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Nuevas esperanzas con el 2023

Hemos llegado al 2023: para los creyentes en Dios, por la bondad infinita de nuestro creador y para los no creyentes, por las circunstancias fortuitas de la vida. Pero para los nicaragüenses, lo importante es que estamos aquí, en este valle de lágrimas, dispuestos a enfrentar los retos que el destino nos depare.

Ardua tarea por cierto, ya que mientras otros pueblos gozan de los beneficios de la democracia y de la libertad, nosotros seguimos enfrentados a una de las tiranías más crueles que se registran en los anales de la historia latinoamericana. Así, una de las preguntas que más recurrentemente nos hacemos los nicaragüenses es: ¿Lograremos sacudirnos del yugo de la dictadura de los Ortega-Murillo en el 2023?

No estamos en los tiempos cuando los profetas como Abraham o Moisés, tenían el privilegio extraordinario de hablar con Dios para conocer el futuro, según las Sagradas Escrituras, o como cuando Casandra, la hija de Príamo y Hécuba, vaticinó la destrucción de Troya según La Ilíada de Homero. No obstante lo anterior, en la historia de la humanidad ha habido hombres y mujeres visionarios que adelantándose al tiempo que les tocó vivir, han pronosticado con gran tino la caída de gobiernos que parecían inexpugnables e imposibles de ser derrocados.

Uno de esos hombres fue Alexis de Tocqueville (1805-1859) quien siendo diputado en la Asamblea Nacional de Francia, advirtió al gobierno sobre la inminencia de una nueva revolución y algunos hasta se burlaron de él. Pocas semanas después de su discurso se produjo, tal como lo había anunciado, la Revolución de 1848 que no solo estremeció los cimientos de Francia sino también los de toda la Europa continental.

Respecto a esa coyuntura histórica nos cuenta Tocqueville: “La verdad es que nadie creía aún, seriamente, en el peligro que yo anunciaba, a pesar de encontrarnos tan cerca de la caída. Recuerdo que finalicé expresando: Esa es, señores, mi convicción profunda, creo que nos estamos durmiendo sobre un volcán, estoy profundamente convencido de ello”.

La pregunta es: ¿Cómo llegó Tocqueville a ese convencimiento? Él nos responde: “Podéis creer que la causa real, la causa eficiente que hace que los hombres pierdan el poder es que se han hecho indignos de ejercerlo. La clase gobernante se ha convertido por su indiferencia, por su egoísmo, por sus vicios, en incapaz e indigna de gobernar”.

He traído esto a colación, porque veo con preocupación cómo el binomio dictatorial de los Ortega-Murillo, con su aberrado comportamiento, cada día hunden más al país y lo están conduciendo, consciente o inconscientemente, hacia los caminos de la confrontación y de la violencia, que nadie quiere, porque ello conlleva desgraciadamente a más derramamiento de sangre y más penuria económica para la población nicaragüense.

Lo que se percibe nacional e internacionalmente es que los Ortega-Murillo están viviendo fuera de la realidad, pues cuando uno ve que la Corte Suprema de Justicia (CSJ) está prácticamente desintegrada; que la alta jerarquía de la Policía Orteguista (PO) tiende a dividirse, ya que es vox populi que hay varios comisionados presos y a otros los están investigando; que internacionalmente hay varios gobiernos que están considerando seriamente el retiro de sus embajadores; que muchos empleados públicos de alto nivel están pensando en renunciar y que las arremetidas contra la Iglesia católica en vez de cesar tienden a empeorar; cuando uno ve todas estas cosas no le queda más recurso que pensar que el barco de los Ortega-Murillo está próximo a naufragar.

El gran reto de los nicaragüenses frente a este panorama sombrío es que se debe mantener firme la fe y la esperanza de que el cambio vendrá. Mientras la dictadura cada día se debilita más, por sus propias contradicciones, la oposición democrática cada día debe fortalecerse más con organización, organización y más organización; silenciosa pero efectivamente. No ha llegado todavía el momento de las masivas manifestaciones, pero llegará.

Hay que salvar a Nicaragua de la destrucción total y devolverle a nuestro pueblo la patria digna que se merece, pues como decía Saint-Just, el revolucionario francés: “Los pueblos que viven bajo el despotismo carecen de patria”. Y nosotros, los nicaragüenses, jamás vamos a resignarnos a vivir sin ella, o sea sin Patria.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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