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El patriotismo y el general Benjamín Zeledón

Ha pasado septiembre, el mes que con profunda nostalgia recordamos los que estamos en el ostracismo, a la tierra que nos vio nacer y a sus héroes epónimos que no escatimaron ningún sacrificio para verla cada día mejor en el concierto de las naciones. Patria es, digámoslo de una vez, la tierra natal o adoptiva a la que pertenece uno por vínculos afectivos, históricos o jurídicos. Y según el estadista norteamericano, Adlai Stevenson, “el patriotismo no es un breve y frenético estallido de emoción sino la imperturbable y constante dedicación de toda una vida”. Por lo consiguiente, cualquiera puede decir que ama a su patria, pero no todos pueden demostrar con su sacrificio, que están dispuestos a morir por ella.

De ahí la exaltación de nuestros héroes no por lo que dijeron sino por lo que hicieron. Ellos son los faros que nos guían principalmente en estos tiempos de oscurana, cuando por voluntad de la dictadura de los Ortega-Murillo se cierran universidades, como la UCA, se clausuran centros de enseñanza superior como el Incae, y se quiere mantener a nuestra juventud en la más supina ignorancia como castigo, por demandar la luz que están convencidos solo pueden encontrar respirando aires de libertad y democracia.

Uno de esos héroes que cayó tumbado y nimbado de gloria combatiendo la intervención extranjera lo fue, sin duda alguna, el general Benjamín Zeledón, que por esas ironías del destino, nació el 4 de octubre de 1879 en La Concordia, Jinotega y fue asesinado el 4 de octubre de 1912 cerca del caserío Hoja de Chigüe, entre Masatepe y Niquinohomo. Es decir estamos conmemorando el 144 Aniversario de su nacimiento y el 111 de su tránsito a la inmortalidad.

Tenía 33 años. Fue abogado, político, diplomático y militar. Participó en la guerra contra Honduras y El Salvador (1907) destacándose en la Batalla de Namasigüe, por lo que de ahí salió con el rango de coronel. Descolló en la revolución liberoconservadora (1912). Se graduó de jurista a los 24 años. Fue magistrado de la Corte de Justicia Centroamericana y ministro de Guerra en el gobierno del doctor José Madriz en 1910. Se casó en 1905 con Ester Ramírez, hija del doctor Jerónimo Ramírez, destacado político del Partido Liberal. De este matrimonio nacieron 4 hijos: dos varones y dos mujeres.

Su lucha contra la intervención norteamericana se dio cuando unido a los generales Luis Mena y Marcelo Castañeda se tomó las ciudades de Granada, León y tuvieron sitiada a Managua. Las tropas interventoras que respaldaban al gobierno conservador de Adolfo Díaz lo obligaron a replegarse a Masaya. Hubo cruentos combates en Coyotepe y La Barranca. Se negó a rendirse, como ya lo había hecho el general Luis Mena en Granada, quien inmediatamente después de su captura fue deportado a Panamá. El 3 de octubre, el día antes de su muerte, le escribió una carta a su esposa Ester, en la que le decía: “No me hago ilusiones desde que empuñé el fusil y al rechazar las humillantes ofertas de oro y honores que se me hicieron, firmé mi sentencia de muerte”. Sus restos mortales fueron llevados en una desvencijada carreta hasta la entrada de Catarina donde yacen, ignorados hasta por sus propios correligionarios, en brazos de la inmortalidad.

Después de conocer las fulgurantes e impolutas trayectorias de dos jefes de ejércitos nacionales, José Dolores Estrada y Benjamín Zeledón, mis estimados lectores podrán llegar fácilmente a la conclusión de que el actual jefe del Ejército, general Julio César Avilés y el círculo corrupto de lo rodea, son la antítesis de aquellos dignos militares de antaño, que inspirados en los más nobles ideales y principios, fueron siempre fieles a la causa de nuestra soberanía y de nuestra libertad.

¡Ojalá!, que no sea demasiado tarde para que la oficialidad joven, que algún día pensó en ascender a los más altos mandos de la institución —lo que ahora es imposible por el tapón orteguista que les han impuesto— piensen, reflexionen y actúen en función de rescatar a las Fuerzas Armadas de la difícil situación en que sus propios dirigentes la han colocado.

¡Honor y gloria para el general Benjamín Zeledón! ¡Viva Nicaragua Libre!

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

COMENTARIOS

  1. Hace 1 año

    Montalvan, muy loable tu análisis de nuestros excelsos generales Benjamin y Jose Dolores Estrada que abonaron a nuestra formación ciudadana. Tu referente el seudo general Avilez que ha desvirtuado la buena conducción castrense de sus antecesores los cuales hicieron posible la profesionalización del ejercito, hasta convertirlos en un ” Ejercito Prusiano ” atado a las faldas del dictador que complacientemente ha entregado nuestra patria a poderes antidemocráticos. Montalvan este bufón general tuvo la osadía de permitir que a su pueblo natal ” Jinotepe en Carazo ” le fueran profonadas sus reliquias y atabales espirituales en su Iglesia Santigo, por parte de los Paramilitares Orteguistas, que a su vez torturaran y vejaran a sus humildes pobladores.

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