Había algo de orgullo y mucho de sangre fría en los relatos del terrorista argentino Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, cuando comentaba los detalles de aquella operación guerrillera en la que asesinaron a Anastasio Somoza Debayle en 1980.
El guerrillero argentino guardó muchos años los detalles del escabroso operativo con el cual mataron a Somoza Debayle, quien para entonces se había convertido en un paria, despreciado a nivel internacional y nacional por su sanguinario papel en la guerra civil contra los guerrilleros sandinistas.
Sin embargo, a raíz de su sangrienta derrota en el intento de tomar el regimiento La Tablada en 1989, y su posterior arresto por lo cual pasó largos años preso, el gatillero argentino contó a la prensa local e internacional detalles de aquella acción denominada Operación Reptil.
“Nunca fue un acto de venganza”
Lo primero que solía decir Gorriarán Merlo, alias El Pelado, es que el asesinato de Somoza Debayle nunca fue un acto de venganza. Es decir, no era nada personal.
Luego justificaba: se trataba de una acción preventiva porque según la información de Inteligencia de los sandinistas, el entonces exiliado dictador buscaba organizar a la Contrarrevolución para tratar de regresar al poder en Nicaragua.
Somoza había arribado a Paraguay en julio de 1979 después de haber sido rechazado de Estados Unidos, Las Bahamas y Guatemala.
El dictador paraguayo, general Alfredo Stroessner, lo acogió en La Asunción y pronto la noticia recorrió el mundo hasta hacerse tema de discusión en una mesa de tragos en Managua donde Gorriarán germinó la idea del crimen.
“En ese contexto surgió la idea de atentar contra él. Lo único que sabíamos era que vivía en Asunción. Pero no el lugar exacto”.

De Argentina Nicaragua, de guerrillero a terrorista
Gorriarán Merlo ya tenía camino recorrido en la guerrilla, la política y la violencia en Argentina, de donde saltó a Nicaragua a pelear en las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) contra el régimen de la familia Somoza.
Luego del triunfo guerrillero, El Pelado fue reclutado por el aparato de inteligencia cubano para servir a la Revolución Sandinista.
Y una noche de febrero de 1980, mientras cenaba en el restaurante Los Gauchos, de Managua, se acordó buscar la muerte del general Somoza.
La jefatura sandinista aprobó el plan y destinó recursos para el operativo.
Lo primero que hizo Gorriarán fue enviar una pareja argentina, como agentes encubiertos, a explorar las condiciones de seguridad en Paraguay y buscar detalles sobre Somoza, su escolta, ubicación y su rutina de vida.
No trajeron mucho y hubo que mandar a otros agentes a buscar más datos, y así poco a poco, fueron obteniendo información hasta que decidieron armar el comando y trasladarse a La Asunción para investigar y organizar desde el terreno el atentado.
“No teníamos esa dirección. Aun así, a partir de marzo, comenzaron los viajes escalonados de quienes iríamos a ejecutar el operativo”, dijo Gorriarán a periodistas españoles, chilenos y argentinos que lo entrevistaron en 1999 en Devoto, la cárcel donde terminó después del sangriento intento de asalto al cuartel La Tablada.
En total eran siete en el comando: “Ramón”, “Santiago”, “Osvaldo”, “Armando”, “Ana”, “Julia” y “Susana”.
El jefe era Ramón, alias Enrique Gorriarán Merlo, El Pelado, quien llegó a Paraguay en abril de ese año.
Un contribuyente inesperado dio la pista de Somoza
Una vez allá, comenzó primero la logística: ubicar la residencia de Somoza, colocar un espía cerca de la zona, rentar una casa de seguridad cerca de la zona donde viviera o transitara el blanco, guardar las armas y trazar el plan.
De inmediato se pusieron a buscar el paradero de Somoza y lo lograron dos semanas después gracias a la filtración de la policía paraguaya a un taxista.
Una de las miembros del comando abordó al azar un taxi y le pidió que la llevara a una peluquería cercana a la residencia de Somoza.
El taxista se detuvo frente a una estación policial, bajó del carro, ingresó a la delegación y a los minutos salió con la dirección de una peluquería a 200 metros de la residencia de Somoza, cerca de la Avenida Generalísimo Franco. Eso fue en mayo.
De inmediato, la célula terrorista rentó un quiosco de revistas y periódicos cerca del sitio de la peluquería a vigilar la zona para identificar a Somoza. Y lo vieron pasar en varias ocasiones hasta determinar su ubicación, la cantidad de escoltas, el tipo de vehículo y los horarios de salida y llegada.
Entonces se trazó el plan de su asesinato: el espía del quiosco avisaría al comando la presencia del blanco, a pocas cuadras de ahí una camioneta interceptaría el paso y desde un punto Gorriarán Merlo dispararía contra Somoza y desde otro, un comando dispararía la bazuka.
Sin embargo, Somoza desapareció del radar desde mayo a julio. Los guerrilleros argentinos estaban desesperados puesto que, en La Asunción, la inteligencia podía detectarlos o descubrir el plan y eliminarlos.

Una casa para Julio Iglesias fue el refugio de los asesinos
Para evitar ser descubiertos cambiaron de residencia varias veces y en la última, desde donde saldría el comando por su cercanía a la mansión de Somoza, tuvieron que mentir para obtener la renta en tan exclusiva zona.
Dijeron que eran periodistas y buscaban una vivienda para recibir al cantante español Julio Iglesias.
Ahí volvieron a verlo. Somoza se movía en un Mercedes-Benz Clase S blanco, placa 1-77-561 y detrás de él, dos o tres vehículos de guardaespaldas.
Gorriarán Merlo lo contó entre risas: “Para alquilar una casa en un barrio tan exclusivo nos hacía falta una justificación creíble. En aquella época estaba muy de moda una canción de Julio Iglesias, El lago de Ipacaraí, y eso nos inspiró para armar una historia: le dijimos al propietario que allí viviría Julio Iglesias durante sus estadías en Asunción, que era muy obsesivo y que, por un lado, quería que le decoraran la casa a su gusto, por lo que algunas personas trabajarían allí con el propósito de acondicionarla según sus caprichos; por otro lado, exigía que su llegada debía permanecer en secreto”.
Se trasladaron a la vivienda con las armas adquiridas en el mercado negro con fondos del régimen sandinista: una bazooka RPG2 de fabricación china, dos ametralladoras Ingram, un fusil M16 y dos pistolas Browning.
Somoza debía morir el 22 de septiembre
El agente dentro del quiosco manejaba un radio comunicador oculto con el que daría la señal a la célula cuando viera a Somoza.
Según Gorriarán Merlo, Somoza debía morir el lunes 22 de septiembre de 1980 por un cálculo de que los días lunes solía dirigirse a una sucursal bancaria después de las 10 de la mañana cuando el tráfico de la ciudad era más fluido.
Pero Somoza se adelantó a su muerte el día miércoles 17 de septiembre a las 10 de la mañana.
Gorriarán Merlo dijo que el espía del quiosco, “Osvaldo”, le habló por walkie talkie con la señal: “¡Blanco!”.
Se activaron de inmediato y corrieron a sus posiciones tal y como lo habían estudiado por meses.
Relato del “día del reptil”
Gorriarán lo contó así: “Mi tarea era contener la custodia que venía en un auto por atrás. Roberto debía frenar el tránsito al cruzar la camioneta. Santiago (Hugo Irurzun) debía dispararle con la bazooka un cohetazo al Mercedes”.
Así lo hicieron, pero el proyectil se trabó.
“Yo estaba a casi tres metros de Somoza. Su vehículo avanzaba hacia mí. Entonces, desde la vereda disparé el fusil M16 varias veces sobre él. Pero los custodios a los que yo debía controlar se parapetraron detrás de una casa y abrieron fuego. Roberto empezó a disparar contra ellos y tuvieron que retroceder. Eso me permitió atrincherarme en el jeep, cambiar el cargador y seguir a los tiros”.
“Observé que los disparos penetraron sin dificultad. Disparé tiro a tiro y cada disparo hacía que el cuerpo de Anastasio Somoza se moviera… Al agotar el cargador del M-16 ya estaba Santiago a mi lado en condiciones de disparar el lanzagranadas… La granada dio en el centro del vehículo y estuvo claro que la misión estaba cumplida. Santiago me preguntó: ‘¿Le pegué?’, a lo que respondí: ‘Lo destrozaste’”, declaró Gorriarán Merlo al diario El País, de España, en agosto de 1983.
Con el cuerpo de Somoza quedaba atrás un legado nefasto de 45 años de dictadura familiar, un cadáver de millones de dólares de la corrupción estatal, un apellido familiar que provocó miles de muertos, dolor, luto, exilio y odio.
Adiós Somoza, el penúltimo dictador
Junto a Somoza murió el chofer César Gallardoy el financista ítalo-estadounidense Joseph Baittiner, quien asesoraba a Tachito en sus inversiones y lo acompañaba en sus visitas al banco.
La autopsia determinó que Somoza tenía 25 orificios de bala en el cuerpo y su cuerpo estaba calcinado por el fuego del lanzacohetes RPG-2 que penetró la coraza entre las dos puertas y estalló en la parte trasera, donde viajaba el dictador.
Ángel Bogado, reportero gráfico del desaparecido diario paraguayo Hoy, fue uno de los primeros en llegar al lugar.
En aquel momento contó: “Recuerdo que todavía salía humo del cuerpo de Somoza, tipo vapor, por el tema de las balas que recibió. Él y su acompañante estaban como agachados, como metiendo la cabeza entre las piernas”.

Años más tarde, Gorriarán comentó fríamente el episodio en un programa de TV: “La explosión fue impresionante. Pudimos ver el auto totalmente destrozado y la custodia escondida detrás de un murito de la casa de al lado. Ya no tiraban más”.
Luego del atentado el comando se escapó a como lo tenían trazado, pero uno de ellos, el que disparó la bazuka, no lo logró.
Regresó a casa a traer un dinero, pasaporte y ropa y los espías del régimen alertaron a la seguridad.
Lo siguieron a balazos y lo hirieron en un pie. Inicialmente se difundió que había muerto en el operativo, pero años después, en 1992, cuando se desclasificaron documentos secretos de la dictadura de Stroessner, se supo que fue capturado y murió meses después por las torturas.
Su cuerpo nunca fue identificado.
El Pelado también murió en septiembre
A su regreso a Nicaragua, Gorriarán Merlo fue recibido como héroe, los sandinistas y la izquierda mundial celebraron la muerte del dictador. “Ajusticiamiento”, le llamaron al crimen del Pelado, a quien le asignaron otras siniestras misiones secretas por el éxito alcanzado en la ejecución de Somoza.
Gorriarán Merlo regresó a Argentina en 1987 y desde ahí siguió organizando golpes y asaltos militares, como la fallida toma del regimiento La Tablada en 1989, que dejó un saldo de 49 muertes, incluyendo más de 30 de sus miembros.
Roberto Sánchez Nadal y Claudia Lareu, que habían participado en el atentado a Somoza, murieron durante ese ataque.
Gorriarán fue capturado, condenado y salió por indulto en 2003. Murió de un infarto en 2006 en la misma fecha en que inicialmente había planificado matar a Somoza: el 22 de septiembre.
Ni en Argentina ni en Nicaragua le rindieron honores póstumos.