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Destinos heredados: visitas familiares y poemas sin papel

Pedro Joaquín Chamorro Barrios relata en esta entrega la "recarga" que significaban las visitas familiares y cómo escribía poemas en su memoria mientras estaba en la celda del Chipote

Capítulo 7

Para mantener la salud mental era indispensable tener la mente y el cuerpo ocupados; el cuerpo con ejercicios diarios y la mente con esperanzas de una pronta salida. Las visitas familiares jugaban un papel fundamental para mantener las esperanzas, que aunque escasas, servían para “recargar baterías”.

El transcurso de los días especiales, como el cumpleaños de nuestros hijos, o el mío propio al llegar a los 70,  o el 44 aniversario del asesinato de mi padre el 10 de enero de 2022, fecha en que irónicamente asumió “un nuevo mandato” el dictador Ortega, representaban una pesada carga emocional para quienes llevábamos la cuenta de las fechas. 

Habían dos tipos de visitas familiares: la visita diaria a las 6:00 a.m., 11:00 a.m. y 4:00 p.m. para entregar 2 alimentos líquidos y 3 botellas de 1.5 litros de agua purificada por reo. Eventualmente, cuando se requerían, objetos de aseo personal y medicamentos prescritos por los doctores de la prisión. Inicialmente no permitían hacer una sola entrega, pero más tarde se flexibilizaron y requerían que todo se entregara a las 11:00 a.m. 

En mi caso particular, a mi esposa, que visitaba el Chipote diariamente dos veces al día, a las 6:00 a.m. y a las 11:00 a.m., le permitían entregar: dos Ensure, una lata de jugo de tomate prescrito médicamente  en la clínica para alivio de la próstata y las tres botellas de litro y medio de agua. 

El jugo de tomate lo abrían frente a mí y lo trasegaban a un vaso plástico. Todo debía ir etiquetado con mi nombre, pero antes de entregarlo en las celdas le arrancaban las etiquetas para asegurarse de que debajo no había algún mensaje oculto.

Antes de cada visita familiar se seguía un estricto protocolo tanto dentro del Chipote con los presos políticos, como en la recepción con los familiares. Suponíamos que venía una visita familiar y nos alegrábamos cuando nos ofrecían cortarnos el pelo, la barba y en algunas ocasiones, las uñas. Esto ocurría uno a uno en la clínica. Las visitas familiares tenían lugar durante 3 días porque los reos eran movidos individualmente a unos pocos sitios habilitados para las visitas. 

Previo a la visita, nos cambiaban el uniforme en unas microceldas ubicadas frente a la recepción del Chipote y se procedía a hacer una requisa muy profunda, tanto a los reos como a sus familiares, afuera, a quienes se les permitía llevarles algunos artículos para complementar la dieta escasa en calorías, los que nos entregaban posteriormente en las celdas.

Los encuentros de los reos con sus seres queridos durante cada una de las visitas familiares eran profusamente grabadas en video y fotografiadas, tanto al inicio como al final, como una demostración de que los reos estaban felices y en buen estado de salud. Aunque nos dejaban solos, era prohibido hablar en otro idioma, por lo que había que suponer que nos estaban grabando, por tanto hablábamos en voz muy baja, sobre todo la información delicada.

Se realizaron 7 visitas familiares durante los 10 meses y 9 días que yo estuve recluido en el Chipote, en promedio, una cada 44 días. La primera tuvo lugar el 1 de septiembre de 2021 y duró apenas 20 minutos. Tenía 67 días de no ver a mi esposa ni saber nada de ella, ni de mis hijos. Fueron 20 minutos intensos, cargados de sentimientos y adrenalina. 

Fue en esa primera visita que me enteré que tenía un abogado defensor llamado Maynor Curtis, al que conocí hasta meses después en el juicio. Supe además que había fallecido mi querido tío Jaime Chamorro Cardenal; que habían cerrado definitivamente el Diario La Prensa y que mi primo Juan Lorenzo Holmann Chamorro también estaba preso en el Chipote, pero lo más importante es que todos en mi familia estaban bien y orgullosos de su padre. 

Durante la primera visita, como en todas las restantes, mi esposa me llevó una bocanada fresca de esperanza y me dijo que había un consenso general de que mi caso era una tremenda injusticia y que había una cadena de oraciones pidiendo por la libertad de todos los presos políticos. Como ya me habían acusado de “apropiación indebida” en el caso contra la FVBCH me dijo que mi abogado defensor, a quien no conocí hasta el propio día del juicio, decía que eran acusaciones menores y fácilmente rebatibles y que en todo caso, los supuestos “delitos” no ameritaban pena de cárcel de acuerdo con el Código Penal.

Previo a la segunda visita familiar, que ya fue de 2 horas y tuvo lugar el 12 de octubre, la subcomisionada Wilford abrió la ventanilla de mi celda y me pidió el nombre de uno de mis hijos que podría llegar con mi esposa. Yo le di el nombre de mi hijo Sergio porque era el único de mis 4 hijos que entonces vivía en Nicaragua.

Más tarde regresó y me dijo que la que estaba era Mariandrea quien había venido de los Estados Unidos a verme. Por supuesto que le dije que sí y al contarle a Víctor Hugo fue tal la emoción, que dos lágrimas escaparon involuntariamente de mis ojos. Igual emoción sentí cuando, dos días antes de la visita, o sea el 10, había pasado encerrado el cumpleaños de mi hija mayor, Valentina.

Fue tanta la emoción, que al ver y abrazar a mi esposa y a mi hija Mariandrea, me quebré en llanto, el que tanto había contenido, especialmente cuando ella me dio las razones de aliento que me mandaban sus hermanos que viven en los Estados Unidos. Yo le tomé sus manos y les pedí perdón por todo lo que los había hecho sufrir. “No tienes nada de qué pedir perdón —me dijo—, todos estamos muy orgullosos de vos”, y los tres nos fundimos en un abrazo y lágrimas.

Igualmente triste fue la “celebración” de mis 70 años encerrado el 24 de septiembre que recién había pasado, aislado del mundo y su vértigo. Ver correr el tiempo de esa manera es un desperdicio de la vida, sobre todo a mi edad.

Fue así que un día me inspiré y escribí en mi memoria un pequeño poema que le pedí transcribir en papel a la teniente que usualmente me hacía las entrevistas, no sin antes practicar el poema varias veces con mi compañero de celda: Víctor Hugo Tinoco. El poema se titula Lágrimas de un viejo León, y dice así:

En prisión he llorado 

como un viejo león

conteniendo manantiales

de lágrimas,

mas algunas han escapado

involuntariamente y en silencio,

abriendo surcos en mis mejillas

que llegan hasta el corazón.

Cuando la joven teniente, que entonces me interrogaba, copió aquel pequeño poema en su libreta de apuntes, no pudo ocultar su sorpresa y la entrevista se terminó ordenando a los dos custodios que me regresaran a mi celda, pero apenas había llegado y me habían quitado las bridas, en cuestión de minutos, la ventanilla se abrió nuevamente y me volvieron a llamar a “entrevista”, lo cual era sumamente inusual.

Allí estaba la teniente esperándome nuevamente y me hizo la única pregunta: “¿Dígame en qué circunstancias se siente así para escribir ese poema?”

Mi respuesta fue: “En las fechas trascendentes para mí como el cumpleaños de mis hijos, aniversario de bodas, mi propio cumpleaños, visitas familiares, aniversario de la muerte de mi padre…”

Pero hubo otro poema más largo y estructurado que no pude escribir en papel y que solo logré visualizar completamente y terminar de redactar de la mente al papel hasta después del 30 de abril de 2022, el día que me trasladaron a arresto domiciliario. Este poema describe diáfanamente las condiciones que viví en el Chipote y se lo dediqué a mi esposa Martha Lucía. 

Pajarito sin alas y de pico abierto

En prisión me siento como un pajarito sin alas 

y de pico abierto en un encumbrado nido,

atalayado este por barrotes de acero y concreto reforzado,

esperando con esperanza 

la llegada temprana de una pajarita.

Ella no me puede ver ni tocar

ni mucho menos besar;

pero diariamente me visita

revoloteando sobre mi nido

dejando caer sobre mi hambriento pico

el ensure, el jugo de tomate y el agua de la vida.

Mi nido es amplio y cómodo,

no me puedo quejar; 

pero está rodeado de espinas

y yo no puedo volar…

y por más linda que sea esta jaula de oro 

en la que paso mis días y meses,

les aseguro que ningún pajarito con alas

querrá pasar una sola noche encerrado en ella.

Aquí estamos los que fuimos 

desconectados del mundo y su vértigo…

ahora viajamos a una dimensión desconocida

donde no hay reloj, pero pasan las horas.

Aquí hay mucho ruido metálico

estridente y ensordecedor…

es la casa de los ruidos.

En esta casa llena de ruidos,

la regla es lo prohibido 

y la excepción lo permitido;

no se puede conocer el día ni la hora,

no se puede leer nada, 

ni mucho menos escribir,

y no se puede ver 

a los otros pajaritos sin alas.

En este largo vuelo a la dimensión desconocida, 

solo es permitido ver al compañero de nido

con quien se puede hablar, 

cantar en voz baja y sobre todo, rezar.

En prisión soy como un pajarito sin alas

en un encumbrado nido,

esperando volver a volar,

mientras tanto, con el pico y corazón abierto

espero la llegada invisible de mi pajarita

que me trae el alimento de la vida

y la esperanza de mi alma.

Para mi gran y bello amor, Martilux

1 de mayo del 2022

Proxima entrega: Capítulo 8: El discurso de los “hijos de perra”

Entrega anterior: Capítulo 7. Cuatro días con Hugo Torres

La Prensa Domingo

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