró del país a Panamá en 2022. Y apareció después en Estados Unidos junto a dos de sus siete hijos e hijas, unos biológicos y otros adoptados.
Este mes trascendió que Yadira, quien por años administró el millonario y turbio negocio de los hidrocarburos de la familia Ortega Murillo, estuvo publicando en sus redes sociales una serie de mensajes en los que manifiesta nostalgia y tristeza por la separación de sus otros hijos que quedaron en Nicaragua.
“Hijo de mi corazón, aunque la distancia hoy nos separe, prometo que mi amor será eterno, lo sentirás en cada momento de tu vida, prometo esperarte con los brazos abiertos (…) verás que Dios nos concederá estar juntos nuevamente”, dice uno de los mensajes que expone la fractura familiar en los Ortega Murillo.
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Las fracturas de Wálmaro Gutiérrez
Uno de los casos de división familiar más cercanos a la dictadura sandinista es el del diputado Wálmaro Antonio Gutiérrez Mercado.
Wálmaro, a como mejor se le conoce desde que ascendió a diputado en 1997, fue sancionado en 2020 por Estados Unidos por ser uno de los más férreos colaboradores del régimen en la creación de leyes represivas desde su cargo en la Asamblea Nacional.
Dos años después de las sanciones, dos de sus hijas, María Fernanda y María Michelle, quienes ocupaban cargos diplomáticos representando al régimen en Europa y Estados Unidos, renunciaron a sus puestos e hicieron vida fuera de Nicaragua.
Un tercer hijo del diputado sancionado ya había tomado distancia de su padre antes y se radicó también fuera de Nicaragua, a miles de kilómetros de distancia de su progenitor.
Los McFields
Otro caso de separación familiar en las cercanías del círculo de poder de la dictadura es el del exembajador de Nicaragua ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Arturo McFields Yescas.
Este es un experiodista al que la familia Ortega Murillo le abrió las puertas de su casa, literalmente, por la vieja amistad de Rosario Murillo con su padre David McFields, un veterano poeta al que la dictadura ha honrado con reconocimientos públicos.
David McFields fue diplomático sandinista durante la Revolución de los años ochenta y perteneció al grupo de artistas y poetas cercanos al movimiento cultural de Murillo.
Su hijo Arturo, el experiodista y diplomático, no solo rompió con el régimen de la familia Ortega Murillo, sino que lo denunció en vivo en una sesión de la OEA.
“Tomo la palabra el día de hoy en nombre de más de 177 presos políticos y más de 350 personas que han perdido la vida en mi país desde el año 2018”, dijo McFields en marzo de 2022.
Su renuncia y denuncia a la vez, causaron un terremoto político en Nicaragua.
La dictadura no solo lo amenazó con cárcel bajo acusaciones de “traición a la patria”, sino que lo desnacionalizó y propagó una campaña de difamaciones para denigrarlo como “corrupto”.
A la vez, la familia dictatorial empezó a homenajear al viejo McFields, a quien incluso el 19 de julio de este año lo sentaron en la plaza y saludaron especialmente.
“Un abrazo especial al gran poeta caribeño, autor de Pancasán y de tantas poesías hermosas revolucionarias, al gran poeta afrodescendiente David McFields”, dijo Murillo.
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El hijo del excontralor Montenegro
No pocos casos de alejamiento entre hijos e hijas de sus padres o madres, causan tanta polémica como este de Luis Ángel Montenegro Padilla, el hijo del oscuro excontralor general de la dictadura y hoy sancionado superintendente de Bancos, Luis Ángel Montenegro Espinoza.
A inicios de este mes varios medios publicaron que Montenegro Padilla, exfuncionario de la Autoridad Nacional del Agua durante diez años (2010-2020), estaba en Estados Unidos como exiliado político, luego de desaparecer del radar, tras salir del cargo público por denuncias de corrupción.
Con un perfil de ultraderecha, admirador del candidato republicano Donald Trump y solicitando drones para acabar con la dictadura de Venezuela, se descubrió a Montenegro Padilla renegando de su padre, pero cuidándose de no señalar los abusos de la dictadura de Daniel Ortega, quien lo propuso al cargo público desde 2008.
“La vida no se puede dar por sentada. Hace tres años tenía una vida normal. Ahora soy un inmigrante exiliado político. Ha sido duro, pero lo veo como una prueba”, escribió en su cuenta de X el exfuncionario de Ortega.
“Tuve que salir de mi país para evitar el acoso político y la cárcel donde muchos de mis amigos y profesores fueron enviados sin ninguna razón verdadera”, publicó en agosto del 2023.
Luego compartió otro mensaje cuestionando a su padre Montenegro Espinoza: “¡La verdad ata! Las mentiras dividen. Fomenta la confianza. Fortalece a las familias, une a las naciones. En mi 50 aniversario, reflexiono sobre cuánto daño han causado las mentiras a mi familia”.
“Mis padres crearon un mundo de mentiras; destrozó a nuestra familia hace mucho tiempo. Escapa del ciclo de las mentiras. ¡Vive libre!!”, publicó el 25 de abril de este año.
A distancia del pariente esbirro
El círculo de fervientes servidores de la dictadura Ortega Murillo está marcado por divisiones familiares que afectan a militares, empresarios sandinistas, asesores, ministros, magistrados y diputados que llevan sus rupturas a bajo perfil.
Una de esas familias marcadas por la división es la del tenebroso viceministro del Interior, Luis Roberto Cañas Novoa, uno de los más despiadados funcionarios a cargo de la represión sandinista.
Un familiar cercano a su familia migró a raíz de la represión sangrienta del 2018, en la que participó Cañas Novoa junto con paramilitares, militares y policías que asesinaron al menos a 355 personas e hirieron a miles a balazos.
Ahora, esa persona pariente de Cañas Novoa, a miles de distancia de su antiguo hogar, en algún lugar de Europa, trata de llevar una vida anónima y alejada de los crímenes y abusos que le achacan al déspota que lleva su ADN.