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El sentido del tacto

El sentido del tacto es uno de los últimos sentidos que desaparece y nuestros cinco kilos de piel —aproximado— están equipados para responder al entorno. Somos receptores de caricias y, aún en estado de coma o moribundo, las personas necesitan que se le hagan caricias, porque las fibras nerviosas, táctiles, con las caricias producen a nivel fisiológico y psicológico estados placenteros al segregar dopaminas y oxitocina.

La pandemia nos revela que la falta de interacción social, de saludos y caricias piel a piel ha producido cuadros de ansiedad, miedo, temor, violencia y depresión. Ante el aumento en el mundo de personas que pasan los sesenta años y que viven solas se les deprime el sistema inmunológico y, la soledad las mata como los infartos, diabetes, ACV, desnutrición, aunado a la pandemia, contaminación atmosférica. En un 45 por ciento son de muerte prematura.

La soledad es el mal silencioso de esta sociedad tecnológica y bulliciosa, es un fenómeno masivo que anida en cualquier clase social, edad, color… más notoria en ancianos que viven alejados de sus familiares en residencias geriátricas o en cuartos sin contacto social. No es de extrañar que parejas de matrimonios con más de cincuenta años sobrevivan o se hayan vuelto muy resilientes en compañía y aprecien el contacto familiar, las caricias de sus nietas y nietos como un regalo divino pues dan valor a medida que pasan las décadas de vidas y con su sabiduría nos orientan que las peleas pasan y es mejor la alegría, el contacto físico, las caricias que nos hacen mejores seres humanos.

Es tan cierto que las caricias e intimidad muestran la vulnerabilidad del ser, sus ansias de amar y ser amado en este tránsito corto. Es importante demostrar el cariño, las caricias al tocar al ser amado y comprender que nada de lo material, compras de objetos nos los llevaremos al fallecer; es pilar dar el valor a la vida, comprender que el trabajo es un medio para vivir y la persona no es el trabajo, el valor humano se lo da el mismo, al sentirse y, también que necesitamos de esa otra persona, al tener autoconocimiento y estima personal y de esa forma amamos la cercanía humana, caricias y estima, no es la acumulación de títulos, objetos…

Ese contacto o cercanía la mayoría de las veces las tememos y, es cierto, porque hay muchas malas intenciones, propagandas subliminales, seducciones, manipulaciones que conocen de esta hambre de caricias y la disfrazan a imagen y semejanza de lo que pida él o ella, paciente, cliente o sujeto de ocasión… Hay investigaciones científicas en torno a las caricias que nos demuestran paradigmas obsoletos y las necesidades cambian con las investigaciones, como los patrones de crianza, la familia de los años 50 y 60 era muy severa y el castigo era la norma; se creía que los mimos, eran malos hábitos de crianza, que afectarían el carácter y personalidad al hacer un niño o niña débil de carácter.

El castigo físico era parte de la educación y las prohibiciones de comidas o paseos con la familia se aplicaban, como en la escuela las palmetas, azotes o encierro con una calavera eran normales… El piso biopsíquico socioemocional cultural de la familia se basó en el temor y el miedo que inspiró respeto en las sociedades e incluso la psicología conductista apoyaba los refuerzos negativos y castigos.

Son nuevos los aportes de la psicología infantil adolescente —los programas conductuales casi no se conocen y menos los procesos gestálticos cognitivos— y, la psicología para adultos no es bien vista. Critican e ironizan al psicoanálisis, al inconsciente colectivo jungniano y se prefiere la atención psiquiátrica e incluso la reclusión, la psiconeuroinmunología.

En estas penúltimas décadas la violencia intrafamiliar, socio global aumenta y no sabemos a ciencia cierta en la pandemia. A pesar de los adelantos culturales, educativos, tecnológicos, en salud, el ser humano vive en estado de insatisfacción, de querer más, producir más, extraer, vivir su “último día”. La psicología y neurofisiología han descubierto que hay sensores y fibras táctiles especiales que estimulan el bienestar y, estos son dados en interacción social y, se necesita que, ese otro nos acaricie, nos estimule —no es lo mismo que la persona se autogenere placer— porque el cerebro percibe esa situación.

El doctor Francis McGlone manifiesta que se crean mejores familias unidas y resilientes con mejor tolerancia al dolor, porque demuestran sus caricias y el cariño aumenta las endorfinas, las oxitocinas que repotencian la autoestima, confianza y salud. Sentir las caricias prepara caldos sedantes, atractivos y el tacto regula el contacto social, porque llegan al cerebro sentimientos agradables, pensares positivos.

Esta fibra nerviosa se descubrió por los años de 1995 y nos señalan que hay que saber acariciar con la ayuda de otra persona —para el buen funcionamiento del cerebro social— las fibras táctiles que son diferentes y saber encontrar esa fibra táctil en la espalda, hombros. Señalan que la piel, al entrar en contacto con sus fibras táctiles con una caricia lenta y suave con las yemas de los dedos —que tienen 34 grados de temperatura— se relajan. Y, como dato curioso, las zonas de la espalda y antebrazo son zonas que no alcanzamos y necesitamos ayuda.

También los investigadores Rebecca Bohme y Martin Grunwald han observado que situaciones estresantes nos provocan tocarnos la cara en promedio de 400 a 800 veces para volver a centrar su atención —les habla el cerebro—. Según estos investigadores cada diez años perdemos 5 por ciento de los nervios táctiles. Y qué pasará con personas que viven solas o acompañadas que no les gusta que les toquen y se sienten más cómodas con la pantalla virtual y en pandemia han aumentado y entonces quizás “olviden” las caricias, contacto físico.

En fin entraremos a nuevas realidades, una especie de protección ante otros o nos convertiremos en más inteligentes “robóticos” y nos libraremos de los culebrones cotidianos, lagrimones, chismes, despechos o simplemente olvidar los traumas, el primer beso amor… que bien funcionan en este mundo “demodé”, mientras los científicos enfatizan que al faltar estímulos reforzadores positivos el cerebro busca sustitutos, ya sea en comidas, drogas, juegos de invite y azar… molesta sentir ansiedad, rabia, depresión, estrés.

Somos organismos biológicos con dimensiones en interacción con el medio interno y externo ambiental. Nos necesitamos para aliviar la soledad e inventamos mil y una maravillas, como el amor, la inteligencia artificial, las redes, mitos, religiones… y nuestros cerebros múltiples nos siguen sorprendiendo; como los ojos, cual agujeros negros nos llevan por mundos desconocidos y, es innegable que muchos vivimos a la defensiva que con un buen diálogo se evitarían desgracias, guerras fratricidas.

Entendamos que las caricias desde el nacer —somos organismos mamíferos dependientes en la primera infancia— nos llevan a necesitar del contacto físico para la supervivencia, como: el beso, mimos, hablar, jugar, evitar daños, dolor. Si tenemos un golpe nos frotamos o chupamos heridas, y estimulamos al calor del tacto que alivia la respuesta al dolor, sentir o percibir umbrales.

¿Cómo se atenúa el dolor físico, emocional cuando el lenguaje se tranca? Las fibras de las caricias se estimulan, y producen relajación al estimular las hormonas placenteras de feromonas, endorfinas y, es mejor acariciar que hablar…

El doctor Johan Rogers trabaja con las caricias a distancia, con una especie de chaqueta virtual de caricias, con dispositivos equipados para recibir caricias. Están en fase de experimentación y, ante emergencias ambientales también tendremos nuestras bombas de oxígeno de mimos, caricias…

La autora es escritora [email protected]

Opinión covid-19 archivo
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