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La dictadura iconoclasta

Es doloroso desentrañar episodios sangrientos de nuestra historia por los que desearíamos poder decir, como el cuervo de Edgar Allan Poe: ¡Nunca más!

Pero es más doloroso todavía, ver cómo hechos que nos gustaría estuviesen enterrados para siempre, siguen manifestándose actualmente en el trágico acontecer de nuestra realidad nicaragüense.

Hace muchos años surgió en Europa un caudillo llamado Atila (395-453) que después de autonombrase rey de los Hunos se dedicó a destruir todo lo que encontraba a su paso, fueran estos personas o pueblos. Basado en un ejército de cretinos, también conocidos como nómadas, que lo único que sabían era montar a caballo y manejar el arco, invadió dos veces Roma y tuvo bajo sitio, por algún tiempo, a Constantinopla, capital del Imperio Bizantino. La historia lo registra como “El paradigma de la crueldad, la destrucción y la rapiña”.

Atila, también persiguió a la Iglesia católica: con base en calumnias, por él inventadas, acusó al obispo de Margus de “haber profanado las tumbas reales”. Quiso eliminarlo, valiéndose de otras argucias, pero después de muchas peripecias el obispo logró salvarse, con la ayuda de algunos cristianos romanos. Por todas esas tropelías contra la Iglesia también es conocido como “el azote de Dios”.

Murió a los 58 años, unos dicen que asesinado por su segunda esposa, aunque el historiador Prisco, amigo y compañero suyo, asegura que fue como consecuencia de una hemorragia nasal. Es sorprendente que a través de los años, guardando la proporción debida en tiempo y época, los nicaragüenses tengamos que pasar por las horcas caudinas de tener que soportar a otros dictadores que, como el Atila de la historia, se han dedicado a destruir al país impunemente.

Se me informa, por ejemplo, que la deuda externa de Nicaragua ya sobrepasó los 12 mil millones de dólares y que con la compra del nuevo armamento que recibirán de la Rusia de Putin, esta podría llegar fácilmente a los 15 mil millones de dólares. Y mientras esto va en camino, el costo de la canasta básica, de las atenciones en salud y en educación y los artículos de mayor consumo popular, siguen subiendo inexorablemente.

Es notorio también, el escandaloso aumento de la corrupción, pero el colmo de los colmos, que demuestran palmariamente la ineptocracia de la dictadura, es que mientras la gran mayoría de nuestro pueblo padece ingentes necesidades, en vez de buscar cómo solucionarlas como es su obligación, se han dedicado a destruir a alrededor de 650 ONG de la sociedad civil, muchas de ellas orientadas a favorecer a los más pobres del país.

Análisis fidedignos aseguran que entre empleados (unos 2 mil) que movilizaban la ayuda externa y los que la recibían, Nicaragua está perdiendo unos 25 millones de dólares anuales que estaban destinados a paliar esa dolorosa situación.

La verdad es que solo a personas poseídas por una maldad siniestra y de empedernido corazón se les puede ocurrir poner punto final a ONG como las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta, la Liga Nacional contra la Leucemia y el Cáncer en el Niño; como a la Familia del Padre Fabretto; como a la Fundación para la Promoción y Desarrollo de las Mujeres y la Niñez; como la Asociación Médica Nicaragüense, que estuvieron noche y día batallando contra la pandemia del coronavirus y muchas otras organizaciones filantrópicas, que durante largos años habían demostrado sus nobles sentimientos y su inconmensurable amor por los más desvalidos de Nicaragua.

Cuando uno ve todas estas cosas absurdas e inauditas, también se pregunta: ¿Qué dirán desde el empíreo, donde han de encontrarse en su sueño inmortal, nuestros poetas: Rubén Darío, Alfonso Cortés y Pablo Antonio Cuadra, cuando se den cuenta de que la Academia Nicaragüense de la Lengua (ANL) ha dejado de existir, por voluntad expresa de la tiranía? Seguramente comentarán, que la dictadura además de querer avasallar al pueblo, quieren dejarlo hasta sin su lengua para que cesen de protestar, en defensa de la libertad y de sus derechos que les han sido injustamente conculcados.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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