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La identidad del médico

Es bien común en el lenguaje y conceptualización popular, usar el término doctor y médico indistintamente. Cuantas veces me han saludado en las calles, plazas, restaurantes, estadios e iglesias: ¡Hola doctor, como está!, u otras veces, ¡hola médico me da gusto verlo… por allí lo visito!

Es tan común esta manera de tratarnos, que a fuerza de costumbre, los médicos mismos no nos hemos percatado que los términos no son sinónimos… que ser doctor no es lo mismo que ser médico. Al doctor lo hace el cumplimiento de un difícil programa académico en una determinada facultad de medicina, el médico en cambio es forjado en el alma, en el espíritu para ser lo que es; nació para eso.

Un poco si se quiere expresar de otra forma, ser médico requiere de vocación. El diccionario define la vocación como: “Inclinación natural de una persona por un arte, una profesión o un determinado género de vida”. ¿Y qué es lo que hace distinta el alma de los médicos, en qué ha sido formado su espíritu, qué funciones superiores de su alma lo hacen distinto y sin ellas no es lo que dice o aparenta ser? El médico debe ser “limpio de mente y cuerpo”, buenas costumbres, amabilidad y excelente educación y urbanidad; pero son la compasión, la comprensión del dolor ajeno y el respeto por la ética tanto para nuestros pacientes como para nuestros colegas y maestros, la tríada que lleva en el alma y debe fortalecer día a día.

Un día antes del 26 de octubre, Día del Médico nicaragüense, me mostró mi esposa, también médico, una publicación que subió a Facebook mi buen amigo, el doctor José Orlando Morales Navarrete. Se trata de un escrito de un reconocido médico nefro-oncólogo, recientemente fallecido, que enviara a sus amigos y colegas donde relata sus múltiples experiencias negativas sufridas por él, en las cuatro veces que necesitó ser internado en cuidados intensivos de nuestros hospitales. La carta del prestigiado colega, no tiene sabor a queja con reproche, más bien entona un gemido doloroso que sobrecoge al lector, un gemido que además de dolor, deja ver desesperanza y frustración e inevitablemente estoy seguro muy a su pesar, adquiere ribetes de denuncia.

Relata molestias por la interacción de cosas inanimadas, inevitables en las salas de cuidados críticos, como las luces y alarmas de los aparatos… pero más se percibe que es la ausencia de las distintas cualidades del alma en muchos de aquellos doctores, lo que lacera el corazón del paciente, que en este caso es un médico. Menciona el doctor las múltiples ocasiones que solicitó hablar con médicos de servicio en la sala sin obtener respuesta alguna, quienes permanecían inmutables ante el llamado e imperturbables sumergidos en sus celulares o computadoras, y dice textualmente: “El amigo y colega es un extraño. No se le ve la cara. No hay una mano en el hombro que te diga… ¿cómo te sientes? Un estetoscopio en el pecho que te haga sentirte protegido”. Después escribió. “Pregunté: ¿por qué no me cambiaban de posición cada dos horas? y oí las burlas. Es un lugar hostil”.

¿Qué decir ante este testimonio de un colega, otro hijo de Hipócrates? Que la tríada de compasión, comprensión del dolor y ética para el paciente y el colega no ha sido fecundada, ni cultivada en el alma de estos doctores. Los profesionales de la medicina debemos tener claro que como doctores debemos ser diligentes en adquirir conocimientos y tecnología, acorde a la época; pero para cumplir nuestra misión vocacional no podemos descuidar esa tríada de facultades del alma que he mencionado. Debemos seguir interesados en hacer cada vez mejor las cosas, estudiando y actualizándonos como auténticos doctores; mas estemos atentos a cultivar el alma, que es donde reside la esencia y naturaleza del médico.

Cuánta razón hay en aquella expresión soltada a veces, por algún paciente: ¡Apenas verlo doctor, me siento bien! ¡Sí… es su alma distinguido colega,  que lo ha aliviado!

Convencido que ser médico obedece a una vocación que impregna su alma de cualidades superiores y una sensibilidad que lo humaniza en grado superior, pero también que en el trayecto existe el peligro de desensibilizarse por la eventualidad que sea, escrito esta reflexión en el Día del Médico nicaragüense, y la publico ahora invitando a todos mis estimados colegas médicos generales, especialistas y de manera especial aquellos a quienes he compartido horas de enseñanza, a una introspección serena y sincera.

 La guía es: revisar el alma a la luz de la tríada de compasión, comprensión y ética. Ante las debilidades e impurezas que encontremos, tomar la decisión de limpiarlas y de cultivar estas virtudes, sin las cuales no podemos ejercer como médicos, verdaderos agentes de la cultura de la vida.

El autor es médico y profesor de medicina.

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