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La represión es mala consejera

El escritor ruso Aleksandr Solzhenitsin (1918-2008), Premio Nobel de Literatura 1970, autor de El Archipiélago Gulag, fue un preso político que tuvo que beber por un tiempo en el cáliz de la amargura, durante la dictadura de Stalin en la extinta URSS. Aconseja él a los que sufren tras las rejas, por causa de sus ideales, que cuando vean a los tiranos hacer locuras, como perseguir a la Iglesia y a sus sacerdotes, o encarcelar a personas inocentes de la sociedad civil, que no hay que preocuparse demasiado porque esos desmanes que cometen no son más que el reflejo del estado de desesperación en que viven, pues al otear el horizonte ven inexorablemente que el fin de su poder está cada día más cercano.

En realidad debe ser un tremendo incordio y ¡muy incómodo! Para uno que se autollama presidente y para su consorte, ver cómo casi todos los presidentes demócratas del continente preparan maletas para asistir a la Novena Cumbre de las Américas y su invitación no llega porque esta se encuentra en los cuernos de la luna. Lo mismo debe suceder cuando 28 países de la UE y 26 de la OEA, y hasta su mismo delegado ante esta última el señor McFields, hacen pública condena y prácticamente declaran ilegítimo al desgobierno de los Ortega-Murillo.

Un análisis somero de la situación nacional nos lleva a la conclusión ineludible de que son los mismos Ortega-Murillo quienes, por su ambición desmedida de poder y dinero, se han convertido en los más eficientes sepultureros de su llamada revolución. Díganme ustedes: ¿Qué gana Nicaragua con la destrucción de más de 200 ONG, muchas de ellas dedicadas a favorecer a los más necesitados, a los más pobres, de nuestra población? ¿En qué se beneficia el país manteniendo a más de 180 presos políticos como el banquero Luis Rivas Anduray o los dirigentes del Cosep, José Adán Aguerri, Michael Healy, Álvaro Vargas y todos los demás, que podrían estar dedicados a elevar la producción?

Asimismo: ¿A qué se debe ese ensañamiento contra la familia Chamorro-Holmann manteniendo secuestrados a Cristiana, Pedro Joaquín, Juan Sebastián, Juan Lorenzo Holmann y en el exilio a Carlos Fernando Chamorro, todas personas honorables, dignas de respeto y consideración? Finalmente: ¿Por qué se persigue a nuestra Iglesia católica, y concretamente a monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y al cura párroco de la iglesia San Juan de Masaya, Harving Padilla, a quienes se les acusa injustamente, solo por predicar la verdad, como mandatan los santos evangelios?

Lo cierto es que todos los déspotas que en el mundo han sido, siempre han creído equivocadamente que reprimiendo a la población van a consolidar su poder. Grave error. Porque la historia nos demuestra, que lo que sucede es todo lo contrario: se exacerban los ánimos, y enfurecidos los espíritus por tanto abuso, no les queda más recurso que desafiar al régimen en demanda de sus derechos humanos y de su libertad. Tengo una larga lista de tiranos que eso creyeron y tuvieron un triste final.

Si para muestra basta un botón, aquí les va uno: El sátrapa de Panamá, Manuel Antonio Noriega, después de asesinar a Hugo Espadafora, a Moisés Giroldi con sus 8 compañeros en los hangares de Albrook, de ensangrentar a punta de golpes el rostro del candidato a la vicepresidencia de Panamá, Guillermo “Billy” Ford y de encarcelar a centenares de ciudadanos de la Cruzada Civilista, se plantó frente a sus fanáticos “Batallones de la Dignidad” y en el discurso que pronunció, con un machete en la mano, retó a los “imperialistas de los EE. UU.” a que lo sacaran del poder popular. ¿Y saben como terminó? El 3 de enero de 1990, como parte de la Operación Causa Justa, los soldados norteamericanos lo encontraron escondido bajo una cama en la sede diplomática del Vaticano en Panamá, dando comienzo así a una larga pena de prisión hasta su muerte el 29 de mayo del 2017. Panamá hoy goza de buena salud en lo político, en lo económico y en lo social. Que Dios bendiga a los panameños y ojalá nunca vuelvan a sufrir otra dictadura, igual o parecida, a la que ya padecieron.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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