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La armonía de las esferas

Filolao (470-380 a. C) filósofo griego alumno de Pitágoras (569-475) desarrolló más ampliamente el sistema astronómico pitagórico que postulaba que la Tierra, el Sol y los planetas giraban alrededor de un fuego central oculto.

A él se le atribuyó la hipótesis de que la Tierra no era el centro del universo, anticipándose a Copérnico (1473-1543), astrónomo polaco-prusiano, que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar, que establecía que la Tierra y los planetas se movían alrededor del Sol, en oposición al geocentrismo que postulaba que la Tierra era el centro del universo donde los astros inclusive el Sol giraban alrededor de ella. Por su libro: Sobre las revoluciones de las esferas celestes, a Copérnico suele considerársele el fundador de la astronomía moderna, obra que fue una pieza clave durante la Revolución Científica en la época del renacimiento.

Filolao, además pensaba que toda la materia compuesta de cosas limitadas e ilimitadas estaba sujeta a la armonía.

La armonía de las esferas, teoría de origen también pitagórica, estaba basada en que el universo era gobernado según proporciones numéricas armoniosas y que el movimiento de los cuerpos celestes se regía según proporciones musicales. Esta armonía en el sentido matemático y esotérico se refiere a la buena proporción entre las partes y el todo o entre cosas relacionadas entre sí.

El término “esferas” es de origen aristotélico. La palabra música hace referencia al arte de las musas y a Apolo.

La teoría de la armonía de las esferas está documentada en textos antiguos que van desde La República, de Platón, hasta el Tratado del cielo, de Aristóteles. Teoría que ejerció influencias en muchos pensadores y humanistas hasta finales del Renacimiento. Por esto, muchos poetas, artistas y científicos se han iluminado con estos misterios del orden del cosmos y de la energía del fuego.

En la simbología del fuego existe una dualidad: la creadora como fuente de vida y la destructiva como purificación o muerte. Primeramente, el culto al fuego se le comparaba al mismo que se le tributaba al Sol, adorándosele como a un elemento noble o como a una viva imagen del astro del día.

Según Filolao, el cosmos estaba formado por un fuego central llamado Hestia y por nueve cuerpos que giraban a su alrededor.

Hestia es una diosa olímpica de la mitología griega, o la Vesta romana protectora de Roma, diosa del fuego y del hogar. Los templos romanos dedicados a ella, eran circulares, mirando al este para simbolizar la conexión entre el fuego de la diosa y el de la salida del sol. En los templos de la antigua Grecia siempre ardía una llama en las lámparas y lo mismo en el colegio de las vestales.

Los romanos primeramente adoptaron este culto bajo la figura de Vulcano. En el interior del volcán Etna las fraguas de Hefestos (el dios griego de la forja y del fuego) producía fuego junto a ciclopes y gigantes, mientras el monstruoso Tifón yacía en lo profundo, causando terremotos y erupciones de lava ardiente.

Los tártaros, los africanos, y los chinos le rendían también culto al fuego. La masonería lo incluye entre sus símbolos tomando el significado antiguo del fuego, reconociendo su doble naturaleza: de creación e iluminación versus destrucción y purificación.

En los Hechos de los apóstoles, durante pentecostés se representa la venida del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. En el Apocalipsis 21: 8, aparecerá como una simbología de la condenación de las almas. “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, y los idolatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, es la segunda muerte”. Cristo después de muerto descendió al hades de los justos donde aguardaban la resurrección los no bautizados, para vencer a la muerte y llevarlos consigo. El acontecimiento tuvo lugar antes de la Resurrección corporal acontecida al tercer día de la crucifixión, lugar donde Él triunfó sobre la muerte.

Con este concepto dualista, les presento a continuación un poema de mi autoría con un tema cosmogónico gobernado por el fuego:

“Imperioso fuego maldito

he visto un astro sobreviviente

entre la vida de las almas,

que reclamaba sus derechos

al fuego eterno.

¡He ahí imperioso fuego!

¿Qué tú haces para empobrecer

mi espíritu?

¡Déjame en paz con mis ilusiones!

Vete al limbo, donde están los olvidados,

esos pobres e inocentes niños.

¡No les dañes! ¡Nace ahí, de nuevo!

¡Transfigúrate, Obedece!

¡Deja tus ímpetus maléficos!

Y a mí, ¡déjame en paz!

Ave misteriosa que pasas por el cielo volando,

no te detengas,

no vaya a ser que ese fuego maldito

te dé alcance.

Alza tu vuelo a la Morada Eterna.

Posa tus pies sobre los clavos de

¡Nuestro Señor!

¡Arrepiéntete! ¡Clámale a Él su Gloria!

Esa anhelada Victoria, de ilusiones,

de las que gozan todos los mortales,

habitantes de estas tierras.

Hijos del Cosmos, de Urano

y de Gea, la nacida después del Caos,

les digo:

¡Reclamen protección a Urano!

Para que él los cubra con su manto de estrellas

desde su firmamento.

Pídanle a Pronto que los salve del oleaje del Océano,

y del fuego candente del Hades.

¡Oh, imperioso fuego maldito!

¡Déjame en Paz! ¡Vete a otro lugar!

¿No ves que soy un Astro habitando ya en el Celeste Cielo?

Que, acompañado de un Coro de Ángeles, ¿estoy?

Vete a otras esferas,

a pitagóricas, a aristotélicas e incomprensibles partes,

yo, ya no existo ¡Vete nomás!

La autora es Máster en literatura española.

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