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Míster Valentyne y la Asamblea Nacional

Cuenta la historia que en los albores del siglo XX, allá por los 1900, cuando el francés Philippe Bunau-Varilla, representante de la Nueva Compañía del Canal de Panamá, andaba frenético por los pasillos del Capitolio en Washington, intrigando para que la opción del canal interoceánico quedara en Panamá y no en Nicaragua; cuando nuestro gran Rubén Darío desafió al “Riflero terrible y fuerte cazador” de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, expresándole en su famosa Oda: “Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!” Cuando todo esto sucedía, se le ocurrió a un diputado, norteamericano identificado como Mr. Valentyne visitar nuestro país, para asegurarse de las posibilidades reales de la construcción de un canal por Nicaragua.

Vistas así las cosas, Mr. Valentyne, ni corto ni perezoso, vino a Nicaragua, y se dedicó a recorrer nuestras ciudades y pueblos. Auscultó a cuanta persona quiso, incluyendo funcionarios del gobierno y diputados. Mientras tanto, en Washington, la Comisión Ístmica que había sido nombrada por el presidente de los EE. UU., dictaminó el 30 de noviembre de 1899, que tomando en cuenta los problemas que prevalecían con Colombia (Panamá aún era parte de su territorio) lo que más convenía era proceder a la construcción del canal interoceánico por Nicaragua. Mr. Valentyne, que se encontraba ya de regreso en Costa Rica, convocó a una conferencia de prensa en San José, y a la pregunta de uno de los periodistas sobre “si los Estados Unidos no temía que la Cámara de Diputados de Nicaragua rechazara el tratado canalero, por tener éste algunas cláusulas que violaban su soberanía”, el representante norteamericano contestó: “No. Eso no nos preocupa, porque en Nicaragua es más fácil comprar un diputado que una mula”.

Después de escuchar estas afrentosas declaraciones, que dio hace 100 años Mr. Valentyne en contra de los supuestos representantes de la dignidad nacional, es muy doloroso tener que admitir ahora que todo sigue igual, que nada ha cambiado, y que son los mismos títeres de antaño, con distintos nombres, los que bailan al son que les tocan.

Si usted tiene alguna duda, ponga atención: tenemos una Asamblea Nacional ilegítima, porque no han sido elegidos por el pueblo, sino nombrados de dedo por los Ortega-Murillo. Está integrada por 92 turiferarios que nos cuestan el ojo de una cara y que andan más perdidos que perro en procesión, pues mientras la nación se desgaja por las estupideces de los Ortega-Murillo, ellos, los diputados y las diputadas, siguen aprobando leyes anti-patria como la 840 que entregó al chino aventurero la soberanía del país.

Siguen también en la función perversa que les asigna la dictadura de acabar con las ONG —ya son 1,400— y siguen guardando sepulcral silencio, frente a los viles atropellos de la dictadura en contra de nuestra Iglesia católica y particularmente, contra monseñor Rolando Álvarez y varios sacerdotes, que han sido llevados a prisión por decir la verdad y nada más que la verdad. No es por pura casualidad que los nicaragüenses seguimos llamando a la Asamblea Nacional como “la Chanchera”.

Tanto las encuestadoras fidedignas, como algunos diputados que prefieren mantenerse en el anonimato por razones obvias, han dado a conocer un alto grado de corrupción que carcome los cimientos de ese poder del Estado. Es por esta y por otras razones que, cuando brille el sol de la libertad en Nicaragua, me propongo someter a la consideración de las supremas autoridades de la República que la elección de los diputados en el futuro sea mediante el sistema nominal y no como es ahora, por listas de partidos. Que en cada departamento los diputados sean electos directamente por el pueblo; que se presenten los candidatos que así lo deseen sin que necesariamente tengan que estar afiliados a algún partido; y que una vez electos sean inamovibles, es decir, que no puedan ser destituidos por nadie a menos que el pueblo que los eligió así lo determine en las próximas justas electorales.

Es la única forma de acabar con las argollas corruptas de los partidos y con los nefastos caudillos que tanto daño le han causado y le siguen causando a nuestra querida Nicaragua. ¡Basta Ya!

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE)

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