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Los pronunciamientos del papa sobre Nicaragua

La solidaridad católica internacional con la Iglesia de Nicaragua va en aumento, a medida que se prolonga la angustiosa situación del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, quien junto con seis sacerdotes y otras cinco personas laicas tienen la curia episcopal de esa ciudad por cárcel.

     También crece la presión de activistas políticos y sociales, defensores de derechos humanos y católicos practicantes, para que el papa Francisco se pronuncie públicamente en solidaridad con monseñor Álvarez y la Iglesia perseguida de Nicaragua. Como lo hacía el papa Juan Pablo II durante la primera dictadura sandinista.

Aquel papa de origen polaco, que después de su fallecimiento fue canonizado, vino a Nicaragua dos veces y además se pronunció en varias ocasiones en respaldo de la Iglesia católica del país, que era igual o parecida a la de ahora.

     El 17 de abril de 1980, Juan Pablo II envió una carta pública a los obispos de Nicaragua, en la cual les decía: “El Papa y la Iglesia entera os están cercanos. Os necesita vuestro Pueblo, ese querido Pueblo, que reza a Dios como Padre común y que invoca con fervor a la Virgen Santísima Inmaculada. Formulo (…) los mejores votos para que el amado Pueblo de Nicaragua viva un futuro de paz, de concordia, de solidaridad, de acuerdo con su secular tradición cristiana”.

Más adelante, el 29 de junio de 1982 su santidad Juan Pablo II envió otra carta pública a los obispos de Nicaragua, exhortándolos a resistir con firmeza las pretensiones del régimen sandinista de imponer una Iglesia oficialista paralela.  “Un Obispo nunca está solo, puesto que se encuentra en viva y dinámica comunión con el Papa y con sus hermanos Obispos de todo el mundo. No estáis solos: os sostiene la presencia espiritual de este hermano mayor vuestro y os rodea la comunión afectiva y efectiva de miles de hermanos”, dijo el papa en aquella carta.

Agregó Juan Pablo II que  “el Papa no olvida sus propios deberes hacia quienes, en las Iglesias Particulares de todo el mundo desempeñan, en medio de no pocas dificultades, el ministerio de Pastores… Sabed que os estoy muy cercano”.  

En otro mensaje público enviado en noviembre de 1986 a los obispos de Nicaragua, Juan Pablo II, además de expresarles su solidaridad les recordó su misión pastoral, pues  “todos debemos esforzarnos en pacificar los ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan podido abrir entre hermanos”.

Nadie puede obligar al papa a pronunciarse, o no, sobre una situación determinada que le competa. Como establece el artículo 331 del Código Canónico, que es la ley que rige el funcionamiento de la Iglesia católica y las competencias del papa, este “tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente”.

De manera que el papa Francisco podría, si lo quisiera, enviar un mensaje de aliento a los obispos y a todos los católicos nicaragüenses. Como lo hacía  el papa San Juan Pablo II en aquellos años ochenta que  también eran oscuros y  de gran tribulación para la Iglesia católica de Nicaragua, igual que ahora.

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