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El camino hacia la victoria

Establecer con claridad meridiana el estado de ánimo del pueblo nicaragüense en las actuales circunstancias, es tarea imposible. Han pasado 4 años y medio desde aquel 18 de abril del 2018, cuando nuestro pueblo, con fervor patriótico, se tiró a las calles protestando por los abusos de la dictadura y demandando al mismo tiempo: justicia, progreso y libertad.

Todos sabemos los resultados de aquel intento fallido por alcanzar cívica y pacíficamente la democracia: centenares de muertos, miles de heridos, miles de encarcelados y más de 200 mil compatriotas con las sandalias del peregrino puestas en busca de la tierra prometida, que hasta hoy sigue siendo muy difícil de encontrar.

Frente a este panorama sombrío tenemos a la dictadura, carcomida en sus cimientos por sus propias contradicciones, como un barco a la deriva que se niega a zozobrar. Los síntomas de su desintegración cada día se ponen más en evidencia. Hay, por ejemplo, varios empleados públicos al más alto nivel que ante el temor del naufragio total, están considerando seriamente la posibilidad de renunciar. Las votaciones municipales del 6 de noviembre, ya se murmura en las mismas esferas gubernamentales, que van a ser un rotundo fracaso. Y se sabe también que en los cuadros intermedios del Ejército y la Policía cada día crece más la inquietud, por saber qué pasará con esas instituciones, cuando Nicaragua vuelva a ser República. En el campo internacional la situación no puede ser más ominosa para el régimen, por cuanto, nuevas y más fuertes sanciones se perfilan para el porvenir.

Es tan caótica la situación de la dictadura Ortega, Murillo que está haciendo —sin querer queriendo— renacer el fantasma de la dinastía somocista. En Miami y en varias ciudades de los EE. UU., un hijo de Luis Somoza Debayle ya anda organizando una tal Alianza para la Libertad, que dice es para llevar la democracia a Nicaragua ¡Habrase visto! Y lo triste del caso es que distinguidos periodistas como Santiago Aburto y Sergio Marín Cornavaca, movidos tal vez por la necesidad, le están haciendo el juego, sin percatarse del grave daño que le pueden estar causando al futuro democrático de Nicaragua, por el que estamos luchando.

Como ciudadano nicaragüense que ha combatido a las tres últimas dictaduras —somocista, frentista, orteguista— no le niego a cualquier compatriota que haya sido o sea partidario de estas nefastas dictaduras, el derecho a vivir y trabajar en su propia patria, siempre y cuando no tengan cuentas pendientes con la justicia nicaragüense. Pero de esto a querer volver a las andadas, hay una distancia como del cielo a la tierra, que no podemos permitir honesta y dignamente. ¡Ni dictadura ni dinastía: nunca más, en la patria mía!

Por esta razón y por mil más, es que he venido insistiendo en la impostergable necesidad de concretar la unidad de la oposición democrática. Soy un convencido de que si nos unimos, ya se podrá empezar a contar los días que le quedan a la dictadura, porque tanto la opinión pública nacional como internacional, temen al vacío de poder y quieren asegurarse de que la transición hacia la democracia sea realmente en beneficio del pueblo y no de unos pocos, como tristemente ha sucedido en el pasado.

En el exilio, mientras logramos la libertad de nuestros dirigentes presos, que es a quienes les corresponde la dirección de este movimiento, hay suficientes elementos representativos, para que transitoriamente dirijan nuestra lucha por la democratización de Nicaragua. No hay otra alternativa: la unidad es el camino.

Para finalizar, por razones que por el momento omito, quiero darles una recomendación a mis amigos de la oposición: no hay que sobredimensionar el poder que aún tiene la dictadura de causar estragos en nuestras filas y tampoco minimizarlos. Hay que darles su justo valor para actuar consecuentemente. Como lo hizo David, de acuerdo con el episodio bíblico, para derrotar a Goliat. Asumió la perspectiva justa y correcta y en el momento preciso. Cuando Goliat salió contra los israelitas todos los soldados pensaron: es tan grande que no podremos matarlo. Pero David miro al gigante y pensó: es tan grande que no puede fallarme la puntería. Y lo mató. David estaba en lo correcto.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE)

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