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De alguaciles y mandamases

Basta ver la imagen de un policía con traje de asalto encaramado sobre otro, agarrado a la verja superior del muro de la embajada y con su hombro rozando el escudo de México mientras trepa, para sentir ni que sea un leve amago de malestar. Ya no pido una actitud indignada, que en estos tiempos líquidos sería casi una heroicidad, sino apenas un pinchazo en el estómago.

Sin embargo, el allanamiento de un inmueble catalogado como inviolable ha producido algunas sonrisas cómplices en una amplia gama de personas, a muchas de las cuales jamás catalogaría como ignorantes del derecho público internacional. Conviene pensar un poco sobre esto.

Que una acción tan drástica haya ocurrido supone tres fracasos simultáneos, a cuál más lamentable, y que resumo con obligada brevedad. El primero de ellos es el fracaso de la política en su sentido más esencial, que es el de procurar el bien común causando el mínimo daño posible o el menor número de perjudicados, y eso sólo puede lograrse a través de herramientas como el diálogo, la negociación y el acuerdo. Cuando dos Estados dirimen un conflicto de soberanías mutuas y se enfrentan dos razones opuestas (ya sea el derecho al asilo o la inmunidad) y no logran llegar a un consenso, siempre pueden recurrir a instancias superiores cuando se agotan las vías diplomáticas bilaterales. Pero en este caso, uno de los dos bandos rompió el esquema garantista cuando decidió actuar unilateralmente, evidenciando su incapacidad para ejercer el arte de la política como instrumento cívico.

El segundo revés es la triste constatación del resurgimiento de los liderazgos caudillistas, que en su forma contemporánea se visten con traje electoral y con el sombrero de la aclamación popular. Esto les sirve como coartada perfecta para usar los medios necesarios sin reparar en los daños que mencionaba antes. Parten hoy con la ventaja del like inmediato, el retuiteo incesante y los medios de propaganda digitales a un costo personal muy bajo, porque el apoyo interno (real o inflado) viene incluido. El modelo del macho alfa ha vuelto a imponerse, aunque ya conocemos sus mañas de siempre: cuando se le lleva la contraria puedes acabar escaldado. Antipolíticos por antonomasia, hasta sus peores disparates son comprados por toda  su prole: ¡Qué más da si meto a 26,000 inocentes en la cárcel, si a cambio he conseguido encerrar a 100,000 culpables! O ¡qué importa si me salto un murete y unos alambres de espino si logro cazar a un prófugo corrupto!

Y el tercer fracaso es consecuencia del anterior: en la política actual importa mucho más el quién que el qué o el cómo. No estamos dispuestos a condenar el mismo hecho que ayer nos parecía inadecuado, y que hoy se repite casi calcado fotograma a fotograma, si detrás se agazapa uno de los nuestros. Esta reacción tribal, mediada por una errónea consideración ideológica, rebaja el estatus del delito según si los vientos vienen de oriente o de poniente. Entonces, los mismos que aplauden hoy la valentía del advenedizo Noboa para zanjar un problema por la vía rápida, clamarán al cielo si el próximo bandido que penetre en propiedades inviolables pertenece a otra facción partidaria.

El reciente caso de la embajada mexicana es paradigmático porque la película ya la vimos antes. Pocos recuerdan fuera de Nicaragua que, en este país, tan pionero últimamente en abrir caminos hacia la infamia, ya se han asaltado dos legaciones diplomáticas sin que haya habido más consecuencias que algún que otro comunicado breve de condena. Ocurrió el 26 de diciembre de 2021 con la apropiación unilateral de la Embajada de Taiwán en Managua y su entrega inmediata a la República Popular China, sin acuerdos ni negociaciones de por medio. Y dado el éxito alcanzado, no era de extrañar que se repitiera el 24 de abril de 2022 con la Embajada de la OEA, cuando la policía allanó la sede y se incautó de todos sus bienes. No hizo falta ver a ningún comisionado saltando la tapia y deslizándose por el mástil de la bandera: el régimen ya tenía mucha experiencia en abrir puertas ajenas.

Pero lo que realmente abrió la veda fue una carta firmada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Nicaragua el 26 de junio de 2021 y dirigida a la entonces ministra española del ramo, Arancha González Laya, respondiendo a unas declaraciones suyas sobre la falta de derechos humanos en el país. Escrita con el inconfundible estilo de la vicepresidenta, imagino que este documento debe formar parte hoy como lectura obligatoria en todas las facultades de Derecho del mundo, como un ejemplo de lo que ningún alumno debe hacer jamás en su futuro oficio. A saber: redactar cartas oficiales de Estado a Estado sin que hayan pasado por un corrector acostumbrado al lenguaje diplomático. Pero como en Nicaragua todo transita por el mismo embudo y las decisiones se toman con el hígado inflamado, nadie está dispuesto a llevar la contraria al poder supremo de la pareja presidencial.

En esa misiva, después de la consabida evocación a la Conquista española (que es un comodín ganador que sirve para todo) y de acusar de ignorancia atrevida las palabras de la ministra, la escriba afila su pluma de poeta frustrada y se descuelga con una frase fascinante: la señora González se ha dirigido al presidente de Nicaragua “con voz de Alguacil, sin percatarse en su perorata delirante de trasnochada Mandamás, que llevamos siglos sin dominio español” (las mayúsculas son suyas). Después habla de “desconocimiento tosco e irrespetuoso” y de la “burda y ridícula superioridad” que exhibe. Y ya al final, como un sorprendente apunte de actualidad, aprovecha la ocasión para recordar las “persecuciones, exilios, o injusta prisión, como la sufrida por Líderes catalanes recientemente indultados”.

Como todavía nos queda algún que otro iluso en Cataluña que piensa que la revolución sandinista sigue en pie, no dudo que le chivaran este párrafo metido con cuña y ella lo añadiera  por sus servicios prestados.

Así que, ante tanta prosa barroca y desmesurada, poco podía sorprender que se pasara de las palabras a los hechos en pocos meses. Pero la cancillería mexicana, que apenas hizo un rictus de desagrado cuando ocurrían estos asaltos en Managua, probó su propia medicina cuando otro mandamás advirtió que a Ortega le salieron casi gratis sus tropelías. ¿O es que habrá alguna razón mayor para condenar a unos y no a otros? Es el problema de reír las gracias de situaciones que no tienen ninguna: antes o después acaban regresando como un bumerán, al menos mientras sigamos en la época de la política ligera, los líderes vanidosos y las mentiras contadas a golpe de tuit.

Lo ocurrido en Ecuador sirve como ejemplo del peligro que supone seguir por esta senda, pues no habrá refugio que pueda considerarse a salvo por cualquier motivo que se le ocurra al gobernante de turno. Y algunos ya se frotan las manos si la excepción se convierte en regla. No se extrañe el lector si mañana ve asomar una cabeza forastera por la ventana de su casa: podría ser el alguacil que está calculando sus próximos pasos.

El autor es cooperante catalán español para Centroamérica.

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