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El clamor del obispo Álvarez

El diccionario de la RAE define clamor como una “voz lastimosa que indica aflicción o pasión de ánimo”. Agrega que también significa “grito o voz con vigor y esfuerzo”. El sentido preciso en cada caso lo da el contexto en el cual se hace el clamor. Pero en determinadas circunstancias la palabra tiene los dos sentidos al mismo tiempo.

     Este es el caso del clamor del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, quien este jueves 4 de agosto pidió al régimen que deje en paz a la Iglesia, que no impida a la gente profesar su fe. Lo hizo primero de rodillas en el pavimento de una calle y con los brazos alzados al cielo, y después, de pie, portando en sus manos la custodia del Santísimo elevada también al cielo.    Monseñor Álvarez ha hecho esta dramática manifestación de fe y clamor al régimen, al haberse recrudecido la represión contra la Iglesia. Varias radioemisoras de la Diócesis de Matagalpa fueron clausuradas, la capilla del Niño Dios de Praga en Sébaco profanada por la fuerza policial y asediado su párroco, lo mismo que el obispo diocesano.

     El obispo Álvarez solo pide que no se le impida a él ni a los sacerdotes celebrar los oficios religiosos, ni al pueblo católico participar en ellos. Lo cual, por cierto, es un derecho consagrado en la Constitución Política de la República, la cual establece:

     “Arto. 29. Toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia, de pensamiento y de profesar o no una religión. Nadie puede ser objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar estos derechos, ni a ser obligado a declarar su credo, ideología o creencia”.

     El régimen tiene que respetar ese derecho constitucional y los que sobre libertad religiosa están consagrados en los tratados internacionales de derechos humanos. Pero además debería aprender de la historia, no repetir los errores que en el ámbito de la religión y las relaciones del Estado con la Iglesia católica se cometieron en el pasado.

     Se conoce que gobiernos de distintas ideologías en tiempos anteriores también persiguieron a la Iglesia, pero no lograron liquidarla y de alguna manera terminaron reconociendo su grave error. La revolución sandinista de los años ochenta acosó a la Iglesia, igual que  ahora, pretendiendo sustituirla con una iglesia popular afín al poder. Pero al final, el entonces líder de la Iglesia, cardenal Miguel Obando, fue llamado a ser testigo de la firma de los Acuerdos de Sapoá y después verificar el cumplimiento de los Acuerdos de Esquipulas II para la paz, la democratización y la reconciliación nacional.

     Pensando en una experiencia ajena, podemos decir que también en Cuba, después del triunfo de la Revolución de 1959, hubo una terrible persecución contra la Iglesia católica. Pero tampoco  pudieron arrancar la fe de la mente y el corazón de los católicos cubanos. Y las autoridades comunistas finalmente rectificaron y pactaron con la Iglesia un acuerdo que le permitió realizar libremente sus actividades religiosas.       

Por respeto a la Constitución y los tratados internacionales de derechos humanos, y por consideración a los sentimientos religiosos y morales de las personas católicas, el clamor de monseñor Rolando Álvarez debe de ser atendido por quienes tienen el poder político en Nicaragua.

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