La destrucción de Granada
Granada ardió el 23 y el 24 de noviembre de 1856. Filibusteros de Estados Unidos al mando de Charles Frederick Henningsen, y bajo las órdenes de William Walker, le pegaron fuego a la ciudad; un acto que el historiador Frederick Rosengarden consideró “un despiadado acto de rencor y vandalismo” en su libro “Freeboters must die!” (¡Los filibusteros deben morir!)
Aunque más tarde Walker justificaría la acción, explicando que por razones estratégicas debía impedir que el enemigo capturara esa importante plaza; el “haber arrasado de manera salvaje e innecesaria una ciudad tan querida, aumentó en América Central el odio que se le tenía”, agregó Rosengarden.
El hecho se dio en el contexto de la Guerra Nacional de Nicaragua, también conocida como Guerra Nacional de Centroamérica. Tras sufrir dos derrotas en Masaya y haber quemado el sector sur de la ciudad, los filibusteros se retiraron silenciosos a Granada, donde el hospital se llenó de enfermos y moribundos.
Walker había venido a Nicaragua en 1855, a pedido del bando democrático que pretendía derrocar al presidente legitimista Fruto Chamorro Pérez. En un giro de los acontecimientos, en 1856 el aventurero estadounidense fue nombrado presidente de la nación y reconocido por Estados Unidos, pero visto como una amenaza por los gobiernos centroamericanos, que enviaron a sus ejércitos para expulsar de Nicaragua al filibustero, algo que ocurriría en mayo de 1857.
Para cuando la quema de Granada, la Guerra Nacional estaba a medio año de finalizar. Luego de que Henningsen ordenara a los locales desocupar sus hogares y edificios públicos, los filibusteros saquearon las pertenencias de los granadinos, así como los objetos de plata y oro de las siete iglesias de la ciudad. Después de eso, 419 hombres se distribuyeron en diversas calles y esperaron el disparo de un viejo cañón colonial como señal para iniciar el incendio. La ciudad fue arrasada por las llamas.
Del 25 al 30 de noviembre los aliados centroamericanos atacaron por tres flancos a las tropas de Henningsen, pero fueron rechazados. El sitio continuó hasta el 13 de noviembre a las 5:00 de la mañana, cuando el jefe filibustero y los hombres que le quedaban evacuaron las ruinas de la ciudad en el vapor La Virgen, no sin antes clavar una lanza que rezaba: “Here was Granada”. Aquí fue Granada.

Piratas y corsarios
Allá en el siglo XVII Nicaragua fue paso de piratas y corsarios enemigos de la corona española, que provenían de los reinos de Francia, Holanda e Inglaterra. Entre los poblados nicaragüenses que más ataques recibieron se encuentran Granada, en el Pacífico, y Ciudad Antigua en el norte.
Algunos historiadores sostienen que Ciudad Antigua, fundada en 1611, fue víctima de una invasión comandada por el mismísimo pirata Henry Morgan. Incluso existe una placa que dice: “Aquí fue Nueva Segovia, destruida por el pirata Henry Morgan en 1654”. Sin embargo, otros estudiosos de la historia, como Jaime Incer Barquero, afirman que el célebre galés nunca estuvo en las Segovias, pero sí en Granada.
Eso no quiere decir que Ciudad Antigua, blanco fácil en la ruta del río Coco, no fue agredida por otros piratas. En 1688 fue invadida por el francés Raveneau de Lussan al mando de 300 hombres, y un año después, atacada por el corsario inglés William Dampier, cuando fue quemada la puerta de la sacristía.
De acuerdo con historiadores locales, en 1704 la pequeña ciudad también sufrió el ataque de Aníbal, el Rey Mosco, acompañado de tropas inglesas; pero fue defendida por soldados españoles. Además, aseguran, en 1709 y 1711 Ciudad Antigua soportó nuevas incursiones de piratas e indígenas, lo que no evitó que se mantuviera en el mismo lugar.
Pero el principal objetivo de los piratas que pasaron por Nicaragua fue la histórica ciudad de Granada, que en aquella época ya gozaba de un relativo auge comercial, sumado a su ventajosa posición geográfica cerca del Cocibolca y el San Juan. En 1685 fue saqueada dos veces por William Dampier, quien no dudó en incendiarla, y ya antes había recibido la furia de Henry Morgan, quien se apoderó de la plaza de la ciudad y encarceló a 300 habitantes.
“Granada es espléndida”, escribiría después Morgan. “Tan grande como Portomouth. Tiene siete iglesias y una catedral y muchos colegios y monasterios”.
La ciudad también estuvo en la mira de los piratas Francis Drake y el Lolonés; puede leer los detalles en el reportaje “Los cuatro lobos del mar que asolaron a Nicaragua”.
La maldición de León Viejo
“León Viejo fue la primera capital de Nicaragua y asiento de las autoridades españolas en la primitiva Gobernación de Nicaragua”, dice el doctor Carlos Tünnermann Bernheim en un artículo publicado el reciente 12 de agosto y titulado: Breve historia de León Viejo.
Antes de que la pequeña ciudad fuera abandonada para siempre, en ella acontecieron sucesos importantes en la historia de Nicaragua. Ahí fue degollado Francisco Hernández de Córdoba, en julio de 1526, cuando se le ocurrió la mala idea de solicitarle al rey de España que lo nombrara gobernador de Nicaragua y la iniciativa no le gustó nada a Pedrarias Dávila, entonces gobernador de Castilla de Oro (hoy Panamá), quien, aunque viejo y enfermo, se apresuró a viajar a Nicaragua para castigar al rebelde. Hernández de Córdoba murió en la plaza de la ciudad que él mismo fundara dos años antes.
Al final Pedrarias, uno de los más encumbrados representantes de la corona española en el Nuevo Mundo, consiguió que se le nombrada Gobernador de Nicaragua y bajo su cruel mandato inició el período propiamente colonial, detalla Tünnermann. La ciudad de León dejó de ser una colección de “miserables barracas” y empezaron a verse casas al modo español.
Pedrarias Dávila ya llevaba 19 años muerto, cuando en aquel León fue asesinado Fray Antonio de Valdivieso, tercer obispo de Nicaragua, gran defensor de los indígenas y precursor de la defensa de los derechos humanos en el país. El 26 de febrero de 1550 fue víctima de una conspiración comandada por Hernando de Contreras, hijo del gobernador Rodrigo de Contreras y nieto de Pedrarias. Fue asesinado a puñaladas en un Miércoles de Ceniza.
Este último acontecimiento convenció a los habitantes de León Viejo de que aquella ciudad estaba maldita y pronto habría de recibir un castigo. A esto se sumaron las continuas erupciones del volcán Momotombo y los sismos que provocaba, además de un clima horriblemente caluroso y poca salubridad en el agua.
En enero de 1610 la ciudad fue finalmente abandonada “por sus escasos y temerosos pobladores”, relata Tünnermann. La gota que había derramado el vaso fue el gran terremoto ocurrido el día 11 de ese mes, que destruyó casi por completo iglesias, edificios públicos y 80 casas. Luego de eso, como si la ciudad realmente estuviera pagando un castigo, sus ruinas permanecieron ocultas por más de tres siglos bajo una capa de ceniza volcánica y lodo de aluviones.
Fue relocalizada hasta el 26 de abril de 1967, durante una investigación encabezada por Carlos Tünnermann Bernheim, entonces rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN).
Managua, linda Managua
El terremoto del 23 de diciembre 1972 es el más conocidos de los desastres que han asolado Managua. Con una magnitud de 6.2 en la escala de Richter, el sismo destruyó gran parte de aquella ciudad de adobe y taquezal, dejando un saldo de más de diez mil muertos, por eso todavía es recordado con tristeza y temor. Sin embargo, en la historia de la capital nicaragüense hay otro terremoto y dos aluviones.
El de 1931 fue el primer gran sismo que marcó la memoria de los managuas. Tuvo lugar el 31 de marzo, un Martes Santo, cuando los mercados capitalinos estaban llenos de personas que buscaban pescado seco, pinolillo, frutas y conservas para no tener que cocinar en casa.
A las 10:30 de la mañana Managua se estremeció como un animal arisco que curva el lomo, en un salvaje corcoveo en el que la tierra parecía querer desprenderse del estorbo de las casas que tenía encima. Así lo describió el escritor Apolonio Palazio, autor del libro “La catástrofe de Managua, 31 de marzo de 1931”, publicado en 1952.
Luego de unos segundos de sorpresa, la gente corrió aterrorizada por las calles; los caballos huyeron despavoridos, arrastrando carruajes incendiados, y los pocos vehículos que había se estrellaron contra las casas. Farmacias, tiendas, abarroterías y mercados ardieron hasta el Jueves Santo.
La ciudad quedó en ruinas, pues ni siquiera la cárcel, que era la más grande del país, resistió la furia de la tierra. Aunque no hay una cifra oficial, se ha estimado un saldo de entre 1,200 y 1,500 muertos, el 2.5 y el 5 por ciento de la población urbana de esa Managua, respectivamente.
Otros terremotos, en 1938, 1951 y 1968 revivieron el fantasma del sismo de 1931, hasta que el de 1972 ocupó su lugar en la memoria de los nicaragüenses.
Sin embargo, antes del desastre del 31 Managua ya había sido destruida. La mañana del 4 de octubre de 1876, luego de una noche de torrencial aguacero, un gigantesco aluvión bajó de Las Sierras, por el suroeste de la capital, y arrasó con todo en un trayecto de 10 kilómetros hasta el lago Xolotlán. Las corrientes arrancaron árboles y casas, socavaron la tierra e inundaron calles, avenidas, iglesias e incluso el camposanto. Fue “un horror indescriptible”, escribió el historiador Helidoro Cuadra en 1939. Los muertos se calculan en centenares.
Otro gran aluvión fue registrado en Managua en octubre de 1730. Además, en 1930 uno pequeño destruyó la línea férrea entre Asososca y Los Brasiles; y entre 1999 y 2007 ocurrieron al menos 33 movimientos de ladera en el área de Managua. La posibilidad de que nuevos aluviones arrasen con la ciudad es tan real como Las Sierras.

El gran incendio de Bluefields
Varias ciudades de Nicaragua han sufrido incendios, como el recordado siniestro del mercado Oriental en Managua, que en 2008 devoró más de 1,500 tramos repletos de mercancías. También ha habido incendios en zonas comerciales de León, Chinandega, Corinto y Puerto Cabezas; pero el incendio de Bluefields es especialmente recordado por las dimensiones del desastre.
La mañana del 4 de enero de 1970 el fuego comenzó en La Lucha, una tienda donde vendían combustible, municiones, armas y pólvora. La tesis más aceptada por los bomberos es la que sugieren que uno de los hijos del propietario de la tienda encendió una triquitraque mientras se realizaba un trasiego de gasolina; pero otras personas sostienen que las llamas iniciaron con un cortocircuito.
En la ciudad no hubo suficiente agua para apagar el fuego. Las llamas se tragaron todo lo que había en cuatro manzanas de terreno, 112 casas y 30 establecimientos comerciales, con pérdidas calculadas en unos 15 millones de córdobas de la época.
El reportaje “Así se ha quemado Nicaragua” cuenta más detalles sobre grandes siniestros ocurridos en el país.