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Acerca de la desinformación política

LA PRENSA publicó el jueves 2 de febrero un artículo informativo titulado “Ola de rumores sobre detenciones de altos mandos policiales genera desinformación”. Se refiere a la publicación —como si fueran noticias— de  rumores y especulaciones acerca de supuestas purgas y encarcelamiento de  altos mandos policiales y en otras estructuras superiores del régimen.

     Al respecto el editor en jefe (en el exilio) de LA PRENSA, Eduardo Enríquez, dijo en declaraciones a un medio electrónico que fueron reproducidas por este Diario que por la política de secretismo del régimen “cualquier acción que puede ser un simple procedimiento del giro de una empresa o institución se presta a especulaciones y desinformación”.

     Enríquez explicó las dificultades para verificar la información en la situación  política actual de Nicaragua. Se trata de un proceso, aseguró, que “es mucho más lento para los medios —como LA PRENSA— que se están trabajando desde el exilio, además que las fuentes no quieren hablar por temor a represalias”.

     Analistas políticos democráticos opinan que la difusión de rumores y bulos (o sea noticias falsas) se debe a tres razones principales.

La primera es que algunas personas opuestas al régimen que inventan y difunden las falsas noticias creen que de esa manera lo socavan. La segunda es que algunos confunden sus deseos con la realidad y toman como cierto y difunden todo lo que les dicen. Y la tercera categoría es la de quienes desinforman deliberadamente, como una acción política del régimen para confundir y engañar a la gente.

La divulgación de rumores e informaciones falsas es una práctica antigua en la historia universal. Seguramente comenzó desde que se formaron los primeros núcleos humanos que dieron forma a la sociedad. Así fue y continúa siendo ahora. Pero como estrategia política la desinformación es relativamente reciente.

El criterio en el cual se funda la desinformación es que la gente actúa de acuerdo con las informaciones que recibe y tiende a creerlo todo. Por lo tanto, mediante la manipulación de la información se puede modelar la mente de las personas e inducirlas a asumir determinadas posiciones políticas.

Los historiadores de la desinformación como estrategia política concebida y practicada con criterios científicos señalan que fue creada por los comunistas bolcheviques que tomaron el poder en Rusia en 1917. Personalmente su creación, en 1923, se atribuye a Iosif Unszlinche, vicedirector del organismo de inteligencia y seguridad del Estado que originalmente se llamó Cheka (acrónimo en ruso de Comisión Extraordinaria para toda Rusia), y luego fue denominada GPU, sigla también en ruso de Administración Política del Estado.

Unszlinche creó con la autorización de Lenin “una oficina especial de desinformación para realizar operaciones de inteligencia activas”, que se convirtió en pieza fundamental del aparato de seguridad y espionaje soviético. Posteriormente la KGB (Comisión de Asuntos Internos del Estado), sucesora de la GPU, perfeccionó las técnicas de la desinformación que fueron utilizadas no solo dentro del país, sino que a escala internacional durante la Guerra Fría.

Los nazis, por medio del aparato creado por el ministro de información Josef Goebbels, también utilizaron ampliamente la desinformación en sus estrategias políticas. Y desde entonces es practicada por todos los regímenes dictatoriales autocráticos.

Por definición los gobiernos democráticos no deben practicar la desinformación. Algunos lo hacen, aunque no directamente sino utilizando medios de comunicación privados que se prestan a esa práctica lesiva de la ética profesional de la información y el periodismo.

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