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Estados Unidos: La “pelea en el pleno” y la democracia  

En la jerga de la política de Estados Unidos (EE. UU.) se le llama “pelea en el pleno” a la situación cuando los miembros de la Cámara de Representantes —que comparte con el Senado el poder legislativo de ese país— tienen mucha dificultad para elegir a su presidente y tienen que recurrir a varias votaciones para lograrlo. Es lo que ha ocurrido esta semana siendo la noticia política internacional más relevante.

El presidente de la Cámara de Representantes —o speaker como lo llaman en inglés— es un funcionario muy poderoso en EE. UU. Además de sus funciones legislativas es el segundo en la línea de sucesión presidencial en el país. De allí el gran interés por alcanzar esa privilegiada posición política.

Según los historiadores, en los 234 años transcurridos desde que en 1789 se  instaló el primer Congreso de EE. UU. han ocurrido 14 de esas “peleas en el pleno”. En 1856 los congresistas pasaron más de dos meses y repitieron la votación 133 veces para poder elegir a su presidente. Y la última vez anterior a la de ahora fue en 1923, cuando fueron necesarias 9 votaciones para que se pudiera elegir al congresista Frederick Gillett, representante republicano por el estado de Massachusetts.       

De manera que no es la primera vez que en la Cámara de Representantes hay tanta dificultad para elegir a su presidente. Pero no es cierto que por esa “pelea en el pleno” ha habido un caos en esa rama del poder legislativo de EE. UU. El caos es un estado de confusión y desorden total, y lo que ha habido es un conflicto político que, como ya hemos visto, ni siquiera es inédito.

Tampoco es verdad que ese conflicto sea una muestra de crisis, agotamiento o fracaso de la democracia de EE. UU., la principal en el mundo libre. La democracia funciona a base de la controversia, el choque de opiniones, los desacuerdos y el conflicto político, que se resuelve siempre mediante el consenso. En la democracia no existen las votaciones obligatorias y disciplinadas. Estas son propias del  totalitarismo y los regímenes autoritarios, en los cuales los presidentes o cabecillas de los organismos legislativos del Estado son designados por el caudillo o la camarilla dirigente del partido. Su “elección” es una simple formalidad y  nadie puede disentir y mucho menos votar en contrario, porque arriesga su libertad e inclusive la misma vida.

Como ha escrito el académico cubano estadounidense Julio M. Shiling  en un artículo publicado este viernes 6 de enero en LA PRENSA, al final del conflicto “prevalecerá el consenso y la República estadounidense será mejor por ello”.  Agrega Shiling que “este capítulo anómalo, se crea o no, es una señal de vida en un sistema que muchos han llegado a creer sin vigor. El conformismo y la homogeneidad en política engendran apatía cívica… Se sirve a una sociedad virtuosa capaz de autogobernarse cuando sus representantes piden cuentas al sistema y son audaces, dentro de los límites constitucionales”.

Es cierto que con el monolitismo y la disciplina cuartelaria de los sistemas autoritarios y totalitarios no hay controversias ni conflictos. Es posible incluso que la obediente disciplina política del “sí señor” sea expedita. Pero niega la libertad individual y aplasta la dignidad humana, que solo en la democracia se pueden garantizar.

COMENTARIOS

  1. Hace 1 año

    Maximas de Montesquieu, Para llegar a ser verdaderamente grande, uno tiene que estar con la gente, no por encima de ellos”.
    “No hay mayor tiranía que la que se ejerce al amparo de la ley y en nombre de la justicia”.

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