Al conmemorarse el sexto aniversario de la gesta gloriosa de Abril del 2018, cuando el pueblo autoconvocado se tomó las calles principales de Nicaragua, para protestar cívicamente por los abusos intolerables de la dictadura de los Ortega-Murillo, nada más propicio que evocar a nuestros héroes y mártires que se sacrificaron en el altar de la patria, en aras de que los nicaragüenses tuviésemos una vida mejor y más acorde con la dignidad humana.
A propósito de héroes, el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson (1803-1882) en su célebre libro Hombres Representativos expresa: “Nos gusta asociarnos con los héroes, porque nuestra receptividad es infinita y en la compañía del grande, nuestros pensamientos y nuestras costumbres se engrandecen. Todos somos ricos en aptitudes, pero muy pocos en energía”.
Sin embargo, me dicen que en consonancia con el despótico proceder de la dictadura, que pretende convertir a los nicaragüenses en pleno siglo XXI en verdaderos ilotas y más a tono con lo expresado por el eximio embajador de Uruguay ante la OEA, doctor Washington Abdala, quien calificó al régimen imperante en Nicaragua como “una de las peores dictaduras del mundo”. Me dicen, repito, que el binomio dictatorial so pena de cárcel o destierro ha prohibido, por ley expresa, que los nicaragüenses rindamos público homenaje a los caídos en defensa de los supremos intereses de nuestra nacionalidad.
Los Ortega-Murillo cínicamente hablan de la Paz de Abril montados sobre más de 355 cadáveres, cuando si tuvieran un ápice de sinceridad deberían de hablar de la paz de los sepulcros, que es lo que más corresponde con las acusaciones que tienen pendientes en las organizaciones internacionales de Derechos Humanos, por los delitos de lesa humanidad. En la antigua Grecia, cuna de la civilización occidental, está el caso que Homero nos narra en su inmortal Iliada sobre el derecho que tienen los pueblos a rendir homenaje a sus héroes caídos en la lucha, sin condiciones de ninguna clase. Los reyes de Troya, Príamo y Hécuba tuvieron que luchar muy arduamente frente a la inicial terquedad de Aquiles que dolido por la muerte de su amigo Patroclo, se negaba a que se le tributaran honores póstumos a Héctor, caído en combate e hijo de los reyes mencionados. Aquiles al fin cedió movido por la tradición y las abundantes lágrimas derramadas por los padres del héroe troyano.
Ahora la pregunta es: ¿Qué corona tienen los Ortega-Murillo para ordenar que no se permita a los ciudadanos (as) rendir tributo a los héroes y mártires nacionales? No está lejano el día cuando el sol de la libertad brille sobre nuestra patria. Será entonces cuando podremos recordar con unción patriótica a estos héroes y mártires que ofrendaron sus vidas en demanda de justicia y progreso social para todos los nicaragüenses.
La dictadura cada día está más sola y como comentaban los miembros de la resistencia con relación a la tambaleante tiranía de Ricardo III, según Shakespeare, los Ortega-Murillo “no tienen más amigos que los que lo son por miedo, que cuando más los necesiten los abandonarán”. Mientras tanto, elevemos nuestros corazones y con fecunda memoria recordemos siempre:
-A los mártires que sacrificaron sus vidas por la causa libertaria del pueblo nicaragüense. ¡No los olvidemos!
-A la Asociación de Madres de Abril que perdieron a sus hijos en esta lucha patriótica, a los huérfanos, a las viudas, a los ancianos que hoy siguen sufriendo tan irreparable pérdida. ¡No los olvidemos!
-A los 125 presos políticos que padecen cada día toda clase de abusos y privaciones en las oprobiosas cárceles de la dictadura. ¡No los olvidemos!
-A los obispos y sacerdotes de nuestra Iglesia católica que fueron desterrados y hoy lejos de sus seres queridos beben en el cáliz de la amargura por proclamar la verdad que les enseñó Jesús en su noble apostolado. ¡No los olvidemos!
-A los periodistas, hombres y mujeres valientes, que con sus informaciones nos iluminan el camino de la verdad, para que no nos confundan con los infernales artificios de la tiranía. ¡No los olvidemos! *
-Al pueblo nicaragüense, que sigue confiando en Dios y en sus mejores hijos e hijas, en que habrá un mejor porvenir con justicia, progreso y libertad para todos. ¡No los olvidemos!
El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).